viernes, diciembre 16, 2005

Frida Kalho, su revolución permanente


Frida Kahlo, su revolución permanente
Salma Hayek paraliza, pone en off la realidad con sus encantos. La realización en Frida Kahlo, la pintora que entró al lienzo de la vida en unos colores únicos, irrepetibles, perdurables francamente, refleja su pasión por arrancarle todos los tiempos y despojarla de ese mal oficio de no ser, sino declinar e instalarse en el sucio vacío estuche del conformismo.
Unica por plantársele a la vida siempre por delante, Frida, empujó a la realidad siempre un paso más allá con ese talante lleno de colorido, acción, sinceridad aterradora, deslumbrante belleza y un talento que crece con los años, como siempre, regateado en vida.
Ya se escuchan no pocas voces que esta no es toda la Frida que hizo historia, pero sabemos que el celuloide es un espacio restringido para una vida común y corriente, y en este caso, cómo pintar con sus mismos colores una vida tan colorida, puede ser una interrogante a resolver.
Frida Kahlo pasó a la historia porque hizo lo que su corazón le dictó y en esa época no es poco decir, y en cualquier otra. Es su espíritu el que debemos recorrer con la divina Salma Hayek, el derroche de vida, la pasión, el salvajismo natural de este maravilloso animal que nos parió México, sin consultarle a nadie en el mundo.
Sus ojos parecen robados al fuego, su cabellera fue hecha para el brillo y el viento que ella misma agitaba con su paso y movimientos. Lo que fue y no fue, siempre se lo entregó a la vida y allí se instaló, con el amor de su vida, el pintor Diego Rivera, con la pasión de su genio, de su hermosura de diosa genital. Un ícono de México dice la publicidad, el marketing de pasarela, de la banalidad banal. Es, a mi juicio, parte de la gran raíz de México, país de pintores colosales, y ella entra hoy a Hollywood de la mano del éxito como lo conocemos hoy, tan exitista, pero debemos buscar en la artista, la mujer, su lucha contra la adversidad, y sumar todos sus placeres y sufrimientos, para rescatarla desde la hondura de su dolor casi perfecto.
Nació para vivir la vida y los grandes desenlaces, torear el destino, carga su época como una huérfana que sólo busca el amor, pero que lucha denodadamente contra la adversidad y por conquistar cada peldaño en su propia existencia. No pidió ni le dio cuartel, ni un gramo de sombra, a la vida y a su voluntad de ser y hacer.
Vivió en el extremo de la punta, y en la orilla del otro extremo, como en el centro del vórtice, cuando fue necesario, y casi siempre lo fue.
Caló hondo en su tiempo, Frida, y si fue toda de carne y hueso, una estampa de realidad viviente, transmitía la fuerza innegable de un espíritu superior y más allá de su tiempo, el que hoy se recoge a raudales en tantos y diferentes escenarios, que sólo conducen, a esta enigmática, ardiente, dolida, apasionada, delirante, temperamental, sensual, erótica, volcánica, yaciente, vital, dulce, desgarrada de si misma, la Kahlo soporta todos los calificativos, porque ella es su propio adjetivo, siempre nuevo, cambiante. Mujer de renuncias y retornos, en el amor, la política, siempre con pasión, de uno a otro lado de la esquina.
Su vida fue ese huracán en tierra firme. Su visión de tempestad, no evitaba que permaneciera firme en sus convicciones, atada a sus propios cimientos. La vida siempre le empujo una cuarta más allá de lo permitido, desde la temprana poliomelitis que sufrió a los seis años al trágico accidente que cambió su vida, la inició en la pintura y al crucificó en vida.
Fue amiga de Trotski, cuando llegó a México en los años 37, dicen que su amante ocasional, conoció a Bretón, el padre del surrealismo, expuso por primera vez en Nueva York de manera individual, al año siguiente en París, pero nunca dejó de ser Frida Kahlo, porque había nacido para ejercer su propia e inclaudicable pasión. Vino a pintar la vida y el dolor, a amar en 47 silbantes años, cuando en 1907, al siglo en sus albores se le ocurrió parir a la Kahlo, de madre mexicana y padre alemán.
Los tiempos estaban frescos aún en el lienzo, pero ella decidió arribar con esas mágicas vestimentas de diosa semivencida. Tuvo la rara sensación desde un inicio que venía con menos tiempos que el habitual, y se entregó a la revolución en todas sus manifestaciones diarias, porque ella fue un compromiso con la vida y lo que le rodeaba.
Su pasión, querida Frida, es su mejor color, la pintura que nos deja sin alienta y ciega al mismo tiempo, porque es innecesaria su explicación. Quien la trajo, sabía lo que hacía, usted sólo siguió el cortejo de la vida sin claudicar. Usted abrazó el universo con ese amor gitano que nace en algún lugar y nunca muere, sus blancas ropas albas, me traen tanto recuerdos, de que un espacio nunca termina por ser ocupado. De tantas formas usted, personalísima, secreta, popular, nos dejó en sus ojos, lo que sus cuadros hoy hablan y nos revelan.
Rolando Gabrielli©

Flor Eterna


La rosa se blinda
de su propia espina,
es máscara
de su invierno.

