sábado, febrero 01, 2014

Auséntate

Auséntate,
auséntame,
en algún lugar
nos encontraremos.
Rolando Gabrielli©2014

jueves, enero 30, 2014

Érase una vez un bosque...





Si el bosque
 no te deja ver el árbol,
estás ciego
Si el árbol
deja caer sus hojas,
no lo cortes,
barre las hojas
Si la selva
la ves como un jardín,
construye el tuyo
a la medida de tus ojos
Si consideras a la naturaleza
un estorbo,
cámbiate de planeta
La vida y la belleza,
como la naturaleza,
no van
por un distinto camino.
Rolando Gabrielli©2014
Villa de Las Fuentes N.2/Bethania/Panamà

lunes, enero 27, 2014

El reposo del poeta

 
Alta traición:No amo mi patria./Su fulgor abstracto/es inasible./Pero (aunque suene mal)/daría la vida/por diez lugares suyos,/cierta gente,/puertos, bosques de pinos,/fortalezas,/una ciudad deshecha,/gris, monstruosa,/varias figuras de su historia,/montañas/-y tres o cuatro ríos”.JEP
 
Ha muerto el poeta José Emilio Pacheco, novelista, ensayista, cuentista, cronista, crítico literario, libretista, traductor, mexicano esencial. Las causas de su partida son contradictorias: se quedó dormido en el sueño o tropezó con unos libros en su biblioteca y se golpeó la cabeza, comentaron los medios  ayer domingo. Dos aspectos de una mala noticia, que significa la desaparición de un intelectual notable, que no se empeñó en demostrarlo.
La poesía  en este tiempo ya es un accidente, un azar, siempre una aventura, lo reconocería el mismo JE Pacheco, un poeta  del lenguaje y  de la palabra, que  apostó a la vida, al lado invisible de lo real, quizás.
Alguna vez afirmó en un verso  lejano en el tiempo y presente en esta hora, que Tenemos una sola cosa que describir: este mundo. Lo poco que sé de Pacheco es que fabulaba, fabulaba.
Tuvo el discreto encanto de despedirse en silencio  hacia un tránsito mayor. Tal vez consideró que había escrito todo lo que traía bajo el brazo, ni una cuarta más y en el mudo silencio final, se dejó partir. No estaba distraído, simplemente la obra estaba hecha y  sabía que con "poesía" no se va a cambiar el mundo. En medio del gran bullicio nacional, viendo como el viento sopla sin dirección, decidió hacer mutis por el foro mexicano en tiempos de gran crispación social. Una manera también de llamar la atención, un acto poético que reclama un retorno a los mejores valores del pueblo y de la nación mexicana. ¿Para qué sirve la poesía en estas circunstancias?, me imagino fue preguntándose. Él, un poeta del silencio.
Hasta el dúa de hoy no he encontrado un libro de José Emilio Pacheco en Panamá. Èl se quejaba que a México no llegaban los libros de los poetas chilenos. Es que la poesía, JEP, no circula por ninguna parte, las venas comunicantes están escleróticas, las endureció la banalidad, el consumismo, la farándula y la  clásica inmortalidad del cangrejo. Es más fácil dialogar con un clásico griego que algún contemporáneo, aunque la poesía clásica se convierte en contemporánea por su vigencia y lecturas. Así estamos de comunicados en la era de la (in)comunicación digital.
Reconocido internacionalmente tardíamente, como suele suceder en las mejores familias de poetas de este mundo y del otro, no pareció inmutarse que al final  de sus años le llovieran los premios desde Chile a España, dinero que solía decir, destinaba  a palear en parte su  mala salud.
Un poeta no es un reloj, las manecillas de la poesía giran en distintas direcciones, no tienen tiempo, su presente es perpetuo. La hora de la poesía y el tiempo del poeta son una misma cosa:  el poema.
