Franz Kafka nunca habrìa sido candidato de nada, màs que
timonear su fràgil y accidentada vida. Su aspiración era, al parecer, aùn no
sabemos, dejar algunas señales de advertencia. Por aquí anduvo y pasò Kafka,
tuvo un amigo, una familia, trabajò obligadamente, tuvo algunos amores
inconclusos, como su obra, su vida. Remò en sus mejores tiempos por el rìo Moldava bajo
el Puente de San Carlos sin otra preocupación que ser el joven Kafka. Todo lo demás
lo heredamos nosotros y cumplimos al pie de la letra lo que nos advirtió, sin
pensar tal vez, que viviríamos en un mundo kafkiano. Kafka tal vez soñaba con
abandonar a Kafka, pero nunca lo intentò, profundizò en sì mismo hasta el final
de sus días. Màs bien abandonò todo lo demás, menos su escritura.
El siglo XXI es otro mundo, supera todos los divanes que
Freud imaginò para el hombre. La bella y exótica Praga se refleja en el cristal
de sus sueños màs inimaginables. Ahora cabalga en la ilusión momentánea de
estos tiempos, con la figura del artista tatuado , Vladimir Franz, que no es el
otro Kafka. Su perfil, sacado de alguna película apocalíptica, de esas que aclaman y recrean el fin del mundo. Sin embargo, 75
mil fans proclaman su candidatura a la presidencia de la Repùblica Checa. Sus
composiciones musicales en un 50 por ciento se basan en el Antiguo y Nuevo Testamento.
En su discurso proclama una sociedad educada, culta, tolerante. Denuncia asimismo, que "Se ha producido
una alienación de la política, y los ciudadanos tienen la
sensación de que no pueden alterar el funcionamiento del Estado.
Se han perdido los ideales básicos,
hasta el sentido de la vida”.
¿Hacia donde va Europa, Franz?