Rolando Gabrielli©205

Pasajera de un tren


Pasajera de un tren,
dormida en el riel de la luna,
espérame en la estación de Banfield.
Madrugada del sueño en Buenos Aires,
cae la hoja en el calendario muerto,
no hay una noche más olvidada ,
si llueve, el tiempo sobra,
Banfield nos mira con asombro,
los pies del atardecer.
De dónde viene el Sur, si no es de tu corazón,
horror quien le da un tiro a la muerte.
Amárrate himno a tus palabras,
calle sin nombre, tensa la cuerda
roja mariposa no hay vuelo sin dolor,
mi mano se me vuela pasajera de un tren.
¿A quién alumbra el sol cuando oscurece
tu corazón en invierno o en primavera?
Pasajera de un tren, dormida en el riel de la luna,
espérame en la estación de Banfield,
envuelta en el azar, pisa el abismo
de las palabras, perdónate en el verano,
hoja de mi calendario, vuela en el atardecer,
el ayer será una mentira mañana,
un pie de página, pasajera de mi tren.

Rolando Gabrielli2005©

Stanley "Tookie" Williams

No hay perdón, la muerte no perdona a nadie,
se sube al tobogán y se desliza,
por última vez,
la muerte es una canción letal, conoce su estribillo.
Para morir, se necesita vivir,
se muere con o sin dolor,
pero se muere, sí señor,
la muerte es un cajón,
un puñado de cenizas,
el cuerpo de los gusanos,
la aventura del más allá.
Martes 13, California, San Quintín,
el último silencio de Stanley Tookie Willians,
no hay perdón,
su cuerpo va a partir, no se despedirá
de la gran ciudad, que lo comienza a velar.
Una vigilia por su regreso antes de partir,
San Francisco ilumina al muerto,
que muerto va,
con sus alas negras, sus pecados
sin colores, ni amores,
puente déjalo pasar.
Para morir, se necesita vivir,
se muere con o sin dolor,
pero se muere, sí señor,
la muerte es un cajón,
un puñado de cenizas,
el cuerpo de los gusanos,
la aventura del más allá.
La muerte no se detiene,
es un capítulo abierto,
a punto de cerrar.
Alguien toca mis campanas,
o son las de alguien más
Pasa el cuerpo,
las cenizas dónde van,
pasa el tiempo, pasa,
el más allá.
El útimo silencio
de Stanley Tookie Williams.
ROLANDO GABRIELLI
dic /13 /2005

La Ventana


¿A quién mira la ventana?
El día desolado da la espalda
a la nieve y alguien desvanece
en unos pasos aún más silenciosos.
Rolando Gabrielli©2005

lunes, diciembre 12, 2005

EL PUENTE, ROJO HILO


La noche es un puente rojo,
San Francisco,
hilo atraviesa el paso,
es la noche del puente,
pisan los vivos,
pasan los muertos.
Puente, tu ala,
mis pies,
el tiempo cuelga
como un suicida rojo,
San Francisco
vuela ángel,
no tenemos más alas
que la memoria,
el puente de mis pies y tus pasos.
Rolando Gabrielli/2005 ©

