El título refleja a su autor, le retrata de pie a cabeza: su
espíritu, la ciencia y ficción de sus intuiciones primarias. Roberto Bolaño, el
narrador de los poetas, se sigue despidiendo y la editorial Alfaguara,
cosechando estos primeros frutos de un autor que partió en su tardía
gloria, haciéndonos señas desde su última nave vikinga en el
Mediterráneo. Palabras y cenizas, la mar, la mar, retorna en cuerpo y alma el
autor de Los Detectives salvajes con los
antecedentes de su más representativa obra, según anuncia la editorial que le
promueve. (El libro del mundo iniciático de poetas que convierten la vida
en arte y viceversa, en un México relatado extraordinariamente). Un universo
vital que han vivido muchos poetas jóvenes en distintas latitudes,
cofradías, clubes, universidades, talleres, parques, barrios, ciudades,
buhardillas, sótanos, casas, sociedades secretas que enfrentan el mundo con las
armas de su poesía, su palabra maldita, que intenta hacer estallar el
establecimiento, la cultura oficial, porque la poesía nace de una espiga
oscura que el trigo convierte en poema. (¿Asaltantes de la realidad oficial?)
Quizás sea el autor con una mayor obra póstuma de todos los
tiempos y nos da la impresión que su historia literaria no tuviera fin.
Se reproduce literalmente hablando como un conejo en el sombrero
de un mago.
Bolaño, siempre vivió a contrapelo de su propia
existencia, en la precariedad económica y tuvo que recurrir a un negocito de
bisutería, a la venta de estas joyitas "de mentira", fantasía
pura, que permiten nada más que la sobrevivencia y también se ganó
la vida como cuidador de un parque y esos concursos providenciales de las
provincias españolas. Todo este arte de birlibirloque contribuyó a su mito
posteriormente, el Bolaño al borde del precipicio, pero lo que le
distinguió, como a Borges, Neruda, Vallejo, García Márquez, fue su propio
mundo literario, su obsesión, tenacidad, certeza de lo que estaba
escribiendo y hacia donde iba su mundo literario. Esa fue su mayor arma.
Todos vamos en nuestro propio laberinto, sus no certezas,
tanteos de ciego fueron una boutade tras boutade, y me refiero a
Borges, uno de sus maestros, un gran constructor de mitos.
Lo
importante es que supo mezclar su mundo vital con las lecturas e
imaginación, ingredientes claves para hacer una literatura
"trascendente", interesante, original, personal y que sea interpretada
y aceptada por un público universal. El novelista se vio en la realidad y la realidad en el espejo de muchos.
Hoy, la gloria de Bolaño es para su literatura y sus
herederos, para fortuna de sus nuevos lectores, sobre todo los jóvenes
que quieren iniciarse en este inefable mundo de la escritura y la
palabra.
Por comentarios publicitarios, de solapa, comerciales,
sabemos que es El espíritu de la ciencia ficción, es una obra
anclada en su trama de los 70, una especie de adolescencia de Los Detectives
salvajes, un punto de partida que pondría su pie en el acelerador
y ventilador de la nueva narrativa Latinoamérica, la novela que cerró y abrió
el siglo XXI, tendió un verdadero puente hacia el futuro. Bolaño
daba la impresión de agobio, exigencia, y urgencia notoria
de concluir la obra y subir un escalón que solo el destino
había registrado en su bitácora, pero que él intuía con una gran claridad. Descubrir el mundo de la escritura e irrumpir en la inocencia de una virginidad ya perdida.
Esta novela, El espíritu de la
ciencia ficción, comenzó a escribirla a inicios de
los 80 y todo indica que la cerró el 84. ¿Autobiográfica? ¿Iniciática? ¿Un acto
de fidelidad con el oficio visceral de la literatura? Poesía, amistad, vida,
obsesiones, el pulso de un escritor que sudaba literatura. Bolaño
monologaba con la noche y las palabras, Borges con las sombras de una
oscuridad insalvable, pero sobre todo con Bioy Casares, un ficcionador como él.
No por nada, sostenía en una de sus cartas al novelista
Porta, "aunque en el pulso se me rompan los tendones", en clara
advertencia que ponía su hígado en el proceso literario de turno y
en especial esta novela que le quitaba el sueño, al parecer, por esos
días iniciáticos. Así fue con su vida, que le acompañó hasta los 50 años,
implacable, no se dio tregua, y quería tal vez saltar un muro de silencio casi
insalvable.
Ante su devastadora enfermedad, nunca detuvo su escritura,
no dejó de sumergirse en sus personajes, escenarios, obsesiones
definitivamente, todo aquello que hace a un escritor vivir sus tantas
realidades bajo su propio caleidoscopio e intuiciones.
Un mensaje para los futuros escritores digitales, a los que
les pica la mano por publicar lo primero que les viene a la cabeza, la
genialidad del instante esa que viaja en la red, diría Manrique, que es el
morir.
