El Premio Nobel de literatura es
un juego de azar de posibilidades y apostadores. Cabalas geográficas, género,
situación política, años de estar en la fila de posibles galardonados, pistas y
despistes, enigmas, pronósticos como en las carreras de caballos. En fin, el
Nobel de literatura es la estrella de los nobeles del flamante premio sueco,
cuya academia cada año pone en vilo el alma de narradores, dramaturgos y
poetas.
Las anécdotas entorno al lauro,
superan a veces la ficción de los propios galardonados y la comidilla que
envuelve el periodo previo y posterior al fallo, son alucinantes, dejando algunas
víctimas irreparables en el largo camino del olvido. Algunos no llegaron a la meta, fueron postergados hasta el infinito, otros hicieron una larga antesala como una penitencia del limbo al paraíso, uno lo rechazó por no aceptar etiquetas, otro se lo hicieron rechazar, algunos aún no se lo merecen y quedaron como vulgares laureados ignorados por el también. Una mujer poeta muy criticada por moros y cristianos antes, durante y después del lauro, se ha crecido con el tiempo como la Cordillera de los Andes. Otro por comunista lo recibió como un premio de consuelo un par de años antes de morir, sin ser un viejo ni menos comunista como tal vez algunos pensaron o quisieron. Joyce y Kafka, para no andar en el oscuro laberinto de los académicos suecos ni ponerle más dinamita al premio, cambiaron la historia de la literatura, y aún deben estar en Dublín y Praga escribiendo sus mejores páginas para la posteridad que siempre llega tarde.
En este juego "Nobelístico", un extraordinario ficcionador que le gustaba jugar el juego del gato con el ratón, se convirtió con el tiempo y para la eternidad en lo que él bautizó como el mito escandinavo. La solemne Academia lo congeló con su varita mágica del olvido, luego que el ficcionador cruzó la Cordillera de los Andes para abrazar a un tirano con sus manos manchadas de sangre y escoger la espada entre la dinamita. No hubo marcha atrás en Estocolmo ante ese salto voluntario al precipicio.
Hay otro candidato, muy irónico, que ahora dice que no lo necesita, pero sabemos que esperaría otros 100 años.
En esta leyenda escandinava, que montó con los fondos de la dinamita, Alfred Nobel, avergonzado de su destructivo invento, que se transformaría con los siglos en una rama de olivos ante la bombas atómicas y armas nucleares, corre en paralelo de este mundillo humano de poderes, intrigas, arbitrariedades, pasiones, debilidades, gustos literarios y políticos. Los académicos leen, leen, escogen, revisan, piensan, cotejan, y deciden.
La carrera al Nobel tiene sus galgos siempre en posición de partida, van en carrera en sueños, se conocen de memoria la ruta y meta, han vestido de etiqueta frente al espejo de la memoria infinidad de veces y ven como se triza el cristal que no cumple con el viaje prometido. Ilusión, desengaño, rabietas, palabras al viento, despecho, heridas incurables, frustraciones , el Nobel quita el sueño a sus postulantes, seguidos, acólitos, a quienes la fama les da a oler su magnético perfume.
El premio siempre aguarda en octubre, con sus nombres bajo la manga sueca. No daré ninguno, un par me guiña el ojo y es más que suficiente para respaldar un fluido azar.
La ilusión alumbra al hombre desde la luz de las cavernas. Que los dioses de la literatura protejan a los postulados y les de larga vida para seguir en carrera.