Frida Kalho es la Libertad


Frida Kahlo es la Libertad
ROLANDO GABRIELLI
Frida, en la tormenta de sus días fue libre. No hay manera de aproximarse a ella y su arte, a su intimidad tantas veces puesta en una subasta pública, sin la palabra libertad. Libérrima, no aceptó la subordinación, ni a su cuerpo le permitió que la anclara, Frida sé reinauguraba cada día, era su propio movimiento. Respiraba junto a sus cuadros, se dolía, no dejaba espacio a la indiferencia en ninguna de sus posibilidades. Su libertad era también su compromiso y ahí la ejercía, tal vez, con mayor energía, decisión, porque abarcaba la vida misma.
Su vida fue el arte de vivir, un puente inaugurado por la muerte antes de tiempo, que cruzó sin cerrar los ojos, y agredida físicamente por la enfermedad y un accidente, enfrentó un México desintegrado, desgarrado como ella misma, con energía, valor, y ese amor que le impuso al dolor mismo, hasta arrancarle la belleza interior y despojarlo del grito y arrancarle el espanto.
La desgracia le alquiló un piso completo en la corta vida que le dieron, pero ella la hizo a un lado, la arrojó escalera abajo y un día comenzó a pintar, a transformarse en la verdadera Frida Kahlo y a recoger los frutos del dolor y el amor, esa mezcla de sueño burlón donde incluyó su cuerpo, desde las uñas al cabello, y sobre todo, el hilo firme de la esperanza que le unía a este mundo.
Amó en el amor y dolor, como a todo en su mundo real, al pintor muralista Diego Rivera, y sus días se extremaron, el lienzo se confundió con su propia piel. Vació con sus ojos lo que el mundo le ofrecía, pero ella, la Kahlo, construyó sus horas más felices y desgraciadas, y no las adornó. Mi Diego/ espejo de la noche/ Tus ojos espadas verdes dentro de mi carne/ondas entre nuestras manos/Todo tú en el espacio lleno de sonidos/ En la sombra y en la luz... Así era en el amor como en la guerra, no sabía de términos medios, sino de entregas, de vicio amoroso en cada acto de su vida.
Mujer confesional, extrema, rosa cardiaca con sus espinas, la Kahlo: mi cuerpo es en ti la naturaleza entera... yo penetro el sexo de la tierra entera... su rocío es el sudor de amante siempre nuevo...
Fue ella y nada más que ella, su olor, su propio espejo en la tela. Se biografió la Kahlo en el color y trazo. Fue absorbida por el feroz lienzo de la vida. Empujó los colores y sueños. Se inmoló en la tela consciente, con humor, ironía. Un yo rotundo. La Kahlo fue su fiesta, entierro, inauguración siempre, el misterio dibujado en su sombra.
Frente a mí una postal que me enviaron desde Estados Unidos, con todos los colores, las verdades, ausencias, presencia de la Kahlo. “Observa sus ojos, me dice SC, quien me la envió, una ferviente admiradora. "Tristes, lejos, dolorosos", agrega la mensajera en el reverso de la postal. "Aquí me pinté yo, Frida Kalho, con la imagen del espejo. Tengo 37 años y es el mes de julio de mil novecientos cuarenta y siete. En Coyoacán México, lugar donde nací".
Su larga, clásica cabellera, le marca el rostro, aún más en la ausencia, en la Frida múltiple, recogida en el presente, cuyo pasado ese ella misma, un futuro irrepetible. Cejas Arqueadas, marcadas, aire de gitana no con mucha suerte, ojos grandes como sus ausencias, labios perfectos, deseables, mujer azabache, sin monta, atrapada en el salvaje silencio des horas. El amarillo ocre y el rojo, conforman su vestimenta en el autorretrato. Unas semillas verdes, le enmarcan un fondo azul, como de pared con pequeñas piedras. Abajo, en un pergamino horizontal, de su propio puño, se autobiografía el momento.
"Algunas veces creo que el espejo fui yo", escribe SC, al concluir sus palabras al reverso de la postal, y no está muy alejada.
La otra postal que me envió, está Frida desnuda de espalda, doblada, en una pintura de Diego Rivera, con quien se casó dos veces. Hermosa pintura. SC, me escribe al reverso: ”Este es uno de los trabajos de Rivera que me gustan. Pero creo que fue MUY poco para Frida”. Frida nos dejó la fuerza genital de sus pasos, el sello Kahlo que el destino le construía con el aroma de las diosas, un color para cada día, todos los colores y ninguno, en el matiz, la sombra que todo lo recoge finalmente.
Frida se sentía bien también en el género epistolar, que la retrataba, y quizás el tiempo la suspendía por lo que duraba la palabra. Soy Frida Kalho se decía así misma, no un mural, sólo un cuerpo, mi propio clavo pulsado en el madero. En su palabra estaba el acto confesional de la escritura que la poseía.
Fue en Nueva York y San Francisco cuando más escribió. Se pulsó así misma en la palabra, su eroticidad, pequeñas confesiones de mujer, el humor, y todo, sin límites, en tiempo Kahlo, con pasión Frida, humildad y reencuentro. Estaba sumida en una fuerte depresión en San Francisco, bajo tratamiento, tras el asesinato de León Trotsky. Ese año exhibe en Nueva York y Boston, se da a conocer en Estados Unidos: Las dos Fridas.
Frida se retrató sin inhibiciones. Se documentó en su tiempo e hizo historia dentro de la historia de México. Fue fuente innovadora de sí misma en el Arte Frida. El mural más íntimo de Diego Rivera, de carne y hueso, fue Frida colgada con sus propios clavos en el aire, en el pecho, en el centro de su vida. Así se amaron y se inventaron la vida. Pero fue Frida, con su inmenso dolor y coraje que traspasó, rajó el lienzo. Rivera prefirió el firme mural.
Mujer de entregas, dijo en su Diario, poco antes de morir, un 13 de julio de 1954, hace medio siglo: Espero que la salida sea gozosa y espero nunca más volver. Palabras para estremecer las palabras. Y ahora se editan cartas inéditas, más palabras del alma, llenas de cuerpo. Dos décadas de su vida en esos textos, dicen los investigadores (1922-46).
Con motivo de cumplirse 50 años de su desaparición física, se reeditará su libro Escrituras, con 150 cartas y documentos inéditos. Expresa allí, dicen los recopiladores de las misivas, de estos textos informales, que son los del corazón, su "repudio a Estados Unidos y amor a México". Son palabras de Antonio Alatorre, prologuista del libro.
Se expresó, siempre lo hizo, ante el presente, su destino, la vida, la adversidad, todo, siempre dijo.
Un día las emprendió, en justicia, contra el presidente Miguel Alemán, quien sepultó con unos tablones un mural de Diego Rivera. "Yo sí protesto, y quiero decirle la tremenda responsabilidad histórica que su gobierno asume, permitiendo que la obra de un pintor mexicano, reconocido mundialmente (...) sea cubierta, escondida a los ojos del pueblo de este país y a los del público internacional por razones sectarias, demagógicas y mercenarias". No dejó nada por fuera, como acostumbraba.
Alatorre nos anuncia en esta nueva edición, que Frida "supo combinar varias lenguas, y estos textos muestran la habilidad de la pintora para jugar con el lenguaje, el manejo de la ironía y su sentido del humor". Una misma y tantas, más que las dos, esa santa, enigmática, inmaculada, diosa olímpica que se reproduce en esta pintura: Diego Rivera en mi pensamiento.
Rolando Gabrielli©2005

Te regalo la Luna


Te regalo la Luna,
un sueño redondo en esta época
bruja de mancos sueños.
No la pises, que la Luna
velará tu sueño
a partir de ahora.
Rolando Gabrielli©2005

DÍA SIN FIN a S. C.




Un 16 de junio de 1904, hace cien años
escribimos la misma página de esta historia,
Nora y yo, un verano de calientes gaviotas.

Estamos en la oscura playa de Sandymount,
a las afueras de Dublín,
y ya me muerde el pasado de sus calles, húmeda, invernal
la voz sangrienta, animal de Irlanda,
y tu vagina late a mi lado,
Nora, te prometo un día sin fin,
( mi flor azul oscuro empapada por la lluvia)
sin más exilio el cuerpo atravesado de Irlanda, huelo querida
sus nalgas sucias humilladas, olor frambuesa, capital exilio,
no saldré de su monólogo ni de tus paredes, amor,
la historia rompe el saco vacío, pide tres deseos,
para mí, una puta con su altar de bellos rojos,
ámame, mientras siento el río Liffey abandonar a su propio llanto a Irlanda.
¿Para qué nos sirve un río, si sabemos que nunca será nuestro cuerpo?
Madrastra, envenéname con tu perdón,

úneme a tus vencidas arterias, pequeña Dublín,
te dejo mi lengua rota en los vitrales de tus catedrales,
mojigata, austera, borracha señora, paloma mía
soy tu ciego mensajero y es mejor que me expulses
con mi bragueta abierta a la noche, compartamos el castigo
vieja zorra, hipócrita, perversa, alucinada mía,
niña tramposa soy tu cuero cabelludo, volaré al amanecer.