A JEP, lo retratan sus palabras y gestos a lo largo de su fecunda vida, un hombre sencillo, alejado del mundanal ruido, de toda estridencia verbal e histórica. No se dejó llevar por las modas ni la retórica, no asumió el papel de profeta ni de hombre de actualidad, más bien abrazó la sencillez en la palabra y el poema. Era un humanista que se reconocía en el espejo, de la realidad de México.
A los poetas los bautiza la realidad, es decir, el lector. Por ahí pasa su escritura y memoria, por el ojo de quien lo lee, que será su mejor crítico. Los lectores son la extensión de la memoria de cualquier autor y a un poeta, a nadie, debiéramos preguntarle como  pasa el tiempo. Menos a José Emilio Pacheco, un maestro de la fugacidad.
"Si quieres que te diga que es el tiempo, entonces no me lo preguntes", responde  JEP. El tiempo pasará a pesar del poeta y el hombre será vencido por su pequeña, presente, temporal eternidad.
He leído sin la debida  atención a Pacheco. Me confieso, aunque tuve en mis manos, tengo, uno de sus primeros libros, cuyo  título me inspiró  el de esta nota: El reposo del fuego, que no es más que  un apunte cercano a encender un puñado de fuegos artificiales con  sus luces dispares hacia el cielo que todos miran de una manera distinta. Fue a  mediados de los sesenta que me encontré con este libro en Santiago de Chile. Leía todo lo que caía en mis manos y pasaba por el aire de la poesía. México tan lejos e inalcanzable para un estudiante de Periodismo. Octavio Paz renunciando a su embajada en la India, Tlatelolco ensangrentado, sabíamos de esos iconos de la pantalla, Negrete, Cantinflas, Tin Tán, María Félix, pero también de Zapata, Pancho Villa, Juárez, los muralistas, del México profundo, revolucionario y del más profundo de los profundos silencios: Juan Rulfo. Sabíamos, sabíamos de México Lindo/Canta y no llores... Después, en Panamá conocí a Carlos Monsiváis, uno de sus entrañables compañeros de ruta de ese DF, México, posible e imposible, una de las marcas registradas  del siglo XX y de este tiempo. JEP sabía que la poesía ardía en su propio fuego, el fuego de las palabras. Si hasta el fuego arde en sus propias llamas, nos anunciaba en uno de sus primeros libros.
Jorge Emilio Pacheco perteneció a una extirpe de escritores mexicanos  Llaneros Solitarios, cuyas balas de plata nunca tuvieron que usar para cazar lectores. Trabajaron sin estridencia de ninguna naturaleza, como si cada  día escribieran una última palabra. México tiene sus iconos, y la generación de JEP es icónica, referencial, en la cuerda de la vieja tradición azteca, tan rica y diversa, como pocas  en el idioma español. No voy a nombrar a tanto nombre, Rulfo no me perdonaría abandonar su silencio.
México, tanta historia y tragedia al mismo tiempo. Con una cultura e identidad tan mexicana, admirablemente, diría. México de raíces profundas, ha sabido atraer con su  imán cultural, misterioso y geográfico a intelectuales, escritores, artistas de  varios continentes. No es un hecho menor que México haya acogido y seducido a Gabriela Mistral, André Bretón,  Trotsky, Artaud,  León Felipe, Malcom Lowry, Alvaro Mutis, Gabriel García Márquez, Juan Gelman,  Le Clézio, Roberto Bolaño,  Fernando Vallejo y otros. El mismo Neruda tuvo a México como una de sus patrias.
Bien por México y su hospitalidad, la grandeza de su historia y las  sombras que pudieran  cubrir la luz y las horas terribles.
Nos despedimos con versos de JEP, objeto  y sujeto principal de esta nota al voleo de las palabras y unas malas lecturas imperdonables.
En el polvo del mundo se pierden ya mis huellas
Me alejo sin cesar
No me preguntes como pasa el tiempo.

 


 

domingo, enero 26, 2014

Me intimida

Me intimida la sombra
de tu sombra
que no me deja ver
la luz
de tu cuerpo.
Rolando Gabrielli©2014