En el divàn de MafaldaPor favor, Quino, la infancia somos todos, en un mundo de desamparo, pobreza, corrupción, violencia, terror, de grandes simuladores, especuladores, falsificadores, impostores, mentirosos, intermediarios de la felicidad, y donde aún sale el Sol cada día a pesar de los timadores. De aquellos que se guardan en el bolsillo un eclipse al salir al trabajo. En su parabrisas llevan una nube de espanto con la que juegan de espalda al mundo. Usted sabe Maestro, que estamos cojos, mancos, ciegos, mudos y que la banalidad y estupidez, son dos de los grandes protagonistas del espectáculo que se nos presenta a diario. Como ascensores que van en contravía y se juntan, chocan y sonríen. No seamos pesimistas, ni optimistas, sólo realistas: pidamos lo imposible. Frase surrealista, como sea, ya vencida en los muros de las calles del 68, y es lo que nos va quedando aún en caja.
Maravilloso su reconocimiento por la UNICEF, merecido, meritorio, macanudo, pero como lo dibuje, pinte o represente, el m u n d o ESTÁ i m p r e s e n t a b l e, Maestro, como se le mire, vista, maquille, redondo o cuadrado, azul o en llamas. Quién iba a creer que íbamos a tocar techo y fondo al mismo tiempo. Es como reír en medio del smog. El abismo vertical, está bajo y sobre nuestros pies, es decir, arriba de la cabeza. ¿Llegamos a la sima sin más o a la cima sin menos, o se organizó el cisma? Ni un mago, descubre el truco de esta bola de fuego rodando en la nieve. No sabemos si es una sopa o una torta de crisantemos con ortigas. El mundo es un gran tamal, un taco picante o un par de huevos estrellados sin luna ni mareas al viento sostenido por un par de alfileres en el aire. No se puede subir y bajar por una misma escalera al mismo tiempo, ni poner a rodar la rueda al revés para ahorrar tiempo o acortar distancias en el camino.
En los sesenta, a tus seis años, querida Mafalda, el mundo no es que fuera tan insoportablemente redondo, tú lo mantenías bajo estricta vigilancia en cuidados intensivos, pero respiraba y no olía a espanto, espanto. Aguantaba su par de parches de curita y mercurio cromo, alcohol o agua oxigenada de por medio y vendaje. Como curiosidad, existía la clase media. Ahora, ese detalle de apreciación en el tiempo y estadísticas, es como si el hot dog no tuviera salchicha. Todo tiempo pasado no es peor, ni mejor, ni parecido, ni semejante, ni comparable, ni, ni... Y tampoco vamos a la mar que es el morir.
Estàbamos en manos de la paz de las ojivas nucleares de uno y otro lado, de la buena voluntad de la ONU, y tù que querìas ser cuando grande traductora de esa alta organizaciòn intraducible, como si Babel la escuchara con el oìdo equivocado.
Avanzamos aunque no lo sospeche el conductor ¿Al infierno, me preguntas? A veces no sabemos que hay detrás de una pared y menos si vamos en dirección contraria . Un siglo y otro siglo, no es que se lleven mucho tiempo, pero la prisa ha apurado todo. Hay quienes piensan que Facebook puede arreglar muchas cosas y hacer del universo una Gran Familia; que cinco minutos de felicidad en la TV son la maravilla más grande en este mundo y al mismo tiempo una paso hacia la eternidad; que Ebay puede vender terrenos en la Luna y la virginidad (un riñón no tiene tanto mercado) ¿O el mercado es más grande que el mundo? ¿El celular es la Biblia de los pobres?
El tiempo es lo que más ha pasado. El viento de la historia sigue con sus oscilaciones Norte y Sur. Murió Lennon y el Che. Los Beatles cerraron su tolda. Se acabó Vietnam, se apagó la Guerra Fría, las dictaduras se desplomaron, el Muro de Berlín se desplomò, la Unión Soviética hizo mutis por el foro, hasta el siglo XX decidió partir. El hombre había llegado a la Luna, no se quedó allí, no supo que hacer, ni se la devolvió a los poetas. Despuès de todo habìa inventado tantos artìculos de uso domèstico que se sentò frente al televisor a esperar la vida.
La Luna no es de queso y el mundo menos, ni antes, ni después, ni ahora, menos. Mafalda tenía clara la película borrosa del mundo y cuando se le oscurecían los cuadros o desaparecían, preguntaba para dejar todo en claro aunque no existiera la respuesta. Una pregunta es mejor que lanzar la bomba atómica. La pibita decìa para sus adentros: sòlo sè, que nada sè. Los setenta ya no fueron color de rosa. Ni el más loco diván nos devolverìa la felicidad. El mundo rodaba como una pelota, se sentía más amigable, no en todas partes. En el Cono Sur daban sopa todo el día a una buena parte de la población. Sopa de cuartel, agria, salada, sin anestesia. La orden del dìa: Sopapo en todas sus formas y derivaciones, declinaciones de miembros quebrados, nùmeros, cifras, huesos rotos, patios callados., cuerpos deambulando desaparecidos.