No prometo más que un sí.

( Rolando Gabrielli )



Por Rolando Gabrielli©2005


No hay mejor homenaje para cualquier escritor que uno sea su lector. Con inocultable vergüenza reafirmo esta primera frase. Cargo como una condena el Ulises de Joyce desde 1975, cuando salí un 11 de junio de Chile rumbo a Bogotá, Colombia. Entre los pocos libros que eché a la maleta, estaba el Ulises del irlandés que cambió la historia de la prosa contemporánea, que le agrandó un hueco mayor a la imaginación y al silencio.
Hay libros inmortales, inauguran nuevos mundos, son un planeta propio, y es lo que han dicho de Ulises, de James Augusto Joyce, después de haberlo censurado en Gran Bretaña y Estados Unidos, y puesto a circular realmente en Irlanda casi cuatro décadas despues de su primer edición en 1922. Joyce, es de esos escritores fundamentales como Kafka, Cervantes, condenados a vivir una vida aceptablemente miserable, hipotecó el éxito a la posteridad.
El clima tropical, en especial el comején, no entiende de eternidad y amenaza la edición que rescaté de la primavera sangrienta de Chile. La cuarta edición, año 1962, de Santiago Rueda. Editor, Buenos Aires, con prólogo de Jaques Mercanton, traducida por J. Salas Subirat, está en un proceso complejo de defensa frente al agresivo y demoledor medio ambiente tropical.
Prometo en este día solemne, el llamado, festejado, reconocido como el " Bloomsday , el día símbolo de la jornada de 16 horas en que Joyce desarrolla las peripecias de sus tres personajes en Ulises: Leopoldo Bloom, Esteban, Dedalus y Molly Bloom, iniciarme en estas dilatadas lecturas, de las casi 700 páginas que nos hablan de un día en la vida de tres personas, como si fuera toda la humanidad, la especie, retratada en los pisos sicológicos con que el irlandés sabía armar sus historias.
Ulises es un largo proceso de incubación, gestación, trabajo, como el viaje del griego, cuya comparación es inevitable -reflejada por Joyce además-, y nuestra admiración parte por el duelo del escritor con la página en blanco, el lenguaje, la palabra. Un compromiso superior, supremo, admirable, irrepetible y por ello, no pocos piensan, que Ulises es intraducible. El cable, algunos periódicos, han repetido una y otra vez las mismas palabras de elogio, asombro y dudas. Pobre Joyce, y los jueces norteamericanos y británicos que lo silenciaron por inmoral, vulgar, adúltero, anticlerical. Después de fracasar como empresario de cine en Dublín abandonó su ciudad amada, odiada, con quien sería su esposa legalmente 22 años después, Nora Barnacle, una mucama del Hotel Finn de Dublín. El padre de Joyce, advirtió con muy buen olfato y pronóstico preciso, que Barnacle significa lapa en inglés, por lo que, auguró, ella no se separará más de James. Y en efecto, así ocurrió. Nora sería su gran metáfora, siempre abierta a más. Joyce quería fornicar un alma y la encontró en ese misterioso corazón. Aunque se separarían por algunos largos períodos, éstos espacios serían llenados a plenitud por una absorbente, erótica, estimulante correspondencia entre ambos. Desconozco un fuego tan directo, literario, motivante, en la historia literaria entre marido y mujer. "Nora, mi fiel querida, mi pícara colegiala de ojos dulces, sé mi puta, mi amante, todo lo que quieras (¡mi pequeña pajera amante! ¡mi putita folladora!) eres siempre mi hermosa flor silvestre de los setos, mi flor azul oscuro empapada por la lluvia. Querida, no te ofendas por lo que escribo. Me agradeces el hermoso nombre que te di. ¡Si, querida, "mi hermosa flor silvestre de los setos" Eres mía, querida, eres mía! Te amo. Todo lo que escribí arriba es sólo un momento o dos de brutal locura! La última gota de semen ha sido inyectada con dificultad en tu sexo antes que todo termine y mi verdadero amor hacia ti, el amor de mis versos, el amor de mis ojos, por tus extrañamente tentadores ojos llega soplando sobre mi alma como un viento de aromas."
Este es James Joyce y no otro, por quien pesan tantas acusaciones. Hay quienes sostienen que en este cruce de cartas, Nora influyó notablemente en el estilo, la percepción de Joyce, y es muy probable, suele ocurrir, puedo dar fe de que esta experiencia es posible, real. Las páginas que he salpicado una y otra vez sobre Ulises, me hablan detrás del autor, de audacia, del hígado a toda prueba de Bloom con ese desayuno magistral con que nos abre el apetito de esta obra casi inexpugnable: el riñón de cerdo, frito en "salsa de manteca" y rociado con pimienta. A esta pesada dieta, casi indigerible en principio, pareciera someter Joyce a sus distraídos lectores. Nos dice de alguna manera, léanme con toda la contaminación que he introducido en estas páginas. Me la jugué entera a Dublín y al amor. Ulises es mucho más que las alrededor de 700 páginas escritas, de lo que nos dice y suponemos que entendemos de su autor. El mismo sabe que introdujo un verdadero acertijo. Joyce entendía latín, francés, italiano y seguramente alemán.
En una carta a su amigo Franz Budgen, reveló que el capítulo clave de la novela es Penélope. Representa, dijo, un globo terráqueo que gira lentamente sobre si mismo con cuatro puntos cardinales que son el "seno femenino, las nalgas, el vientre y el sexo". Es, quizás, reconoció, el capítulo más obsceno de todos. Veo en él a la mujer sana, anormal, fertilizable, valerosa en la deslealtad, seductora, lasciva, limitada, prudente, indiferente. Ulises es una Caja de Pandora en el textual sentido de la palabra sorpresa, lugar sin fondo, un mundo para la aventura, lenguaje abiertamente provocador. No podemos tener dudas, que Joyce sabía lo que y nos hacía. Se ha escrito mucho sobre Joyce y Ulises, y en Internet cualquier lector puede encontrar miles de páginas. Pienso que no sólo la novela es atractiva, complicadísima la historia que la rodeó, las vicisitudes del autor, que la escribió en tres países, Italia, Francia y Suiza.