Lo que no sabemos, es que si Bolaño viviera
hubiese publicado este primer espíritu ficcionador, porque definitivamente
congeló ese proyecto y privilegió otros. Sin duda, su edición, es una manera de
seguir y trazar su itinerario completo de escritor, descubrir sus costuras,
desvelos, acentos y tensiones. Era un hombre riguroso, detallista, obsesivo
con su obra. Tal vez la guardaba como un ejercicio necesario, un
antecedente virtuoso, esa antesala de una gran obra que está en mente. La
literatura no deja de ser un ejercicio, búsqueda, inagotable sed en
pleno ajetreo literario. Ahora sabemos, que la cerró como un
capítulo importante de lo que vendría a entregarnos como sus obras maestras, su
impronta definitiva.
Vuelve, entonces, el post Bolaño en una de sus tantas
versiones. No dejará de ser, en nuestra opinión, un escritor importante,
como bisagra y tránsito de la literatura de habla hispana del siglo XX al XXI.
Es, además, un personaje fuera y dentro de su obra y no necesita ni a la
ciencia ni a la ficción, sino a su presencia real, porque está en cuerpo
y espíritu en cada uno de sus textos.
Hay que ir a la obra para indagar sobre los pasos de estos
jóvenes adolescentes, detectives salvajes, enterarnos de sus peripecias, en
suma, de sus vidas y complicidades en el DF, el territorio urbano de sus
hazañas, sueños y vidas.
¿Un autor que ha sabido permanecer en un estado de
eterna juventud? Son tantas las interrogantes en un escritor de la
complejidad de Bolaño, que disparar una pregunta es una manera de cuestionarnos
su obra de a alguna manera. Así se nos presentó desde el fondo de su
ordenador y ahora en un manuscrito como éste, pequeña caja de
Pandora.
Solo queda disfrutarlo o indagar su obra como un verdadero
detective, pensando que tiene inevitablemente un caso de la vida personal
de un escritor convertido en literatura en vida y muerte. Los mitos
terminan siendo diseccionados en el quirófano de los críticos, lectores y
otros autores. Esta caso no es diferente: examinar al propio detective,
descubrir sus huellas, todas las pistas posibles para convertirlo en un
verdadero caso.
En la arena de lo nuevo, su espiral ascendente no se detiene.
En un grupo de 50 escritores contemporáneos, 2666 se ubica como la
obra prima, no solo de Bolaño, sino la mejor del idioma español en los últimos
25 años.
Un reconocimiento a la altura de una leyenda que se mueve
por el DF, Sinaloa, Blanes, Europa, el Sur de Chile y su región
central, y además rejuvenecido por las aguas del Mediterráneo,
que lo recibió como un hijo meritorio del Mapocho.
Los Detectives Salvajes ocupan un glorioso
tercer lugar en esta lista, donde aparecen autores como Vargas Llosa, Javier
María, Vila Mata, Javier Cerca, José Saer, Fernando Vallejo, Diamela Eltit ,
entre otros autores contemporáneos.
Bolaño murió con las botas puestas revisando hasta el
fin de sus días su monumental obra, una herencia para sus hijos, pensaba e
ingresaba a la historia de la literatura universal. Se fue con su acento
español, vivencias mexicanas, pero nunca dejó de ser, aunque no se diera cuenta
el mismo, chileno, un inconfundible chileno con su humor, ironía, tragedia,
precariedad, insomnio y el ataúd viviente de su larga, angosta y loca geografía
que le vio nacer entre terremotos y paisajes deslumbrantes de otros planetas. Y
finalmente lo expulsó por su propio desencanto.
La isla de Los Detectives salvajes
Estas encuestas arbitrarias, verdaderas carreras
hípicas, tienen la validez de un ejercicio especializado, pero lo recomendable
es leer sin el peso de la crítica, la obra de un autor que sabía lo que
estaba haciendo y en homenaje a sus desvelos, debemos leerlo con pasión, sin
más distracción que la propia historia que nos relata. Así lo leía una
mujer en una isla, absorta, detenida en su palabra, fugada de cualquier otra
realidad que no fueran esas páginas, en espera de un avioneta que la
trasladaría lejos de sí misma. La isla mecía sus páginas en el interior de su
imaginación, las manos que las sostenían, como le hubiese gustado a Bolaño,
pensé días después. Allí, anclada con sus largas piernas, en un murito de la terminal aérea, sin estar más que dentro de esas páginas con sus cinco sentidos, la tarde era de una lenta espera.
Lo relato y describo como si hubiese visto esa escena,
ensimismada subrayando cada página en coautoría con el mismo Bolaño, con quien
dialogaba y la suave brisa de la isla cumplía con el mayor de los silencios nunca escuchado.
