AÑO EMBOLAÑADO
El año volviò a comenzar embolañado. Eso es bueno para RB y la literatura en general que no deja de asombrarse asimisma. Cada autor se mira a su propio espejo y dice que èl no es el mismo, con la excepciòn de Borges, que les temìa y nunca se enterò que cuando viajò a Suiza, ya al morir, alquilò un apartamento que a la entrada tenìa un gran espejo, que de seguro le reconociò. Borges ya los traspasaba como una luz oscura y amarilla, que sòlo identificaba lo que sus manos y sueños tocaban. Borges siempre hablaba del otro Borges, en alguno tal vez se reconocìa, en muchos se desmentìa.
La literatura abre muchas puertas, para salir y entrar, y en cada traducciòn, hay mucha traiciòn. Ignoro quien piense que Bolaño fue un perseguido de Pinochet. Estuvo preso unos dìas y èl mismo se encargaba de aligerar esa carga històrica de su pasado, porque no tenìa la mayor importancia. despuès de lo que habìa apsado con Vìctor Jara y miles màs, era una falta de respeto aparecer como hèroe. Bolaño se enfermò cuando ya era Bolaño conocido, aunque tuvo leves mareos en su adolescencia. Està lleno de escritores exiliados y pobres, pero no todos tienen la calidad de Bolaño, el coraje para plantar cara al Boom, a los chilenos ninguneadores, a los editores, a gente consagrada y vivir siempre al borde del precipicio, pero sin caerse, Conversar todos los días con el abismo.
Los agentes literarios que parecen casi de la SS, cazadores de fortunas impresas, y las editoriales mismas, que buscan un buen hueso donde incrustar sus dientes, leS hubiese venido muy bien esto que ademàs Bolaño era adicto a la heroìna. Todo un personaje de si mismo, un autor desahuciado es muy valioso. (En este blog hace un tiempo ya largo hicimos un comentario al respecto sobre el supuesto consumo de heroìna de Bolaño)
Lo interesante, ya lo hemos dicho, es que un latinoamericano haya sido traducido al inglès, divulgado en Estados Unidos y esto de alguna manera proyecte nuestra literatura en idioma castellano en un paìs donde ademàs es la segunda lengua. Còmo explicar que los españoles no hayan hecho un esfuerzo por divulgar una obra como la de Bolaño en Estados Unidos en castellano, con el potencial que allì existe.
Hay que felicitar el olfato de Susan Sontag, quien recomendò su obra para ser traducida. Las ods novelas de Bolaño tienen relaciòn ademàs de Mèxico con Estados Unidos, 2666 mucho màs. Borges, que estaba completamente ciego, lo habrìa notado y recomendado en Estados Unidos.
Rolando Gabrielli©2008
Bolaño frente a Bolaño
JULIO ORTEGA 03/01/2009 (El Paìs de España)
Nunca hubiera imaginado Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003) que su obra traducida al inglés forjara a un autor más vital y novelesco. Julio Ortega analiza el balance de The New York Times Book Review, que ha incluido 2666, la obra póstuma del escritor, entre los diez mejores libros del año
Roberto Bolaño (1953-2003) solía imaginarse como otro y a veces incluso como él mismo. Pero no había previsto que después de su muerte sería, en inglés, otro Bolaño, y tendría el papel espectacular de una nueva vida. Traducida al inglés en Estados Unidos, su obra ha hecho nuevo camino y ha forjado, en la lectura, un autor no menos novelesco. Como en otro de sus relatos póstumos, nos encontramos con un personaje más vital y libresco que nunca.
La sintonía de un escritor con el lector es uno de los misterios de la vida literaria, pero es también parte de la oferta editorial y las expectativas del mercado. Pero si la fama puede ser un exceso de presencia, que deriva en la saturación y el énfasis; la suerte post mórtem de un autor está hecha de zozobra, entre olvidos reparadores y ceremonias piadosas. Un escritor de éxito no sólo necesita de una agencia literaria sino de una agencia póstuma para la puntualidad de su memoria.
El hecho es que en su balance de los diez mejores libros del año, The New York Times Book Review (14 de diciembre) incluye la traducción de 2666, que Bolaño dejó lista para ser publicada después de su muerte. El entusiasmo con que el novelista Jonathan Lethem la reseñó es proverbial. Compara al chileno nada menos que con David Foster Wallace, el más talentoso narrador de la última promoción, cuyo suicidio a los 46 años enlutó a la comunidad literaria. Valorado ahora mucho más que en vida, resulta tristemente confirmado por la depresión que lo venció: la crónica melancolía de vivir un espectáculo trivial. Sus libros resistieron ser parte del desvalor, pero mucho me temo que su muerte termine haciéndolos más fáciles.