Ezra Pound, el poeta que podó magistralmente el poema Tierra Baldía de T. S Eliot, el descendiente de un bandolero del Oeste norteamericano, llamado Il Maglior Fabbro , reconoció desde un principio el talento de Joyce, lo apoyó sin reservas, con la generosidad que este norteamericano imprimía a su vida y en una carta en 1917 le auguró: vas a ser inmortal. No se equivocó Pound. Pero no fue fácil, Joyce vivía acosado, inmerso en su trabajo, sin dinero. Y surgió su ángel: Sylvia Beach, su mecenas y que le editó valientemente Ulises, cuando era rechazado en Gran Bretaña y Estados Unidos. Estaban en París, en el portal de la librería de Sylvia, Shakespeare and Company, a orillas del Sena. Fue una mujer excepcional que estuvo en el centro de la literatura mundial con los más grandes escritores de la época. Es el París de los años 20, todo el talento del mundo literario. En 1933, un juez neoyorkino daría de alta Ulises. Dijo: "El ambiente era céltico y su estación, la primavera", una manera de excusarse la justicia por los calificativos de obscenidad. Además, el juez alegó que era una lectura vomitiva, no afrodisíaca. Un comerciante judío, Bloom, es el personaje central escogido por Joyce " Yo pertenezco a una raza también odiada y perseguida" , dice Bloom en la taberna. Anthony Burgess, dijo que Joyce había percibido la síntesis del ser humano alienado de nuestra civilización. Su identidad judía le es señalada a Bloom desde el afuera, y jamás le queda clara. Es sucesivamente afirmada, rechazada, y asumida en todo caso como una autodefensa: Se combinarían con esa alienación el intelecto, representado en Stephen, y el cuerpo, representado en Molly. Qué sería de la relación entre ellos de ahí en adelante, es una de las preguntas que la novela deja sin respuesta, sostienen algunos estudiosos. Vamos a leerla.

La rosada piel de la nieve


La rosada piel de la nieve
me abrazará una de estas noches
y por fin sabré que tú existes
más allá de estas palabras.

Rolando Gabrielli©2005

Rojo Puente



Cuelga puente,
ojo de la vida:
rojo, rojo,
inédito en la huella
y vacío.
Vuela a mis pasos,
San Francisco,
con mis pies
y tu aire suspendido.

Rolando Gabrielli ©2005

La sombra roja


La sombra roja
del abecedario,
es San Francisco.
¿Qué se ve cuando
tu no estás?
La tarde tarde
cabe en una cerveza,
se amanceba en su cuarto
de liebre en su cueva.
Es cálido el verano
en tus pechos rojos,
jovenzuela de tus cuarenta.
Calles rojas de memoria,
asfaltadas de nubes negras.
¿Ginsberg o Ferlinghetti
las borran, pisan, devoran?
La poesía es santa varona.
Rolando Gabrielli
© 2005

Sol Rojo


De rodillas,
siento que un naipe
abre el negro vicio
del juego, la rótula
instalada con su hermana
en las blancas sábanas,
se vienen las nieves
el alba rosa de la mañana,
horas en que el pan
entra al horno
y despunta la sangre
en la cresta de un gallo,
sol rojo de alas maduras,
vuela, vuela al infinito.

(Rolando Gabrielli) ©

Quién suspende y dobla


¿Quién suspende y dobla la luna
es su blanca luz de viejo invierno?
El globo se ha ido al cielo,
fuga de su eterna huella,
silueta que el día no espera.

La luna tiene una confianza
ilimitada en sí misma.

Rolando Gabrielli©2005

ANTONIN ARTAUD, de la mano de Dios


Qué locura, Antonin Artaud
entrando por la ventana blanca de mi pieza
un día de este verano que recién se inicia.
Nada en él era extraño desde que acható su nariz
sobre uno de los vidrios.
Tenía en sus manos una de esas ramas
que se dejan ver una vez descorrida la cortina.
Algo desdibujado el rostro, pero a la manera de su andar,
sin confundir el pie derecho con el izquierdo
y con la misma rapidez del descorrer de una cortina,
Antonin Artaud, Antonin Artaud,
fueron sus únicas palabras.
(Rolando Gabrielli, del libro De estos y otros sueños)