Lo real es que Bolaño pareciera seguir escribiendo desde el
más allá: 8 títulos nuevos después que bajó el telón definitivamente hace
13 años. Poeta anarquista, novelista imaginativo, curioso, inconformista,
polemista incómodo, vivió una suerte de orfandad patria, como diversos
escritores chilenos y latinoamericanos, convertidos en diáspora.
Hizo su historia en el DF y Blanes, una zona costera, la entrada de la Costa Brava española. Se fue a vivir frente al mar, como Neruda, Huidobro y Parra, tres de los más reconocidos e influyentes poetas chilenos.
Polemizaba con sus pares chilenos casi como un
acto de reflejo y no dejó de hacer sombra con la larga y angosta faja de
tierra, que fue su patria de origen, más no de afectos, aunque en su
imaginario real la poética chilena no dejó de zumbar en sus oídos y
conciencia de poeta hasta el final de sus días. Le quedó difícil la poesía, en
un país de grandes poetas. Lihn en un principio lo rechazó y
después recapacitó, pero aún así, la poesía chilena no tiene las
fronteras de Bolaño.
Nadie puede negar -ni el mismo Bolaño- que poéticamente
hablando, forma parte de la tradición chilena y es de donde viene
inevitablemente, este insaciable lector borgeano. Chile fue "la
bestia negra", que duplicaba sus contradicciones, desafectos y defectos,
sus sueños ocultos y anarquía visceral. Pocos escritores chilenos le defendieron, en medio de sus continuas polémicas con sus pares. no estaba destinado a solo mirar o ver pasar el paisaje delante de sus ojos. Su rebeldía superó sus años mozos y la mostró hasta el final de sus días.
La influencia de sus lecturas, los años vividos,
las experiencias que pasan a ser parte esencial de la literatura,
su correspondencia con escritores chilenos, motivaciones, su innegable y
legítima obsesión por Chile, apuntan a una cierta oculta evidencia de su
chilenidad. El golpe de Estado, como a tantos chilenos, lo marcó, más
allá de esa visión mítica que depositaron sobre sus hombros quienes le
vinculan con un personaje que se salvó de milagro tras esos eventos indignos de
la historia de Chile. Allí comenzó a rodar el mito Bolaño, cuando a Chile
le sobraban los héroes y las tragedias. Supo construir su propia historia en
paralelo con su escritura, lo único que termina sirviéndole a un
autor. Muchos critican el Yo inmenso de Neruda, pero los narradores
suelen ocultarlo aparentemente transformándose ellos mismos en personajes de
sus novelas. La novela está totalmente contaminada de prosa, poesía, realidad-
ficción, de sí misma en un constante contrapunto que la navega en su eterna
sobrevivencia y camaleoneo.
La patria son mis hijos, dijo alguna vez, aunque puso
atención a los poetas chilenos-Parra, Lihn, Teillier, entre otros, a la
dictadura chilena y se obsesionó un tanto con Neruda, como con sus
maestros: Borges y el anti poeta, al que Bolaño resucitó con "su creciente
fama española", cuando disfrutaba de sus cuarteles de invierno. Parra
reconoció el gesto, lo calificó de príncipe cuando murió y lo despidió
con versos de Shakespeare alusivos a Hamlet.
Vivió, sobrevivió a una gloria pasajera, pero alcanzó a
sentir el viento tenaz y el olor inconfundible de la popularidad entre sus
pares y seguidores. Había ganado también dos prestigiosos premios, sepultando
su dilatado pasado marginal y le ponía cara al gran movimiento literario
latinoamericano llamado boom. Abandonó Sevilla, en su última presentación internacional, como un general
romano victorioso, con la desbordante gloria alcanzada a pulso en sus
eternas batallas.
Bolaño había hecho un corte a partir de Los Detectives salvajes, el boom y él no
congeniaron, a pesar de su admiración por Cortázar, pero siempre
devoto de Borges y otros argentinos, no puede desconocer influencias y tampoco
podemos olvidar que fue un rupturista y aperturista
generacional.
Encaró la vida y la muerte, más allá de todo oficio o
manera de ser e instalarse en este mundo. Este último manuscrito, muestra
el andamiaje de su escritura, el alpinismo verbal de su palabra, el idioma que
oculta desvelos y las noches que arrastran sueños inconfesables.
Alguien teclea, pulsa vocales y consonantes, donde ya no
llegan nuestras palabras dormidas en algún último amanecer. Es un rumor
extraño, el cuerpo de la amante inexistente o a punto de partir como si nunca
hubiese querido llegar. Así las palabras sorprenden con su amanecer
tibio, nuevo, inevitable.
Bolaño poco antes de viajar por el Mediterráneo dijo,
premonitoriamente sin saberlo quizás: “El mundo está vivo y
nada vivo tiene remedio. Esa es nuestra suerte”. Neruda, el poeta que
le fascinó con su lectura de Residencia en la Tierra y que un psico mago
años más tarde le convenció en México, que el gran poeta
era Nicanor Parra, vaticinó palabras de vidente para Bolaño:
me seguiré viviendo.