Ya Borges había protestado que Unamuno y Lorca no eran su biografía, ni siquiera sus destinos, sino sus libros. Bolaño, un borgeano callejero, estaría de acuerdo. Pero habría añadido que esos libros los convertían en autores de sí mismos; y en su propio caso, en la mofa de su destino, en la máscara de otra mascarada.
Pero, ¿quién es éste Roberto Bolaño que es leído en inglés como un personaje imaginado por Borges no sin truculencia? En una y otra reseña, comprobamos que es leído como perseguido por Pinochet, como exiliado chileno, enfermo y pobre, pero rebelde, vital y literario, y hasta adicto. Este exceso de biografismo ha creado un Bolaño probablemente menos interesante que sus personajes, meramente real y, por eso, falso. Tanto es así que Andrew Wylie, el más poderoso agente literario contemporáneo (su supuesta pretensión de adquirir la Agencia Carmen Balcells estremeció a las literaturas en español como una amenaza imperial), y su viuda, Carolina López, devota albacea y heredera, aclaran en una carta a The NYT Book Review (7 de diciembre) que Bolaño "no sufrió nunca ninguna forma de adicción a drogas, incluyendo la heroína". Explican que, aunque "ampliamente publicado", ese detalle es inexacto y que el "malentendido persistente" seguramente deriva de que su relato La playa está escrito en primera persona. "Ese relato es en verdad una obra de ficción", confirma Wylie, poniendo a la literatura en su lugar; no en vano entre sus autores se cuenta Borges, cuya obra le debe (soy testigo) cuidado y protección.
No deja de ser novelesco que el agente literario deba intervenir para poner en orden la reputación de su autor. Bolaño habría aprobado esa vuelta de tuerca argumental, digna del humor de Nabokov.
El Bolaño que se lee en inglés no es el mismo que hemos leído en español. No sería la primera vez que en la literatura ocurre un fenómeno equivalente, no sólo porque los libros pertenecen al campo cultural de su producción y consumo, sino porque en la traducción adquieren otra vida, otra función. El ejemplo clásico es el de Poe, considerado un autor menor y de estilo sobredecorado, quien gracias a la traducción francesa de Baudelaire se hizo un autor mayor. Contrario es el caso de Neruda, que en inglés pierde pie. "Me gustas cuando callas porque estás como ausente" al ser traducido convoca irremediablemente lo opuesto: "Cuando hablas, en cambio, estás demasiado presente".
Probablemente el lector norteamericano reconoce en estas novelas una dicción que no le es ajena, y que le permite hacer suya, con apetito local, su riqueza. En inglés no son sólo muy literarias y minuciosas, apasionadas y brillantes; son, sobre todo, vitalistas.
La gran tradición de la prosa norteamericana vitalista, en efecto, ha sido el escenario donde se definen los varios estilos de la ficción característicamente yanqui. El mayor estilista de este estilo es Jack Kerouac, y su On the road, escrita en 1951 y rechazada por 19 editoriales antes de su publicación en 1957, un clásico moderno. Aunque la generación Beat terminó devorada por su biografía popular, sus obras son más serias que la imagen de sus autores, simplificados al punto de darse por leídos, convertidos en mercancía residual. El brillo de esa prosa vivaz, irradiante, fluida, imprevisible, resuena como un conjuro en las páginas de Bolaño.
No es casual que haya escrito tantas biografías que son necrologías (Los detectives salvajes ponen al revés el modelo Vida de poetas); y que el presente se demore en la frase que busca toda su presencia, su vida verbal encarnada. Se dijo que Kerouac frente a Ginsberg parece un "boy-scout del inconsciente", y que Ginsberg frente a Burroughs resulta otro... Esto es, siempre hay un escritor que va más lejos en los recuentos de una vida radicalmente vivida.
Felizmente, la versión de Bolaño es apasionadamente literaria.
Julio Ortega (Perú) es crítico y profesor del Departamento de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad de Brown, en Estados Unidos.
JULIO ORTEGA 03/01/2009 (El Paìs de España)
Nunca hubiera imaginado Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003) que su obra traducida al inglés forjara a un autor más vital y novelesco. Julio Ortega analiza el balance de The New York Times Book Review, que ha incluido 2666, la obra póstuma del escritor, entre los diez mejores libros del año
Roberto Bolaño (1953-2003) solía imaginarse como otro y a veces incluso como él mismo. Pero no había previsto que después de su muerte sería, en inglés, otro Bolaño, y tendría el papel espectacular de una nueva vida. Traducida al inglés en Estados Unidos, su obra ha hecho nuevo camino y ha forjado, en la lectura, un autor no menos novelesco. Como en otro de sus relatos póstumos, nos encontramos con un personaje más vital y libresco que nunca.
La sintonía de un escritor con el lector es uno de los misterios de la vida literaria, pero es también parte de la oferta editorial y las expectativas del mercado. Pero si la fama puede ser un exceso de presencia, que deriva en la saturación y el énfasis; la suerte post mórtem de un autor está hecha de zozobra, entre olvidos reparadores y ceremonias piadosas. Un escritor de éxito no sólo necesita de una agencia literaria sino de una agencia póstuma para la puntualidad de su memoria.