Leí joven a Antonin Artaud. Lo que tuve a mano. En una época alucinada. La poesía se respiraba al término de mi adolescencia. Entraba por el Otoño melancólico, sufriente, colorido, amarillo rojizo de Georg Trakl, las largas piernas victorianas, amorosas, primitivas, adivinadas, carnalmente seductoras, de la poesía de Pablo Neruda. Rimbaud, Baudalaire, Verlaine, Lautreamont, ponían alas a los sueños, a las victorias callejeras, las madrugadas plomizas, sangrantes de soledad real y a los días lujuriosos de aventura poética. Sábanas sin cuerpos paredes con nuestros propios oídos jardines como altares y domingos largos de avenidas empapadas de hojas huérfanas. La poesía: huella y cicatriz. Las noches se sienten infantiles, uno ogro azul de ojos tristes mora desde una ventana amarilla que mira con los ojos del Otoño, se sube a los destellos de un sol glorioso. Artaud, el vidente encadenado, miraba el paisaje, pero el suyo era su propio interior, la lámpara fragmentada de su vida, la luz caía como un coágulo en su desdibujado rostro, definido ya por un mal caricaturista.
En el balance de los otoños y primaveras, del ruinoso verano perdido, se turnaban las horas nostálgicas, Rilke, Rosamel del Valle, Esennin, Bécquer, García Lorca, Eluard, Vallejo: nostalgia, dolor, amor. Rubén Darío no estuvo y no sé por qué, sólo vagamente en el salón de clases, las páginas escolares, una estatua en el Parque Forestal. Los clásicos españoles, desde luego, en los secos textos estudiantiles, al fragor de las lecciones, en el idioma de la letra con sangre entra. Lecturas apasionadas, recitales furtivos, conversaciones a la salida de la universidad, en sus predios, parques, buses, calles, noches y días. La poesía es el pan. La poesía es el aire, el cuerpo del delito. La ventana con luz propia. La lámpara ciega que nos hace ver verdaderamente la luz en el túnel.
La poesía es la poesía, carne, humedad, el alba, el verso cae como el rocío al alba, sin tiempo, en la vida. Y en una esquina ya estaba Nicanor Parra, del brazo de la joven poesía. Lejos del Olimpo que pre-fabricaba, a imagen y semejanza de un nuevo Dios. Fuimos amigos en sus grandes momentos de derrota y optimismo, días de un escenario en formación. El antipoeta subía a la montaña rusa. Con un pie en Washington y otro en La haba, sonreía en Pekín, en ese entonces. Fui testigo de sus antipoemas, el nacimiento de los Artefactos, de la lucha diaria, obsesiva, delirante, apasionada, terminal, del poeta y su cuaderno por hacer una nueva poesía de cara a la realidad que sus ojos veían, que sus sueños soñaban. Nicanor demolía el establecimiento y a eso había venido de San Fabián de Alico a la capital.
§ Los magníficos derrotados
Había humo, cordillera, vaho, Santiago sucio de amor y de floreciente esperanza, era el marco mapochino, en flor, íntimo, candorosamente democrático, cargado de su poesía natural, subterránea, de Norte a Sur, y la Mistral estaba en estas oraciones poéticas del diario vivir, en el subterráneo del subconsciente, pero latente. Teillier, Lihn, en la amistad y la poesía, vivos: los magníficos derrotados. Rolando Cárdenas, tan austral como Chiloé, tan Chileno como el Sur que le calaba las nostalgias, el primitivo espacio de algún comienzo, siempre donde parten las raíces. Un cocktail completo con Carlos de Rokha para alucinar, alucinar. Y Parra vino a convivir con los odiosos plátanos orientales y a producir su propia asfixia dentro del mundo poético chileno y del habla castellana. A Parra, lo que es de Parra.
En ese gran aluvión de poesía caía sin paracaídas, Antonin Artaud con su mirada de alcachofa despeinada, y pienso que ya estaba en el limbo, tierra de nadie, en su propio pellejo, desafiaba la existencia de su sombra. Se había desandado el gran iluminado. Sus números no buscaban sumar ni restar, su abecedario era mudo, dormía sobre una escalera sin peldaños, su ruptura venía de fábrica, y lo que le rodeaba, lo asumía como un paisaje que no le pertenecía, porque su ruido era interno, estaba en el mismo, era su propia circular polea. Una mente pasional, cruel, infantil, bella, inocente, buena, definieron algunos a Artaud, y él estaba lejos de toda definición o explicación de sí mismo, aunque confesaba que sufría de una espantosa enfermedad de la mente: “mi pensamiento me abandona en todos los peldaños”. Confesaba además en una carta a Jacques Riviere, en la simpleza de su complejidad, un hecho elemental para cualquier, que estaba en constante búsqueda de “ su ser intelectual”, pero no en su caso era un profundo pozo de dudas, abandonos, un apetito de inaccesibilidad de su propia mente, el infernal bloqueo, desmembramiento y necesidad de fijar las formas por difusas que fueran ante el temor de perder el pensamiento.
Las desgarradoras palabras con que se refiere a la materia, “confección” de sus poemas, rechazados por Riviere para una posible publicación, son más que conmovedoras por su honestidad”: las cosas que le presenté constituyen los jirones que he podido recuperar de la nada completa”. Artaud no reniega de su poesía, ( no los he impugnado, son sus palabras textuales) y promete enviarle una plaquette ya editada: Tric Trac del Cielo y un libro intitulado: Las Doce Canciones. Riviere no cierra las puertas y cree que aún le falta control sobre sus pensamientos y se trata de una búsqueda. La correspondencia, que ha cumplido 80 años el mes de junio pasado, es importante para conocer el pensamiento de Artaud y refuta a su interlocutor: nos e trata, dice, a una falta de ejercicio, “sino más bien a un hundimiento central del alma. , a una especie de erosión esencial a la vez que fugaz, del pensamiento, a la no posesión pasajera de los beneficios materiales de mi desarrollo, a la separación anormal de los elementos del pensamiento.”