Mafalda tambièn cerrò la tienda de pensar el mundo de otra manera, apuntarle con el dedo en el ojo y esperar que una estrella fugaz la rescatara de esta geografìa humana inexplicable. Nadie pudo convencer a Quino para que retornara con su maravilloso ingenio y emblemàtico, querido, personaje. Menos la realidad, que cambiaba por segundos. Fiel a su decisiòn, la dejò en el imaginario de sus lectores de todo el mundo, a esta argentinita de la clase media, intelectual, comprometida con la realidad, los cambios, amante del mundo per se e integrante de una familia común y corriente. Crìtica, observadora, mirando detràs del espejo, bajo el agua, al otro lado del muro. Ella era hija de un corredor de seguros y de una ama de casa, que sacrificò todo para cuidarla mejor. Había nacido un 15 de marzo de 1962.
Entre las cosas que menos le gustaban, era el calor y la violencia, esta pibita fanática de los Beatles. Criticaba el conformismo de sus padres y del mundo.
Rodar en el diario vivir de la vida parecía simple como el guante a la mano. Pero a veces, ni la familia da oportunidad para respirar. La calle tiene sus propios signos. La escuela, los maestros, los amigos. Cuadrar la realidad es una tarea para Sòcrates, Heràclito y Sófocles juntos con Eistein frente a un hoyo oscuro en el universo de las palabras y de la nada. El hongo nuclear le devoraba los sesos a Mafalda. En el divàn de la mañana se enfrentaba a la sopa. El mundo naufragarìa como el Titanic, al tropezar una y otra vez con la misma piedra, ese iceberg invisible de la estupidez.
Despuès del retiro, la cuerda floja se transformó en una situación de vida y muerte, realidad global, y nosotros en artistas de un trapecio sin red. Se esfumò la prima ballerina absoluta y el mundo construyò otros muros, buscò innovadoras formas de terror, nuevos mètodos para globalizar la pobreza, someter a la Libertad bajo el miedo, incrementar el abuso infantil, organizarse en las pirámides de la especulaciòn, estafa, engañifa a gran escala, construir paraísos artificiales, hipotecar las hipotecas de humo, ir y venir, por los viejos pasillos de la inequidad y montar guerras aquì y allà con los mismos mezquinos intereses , pretextos y cuentos que creìamos escritos en Las Mil y una Noche y que los viajeros de la Mesopotamia recordaban en las noches junto a las grandes lunas del vasto y enigmático desierto. El oro negro deslumbrò la codicia humana de los poderosos y de los màs audaces ambiciosos. Puso diamantes negros a brillar en sus manos.
Cuanto ha pasado, sucedido, màs lejos, hemos llegado, màs hemos retrocedido, perdido, confundido y ganado en pequeños destellos de luz en el largo túnel que al hombre le gusta construir como un pasatiempo aquí en la tierra. Las estrellas siguen convirtiéndose en polvo.
Despuès que Mafalda, su familia y amigos dejaron el escenario, en especial Libertad, el mundo definitivamente se encontró al fondo y a mano derecha.
Los terrorìficos y alucinantes pronósticos de algunos libros,1984 de George O., empalideciò frente a la nueva audiencia. El nùmero del pretexto, fue 11, querido George. La rueda enloqueciò. Y ya no pararìa de rodar el globo terràqueo, el mismo apolillado viejo envase azul màs contaminado, azotado por tsunamis, huracanes, guerras, atentados y explotaciòn del suelo y subsuelo de la memoria. Manhattan, Manhattan y los derivados de su sombra. Las profesìas se convirtieron en paisaje de Hollywood.
En el circuito cerrado del terror, oscuridad y engañifa mediática del siglo XXI, naciò otro mundo, el de la especulaciòn y codicia, el naipe marcado por el intermediario inescrupuloso. Cuerpos levantados en el aire por el resorte de la estupidez Graciosos artefactos humanos de la boberìa. La sopa ya estaba derramada, Mafalda.
Las personas creen que han visto todo. Eso es algo còmico. La realidad se regenera como la ficciòn o al revés, Alicia en el Paìs de las maravillas, ver para no creer. Había todo un mundo para ver y no creer. Los sueños estaban siendo subastados y la caja de Pandora era saqueada por los grandes timadores del mundo de papel. Y al mirar el rostro del mundo en el fondo de un pozo, el reflejo de la codicia de Wall Street, es el rostro, la cara malograda del espejo roto del planeta que asoma. Se han escrito toneladas de pàginas en tinta y papel y digitales, sobre el descontrol y la codicia, que llevò al mundo a las tinieblas económicas, a perder el rumbo. Esas primas a los ejecutivos, hermanas del desatre bancario, que han vuelto a surgir a pesar de la catástrofe y que el muerto aùn goza de mala salud. Los franceses dicen que no hay moral. ¿Los bancos la han tenido alguna vez? La moral es como una turista marciana que compra acciones en un casino y se las vende al Ejército de Salvaciòn para que las invierta en la construcciòn de castillos en el aire. La codicia tiene un código impresentable.
Mafalda, se preguntarìa quizàs: ¿la Bolsa o la Vida? No lo creo, Ella siempre apostò por la Vida, y especulò por un mundo mejor para todos. ¿Què nos dirìa por celular y en Internet? ¿Còmo chatearìa con el mundo? ¿Què nos dirìa del crash financiero, del suicidio moral del capitalismo, de un presidente negro en la Casa Blanca, de las mentiras de un presidente blanco, del genocidio como deporte militar, del consumo de droga como caramelos, de la pedofilia cristiana, de ese viaje sin rumbo, sin fin, sin finalidad, Sing Sing, por el desierto y las pobres montañas desamparadas de Afganistàn y de ese agujero negr llamado mercado. Allì, donde el viento se pierde, està el hombre sin destino.
Rolando Gabrielli©2009