El hecho es que en su balance de los diez mejores libros del año, The New York Times Book Review (14 de diciembre) incluye la traducción de 2666, que Bolaño dejó lista para ser publicada después de su muerte. El entusiasmo con que el novelista Jonathan Lethem la reseñó es proverbial. Compara al chileno nada menos que con David Foster Wallace, el más talentoso narrador de la última promoción, cuyo suicidio a los 46 años enlutó a la comunidad literaria. Valorado ahora mucho más que en vida, resulta tristemente confirmado por la depresión que lo venció: la crónica melancolía de vivir un espectáculo trivial. Sus libros resistieron ser parte del desvalor, pero mucho me temo que su muerte termine haciéndolos más fáciles.
Ya Borges había protestado que Unamuno y Lorca no eran su biografía, ni siquiera sus destinos, sino sus libros. Bolaño, un borgeano callejero, estaría de acuerdo. Pero habría añadido que esos libros los convertían en autores de sí mismos; y en su propio caso, en la mofa de su destino, en la máscara de otra mascarada.
Pero, ¿quién es éste Roberto Bolaño que es leído en inglés como un personaje imaginado por Borges no sin truculencia? En una y otra reseña, comprobamos que es leído como perseguido por Pinochet, como exiliado chileno, enfermo y pobre, pero rebelde, vital y literario, y hasta adicto. Este exceso de biografismo ha creado un Bolaño probablemente menos interesante que sus personajes, meramente real y, por eso, falso. Tanto es así que Andrew Wylie, el más poderoso agente literario contemporáneo (su supuesta pretensión de adquirir la Agencia Carmen Balcells estremeció a las literaturas en español como una amenaza imperial), y su viuda, Carolina López, devota albacea y heredera, aclaran en una carta a The NYT Book Review (7 de diciembre) que Bolaño "no sufrió nunca ninguna forma de adicción a drogas, incluyendo la heroína". Explican que, aunque "ampliamente publicado", ese detalle es inexacto y que el "malentendido persistente" seguramente deriva de que su relato La playa está escrito en primera persona. "Ese relato es en verdad una obra de ficción", confirma Wylie, poniendo a la literatura en su lugar; no en vano entre sus autores se cuenta Borges, cuya obra le debe (soy testigo) cuidado y protección.
No deja de ser novelesco que el agente literario deba intervenir para poner en orden la reputación de su autor. Bolaño habría aprobado esa vuelta de tuerca argumental, digna del humor de Nabokov.
El Bolaño que se lee en inglés no es el mismo que hemos leído en español. No sería la primera vez que en la literatura ocurre un fenómeno equivalente, no sólo porque los libros pertenecen al campo cultural de su producción y consumo, sino porque en la traducción adquieren otra vida, otra función. El ejemplo clásico es el de Poe, considerado un autor menor y de estilo sobredecorado, quien gracias a la traducción francesa de Baudelaire se hizo un autor mayor. Contrario es el caso de Neruda, que en inglés pierde pie. "Me gustas cuando callas porque estás como ausente" al ser traducido convoca irremediablemente lo opuesto: "Cuando hablas, en cambio, estás demasiado presente".
Probablemente el lector norteamericano reconoce en estas novelas una dicción que no le es ajena, y que le permite hacer suya, con apetito local, su riqueza. En inglés no son sólo muy literarias y minuciosas, apasionadas y brillantes; son, sobre todo, vitalistas.
La gran tradición de la prosa norteamericana vitalista, en efecto, ha sido el escenario donde se definen los varios estilos de la ficción característicamente yanqui. El mayor estilista de este estilo es Jack Kerouac, y su On the road, escrita en 1951 y rechazada por 19 editoriales antes de su publicación en 1957, un clásico moderno. Aunque la generación Beat terminó devorada por su biografía popular, sus obras son más serias que la imagen de sus autores, simplificados al punto de darse por leídos, convertidos en mercancía residual. El brillo de esa prosa vivaz, irradiante, fluida, imprevisible, resuena como un conjuro en las páginas de Bolaño.
No es casual que haya escrito tantas biografías que son necrologías (Los detectives salvajes ponen al revés el modelo Vida de poetas); y que el presente se demore en la frase que busca toda su presencia, su vida verbal encarnada. Se dijo que Kerouac frente a Ginsberg parece un "boy-scout del inconsciente", y que Ginsberg frente a Burroughs resulta otro... Esto es, siempre hay un escritor que va más lejos en los recuentos de una vida radicalmente vivida.
Felizmente, la versión de Bolaño es apasionadamente literaria.
Julio Ortega (Perú) es crítico y profesor del Departamento de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad de Brown, en Estados Unidos.