Poeta, lo que te preocupa
nada tiene que ver con la luna;
la lluvia es fresa,
el vientre está bien.
Mira cómo se llenan los vasos
en los mostradores de la tierra.
La vida está vacía,la cabeza está lejos.
Un mazo de cartas flota en el aire
alrededor de los vasos;
humo de vinos, humo de vasos
y de las pipas de la tarde.
Son fragmentos de su poema Noche, que retratan “sus estados (mentales) de ánimo”, su manera de reflejar el pensamiento interior que le rodea, devora, calza como un traje apretado, que inútilmente podrá despojarse hasta el final de sus días. No necesitas un muro de palabras para exaltar tu verdad, le dice Rene Char en un poema: Ni las volutas del mar para ungir tu profundidad, Ni de esta mano febriciente que nos rodea la muñeca, Y suavemente nos conduce a derribar un bosque. En donde el hacha son nuestras entrañas. Artaud no pidió avales ante la vida. La suya, arrinconada en el aire, asida entre sus propias inútiles fronteras, rompiente en el insomnio cotidiano de sus días, pujaba por vivir y morir, ser, se desdoblaba en una carretilla rumbo al precipicio. Y aún así, lo intentó, unía sus fragmentos dolorosos hechos carne. Hombre de teatro, (El Teatro y su Doble) fue su propio escenario, a pesar de sus brillantes ideas en su visión del drama, cuyo objetivo era atacar los sentidos del público-espectador.
§ La Vidriera del amor y Carta a la Vidente
Surrealista y expulsado de ese movimiento, viajó a México- al país de los Tarahumanas, y a Dublín, Irlanda, desde donde regresó deportado enfermo para ser internado en asilos casi por una década. Son datos dispersos, que conforman su vida, un mundo real inexistente quizás, para alguien atrapado en su mente, nunca resuelto pero extremadamente vivo, consciente de sus propias certezas, dudas y consideraba que tenía una “imaginación estupefacta”. Aún así, en medio de sus aullidos, de sus continuos desencuentros con su cuerpo, de su confesada “inexistencia y desarraigo”, Antonin Artaud nos dejó su palabra personal, íntima, propia: sus aerolitos mentales ene l fulgor de la noche, verdaderamente incandescentes. Poesía, teatro, su visión del mundo, su vida, su excepcionalidad: la confesional mirada de un vidente. Se sabía rodeado de infranqueables paredes, y pedía desgarradoramente que le dejaran cos sus “nubes apagadas con mi inmortal impotencia, con mis disparatadas esperanzas”. Sentía su pensamiento desmoronarse, de una palabra que le llegaba a materializarse, acosado por una auto fragmentación, liviano de tierra, materia, asido en la nada. Escaló sus propias escarpadas, inalcanzables montañas, se comparaba con un árbol: Este árbol y su estremecimiento/ bosque sombrío de llamados,/de gritos, /se come el corazón oscuro de la noche. Y dejó raíces el trapecista del aire.
Dos textos me llamaron siempre la atención de Artaud: La vidriera del amor y Carta a la Vidente. Mágicos, personales, la intimidad de su sello. Los conservo en una edición plateada de Tusquets Editor, de 1971, con su rostro que no quiere ser rostro, más bien la presencia del olvido. Murió sentado al pie de su cama, y fue sorprendido por el jardinero de la clínica, que le llevaba el desayuno. Murió a sus propios deseos: no quería hacerlo acostado, ni ser visto. Hasta el final de sus días mostró su total independencia. La mirada en el limbo. La expresión de que todo pudo ser en vano. Pero en La Vidriera del amor, habla de su pasión por una criada de taberna, la que ubica en el escenario que Hoffman nos describía. “Yo la quería reverberante de flores/ con pequeños volcanes aferrados a las axilas, y en especial la lava como almendra amarga que estaba al centro de su cuerpo erguido.” Así inicia el texto y describe el objeto de su pasión de hombre solitario. Veía en esa vidriera “una arcada de cejas bajo las cuales pasaba todo el cielo, un verdadero cielo de violación, de rapto, de lava, de tempestad, de rabia...” Y yo la amaba, relata, y la somete a su verbo agresivo, despojador de cuerpo y alma, al describirla, como mísera crapulenta criaducha. , que pasaba platos, limpiaba el local, hacía las camas, barría las habitaciones, sacudía los doseles y se desvestía de frente a su buharda, como todas las criadas de todos los cuentos de Hoffman.” Castiga su amor, y él mismo vivía, dice, dormía en aquella época, en un lecho lastimoso cuyo colchón se levantaba cada noche, se arrugaba ante el avance de ratas que los reflujos de malos sueños desatascan, y se aplanaba con el sol naciente. Mis sábanas olían a tabaco y a morgue, y a ese olor nauseoso y delicioso que revisten nuestros cuerpos cuando nos ponemos a olfatearlos. Eran verdaderas sábanas de estudiantes enamorados. Artaud describe en el texto la imaginación de su pasión: “La veía a través del cielo, a través de las vidrieras hendidas de mi habitación, a través de sus propias cejas, a través de los ojos de mis antiguas amantes y a través de los cabellos amarillos de mi madre.” Pero Artaud busca encajar su sueño con la realidad, el mismo lo dice, que no bastaba estar abocado con la resonancia oscura de las cosas y oír hablar del volcán y revestir el objeto de mis amores con todos los encantos y con todos los engaños con que se vincula el amor. Había que hablarle, concluye. Y entonces, Artaud abre la ventana, y descubre un mundo fantástico como un tablero de ajedrez donde los peones le decían: no la busques ahí. “Y en el cielo se veían unos ángeles de pies niquelados. Así que dejé de mirar la ventana y de esperar ver a mi criadita querida”Siguen sucediendo cosas, al decir de la descripción de Artaud: todos los platos del mundo empezaron a rodar y los parroquianios de todas las fondas del mundo salieron en la persecución de la criadita de Hoffman; y se vio pasar a la criada corriendo como desesperada. Hoffman venía de tras con un paraguas. Se abre la tierra y aparece Gérad de Nerval. Le recomienda comérsela en una ensalada, porque su mujer, dice. Hoffman lo empuja a definir: al grano, le dice. Y Artaud, responde que no se atreve. Lewis, otro personaje de la escena, le dice que la obtendrá transversalmente. Por el momento es ella quien me traspasa, replica Artaud y reflexiona sobre el amor” Lo lograrás cuando dejes de pensar en ella, porque el amor es oblicuo, la vida es oblicua, el pensamiento es oblicuo y todo es oblicuo. El poeta comienza a apropiarse del sueño, de la ilusión, de la imagen real, comienza a fabricar puentes de molicie, “una inefable plasticidad” y siente que sus senos estallan en la frente y la tiene cerca sentada a la criaducha: Toda el agua de su axila/ No vale lo que al ciruela/ de sus temblores de amor. Era una visión que culminaba felizmente en brazos del amor. “Fue el amor como mar, como el pecado, como la vida, como la muerte. El amor bajo las arcadas, el amor en el estanque, el amor en un lecho, el amor como la yedra, el amor como macareo. El amor grande como los cuentos, el amor como la pintura, el amor como todo lo que es”
.§ Atado a su mente, atado a sus visiones
Este es Artaud, dueño de sus recursos, visiones, temores, fantasías, de un mundo propio y alucinado. “Comprendí al ver a Artaud que tenía ante mí a un ser excepcional, de la misma raza que un Baudelaire, Nerval o un Nietzche, dijo el Dr. Toulusse a su esposa. Ya tenía a cargo su salud fragmentada, sometida las curas, electro-schocs, drogas y encierros hospitalarios. Después e todo, Antonin Artaud se consideraba un producto de sus obras y no de su madre. Algo inconcluso, inacabado, como sus textos fragmentados, y que él mismo refería, explicaba, divido en estancos sus asideros interiores. Un enfermo mental, dijeron muchos, facultativos, poetas, gente. Sus críticos de siempre. Nacería en Marsella , cinco años después de la muerte de A. Rimbaud, también acaecida en ese puerto francés. Héctor Manjares, un antologuista mexicano de su obra, apunta certeramente cuando cita a Jerzy Grotowski, quien sostuvo que la lección de Artaud es su enfermedad. La desgracia de Artaud es que su enfermedad, la paranoia, difería de la enfermedad de nuestro tiempo. La civilización está enferma de esquizofrenia, que es la ruptura entre la inteligencia y el sentimiento, el cuerpo y el alma. Y la sociedad no podía permitir que Artaud sufriera de otra enfermedad. No en vano Artaud sostenía que un hombre se posee por escampadas, y aun cuando se posee, no se alcanza del todo. En medio del desarraigo, de sus largas noches empantanadas de sí mismo, Artaud tuvo tiempo para la polémica sustancial, para definir posiciones, dejar un nuevo escenario para el teatro moderno. “El surrealismo murió del sectarismo imbécil de sus adeptos, sentenció. Lo que queda es una especie de montón híbrido al que los propios surrealistas son incapaces de ponerle un nombre. Rechazó el surrealismo, acusó Artaud, porque no le permitía comprometerse consigo mismo, a ser fiel a su impotencia. Los consideró vocingleros en el vacío. El surrealismo, definió Artaud, finalmente: siempre ha sido una insidiosa extensión de lo invisible, el inconsciente al alcance de la mano.
La vida es arderse con las preguntas, decía el poeta de la Mente. Aspiraba a hacer un libro que trastornara al hombre. Donde nunca hubiese consentido ir. Una puerta simplemente encajada en la realidad. Permanezco, admitió en Fragmentos de un diario del Infierno, durante horas con la impresión de una idea, de un sonido. Mi emoción no se desarrolla en el tiempo, no se sucede en el tiempo. Los reflujos de mi alma están en perfecto acuerdo con la idealidad absoluta de la mente. Yo estoy definitivamente del lado de la vida, advertía, quien pendía de un hilo de la maneja infinita que se tejía en su mente. Nunca se quedó a medias en sus confesiones más íntimas y personales. Y de sus textos, me agrada la Carta a la Vidente. Se siente desnudo, dice ante la Vidente, pero no le teme a su saber, aunque se siente con su alma sucia, desgarrada. Y aún así, la siente más cercana que a su madre. Él ve a la Vidente a través de sí mismo, y su carta es la escritura de su sombra, la huella olvidada del futuro, pero la evidencia de lo que Artaud ve en sí mismo. La protección del Oráculo, al investigador del destino, como la Vidente, a la Madame que le parecía tan bonita como cualquiera de las mujeres de las que espero el pan y el espasmo, y que me alcen hacia un umbral corporal. Usted no tiene límites, a ojos de mi mente, le dice, ni bordes, es absoluta y profundamente incomprensible. Lo horrible, Madame, advierte Artaud con su videncia real, está en la inmovilidad de esas paredes, de esas cosas familiares, en la familiaridad de los muebles que la rodean, de los accesorios de su adivinación, en la indiferencia tranquila de la vida en la que usted participa como yo.
Rolando Gabrielli║2005©