Me miró desde el resplandor de su alma, dio
pequeños saltos y corrió. Estábamos solos, aunque la luna refleja su luz
sin contar las personas ni los animales. No había mucho por donde ir y
salir, al parecer, la perplejidad puede llegar a paralizar los sueños y pies.
Una puerta de hierro negra como su investidura le detiene, inmóvil permanece
con su smokin negro y vista fija. Le noto las orejas más cortas que las de su
especie. No creo que a él le importe o
piense que yo estoy fijándome en los detalles. Su objetivo era pensar como se iba a resolver
la situación.
Su actitud fue de mirar más con el oído y rabo del ojo. Atento con los dos sentidos más potente para saber y explicarse mis movimientos. En el bosque no se movía una hoja, señal del fin del verano y el silencio acentuaba este cruce de miradas que se perdían en interpretaciones muy diferentes de las circunstancias o acaso no había ninguna que hacer.
La literatura, una manía de la cual me es difícil desentenderme, me empujaba a pensar en el Conejo Blanco de Alicia, pero este era negro, mucho más pequeño y al parecer perdido en el bosque. ¿Su mirada me quería decir algo o era una interrogante que reflejaba estoy en apuro? ¿Con esas orejas tan pequeñas habría escuchado mis pasos o simplemente las tiene de adornos?
Lo primero que me di cuenta después de observarlo largamente, mejor dicho lo segundo, después de las orejas, fue que no llevaba ningún reloj de o en el bolsillo, porque era muy pequeño. Cualquiera de las manecillas sería una pesadilla para su tamaño. La extrañeza de mi presencia, al parecer, era suficiente para mantenerle alerta, a la espera quizás, como en el ajedrez, quien hace un primer movimiento arriesgado. ¿La eternidad del silencio puede fijarse en un par de orejas y ojos fijos sin decir esta boca es mía? Pareciera que sí, con tilde, porque el momento se ha quedado mudo y cuanta falta hacía solo la contemplación, el fascinante hueco de la mano vacía. Un espacio compartido, entre caballeros, separados por una puerta negra insalvable, pero con la imaginación abierta hacia el bosque. La llave está en lo que podemos soñar y alcanzar sin ver.
Imagino que pensamos algo parecido, como llegamos a un mismo lugar, de dónde venimos y por qué estamos aquí frente a frente como un iceberg dormido frente a un barco anclado. No estamos conversando, ambos desconocemos si tenemos cartas secretas que jugar o movidas fuera del tablero para impresionar al visitante. La especulación del silencio y de guiños sin proponérselos, puede resultar una comunicación deliciosa y sin mayores pretensiones ni compromisos.
De pronto se me ocurrió que me estaba escuchando, bajé el nivel de intensidad del silencio, lo intenté poner en neutro, como si fuera solo el bosque, la puerta negra y el lugar. Me dio la impresión que pensó, por tener las orejas cortas, dijo, "éste cree que no escucho lo que está pensando", o algo así. El nivel de especulaciones, ahora que lo pienso, era de parte y parte. Éramos una interrogante a resolver, la ecuación de quién eres tú y qué haces en mi camino, por qué ahora, de qué lugar del bosque vienes y por qué tú tienes las orejas más cortas que las mías, o algo así. Un milagro que la ciudad aún tenga estos pedazos de bosque, la reflexión es mía, y los conejos existamos, ¿me dices?. La gente que se los come debiera quedar saltando para siempre, como conejos . Y con las orejas largas para escuchar todos los ruidos de la ciudad, que no son pocos. Bueno, si alguien decide lanzar una bomba o un misil nuclear, no se van a necesitar orejas largas. No solo los conejos dejarán de saltar. Las cucarachas demostrarán su resistencia, finalmente. Las abejas ya habrán abandonado el último panal. Es el invierno de las hojas muertas.
Estamos cayendo en la filosofía. Un asunto casi griego y trágico además. La tragicomedia podría acercarnos más a nuestro temperamento. La Luna está mirando sin compromiso. Todas las noches son oscuras. No creo la alcance a ver, pero no puedo ignorar que no la haya visto y sepa quien es. La Luna está más cerca de un conejo que de los hombres, al igual que un sombrero. Haberla pisado y robado algunas piedras, no agrega nada nuevo. Las mareas suben y bajan, como antaño. La luna nos distrae con cosas bellas. Nos hizo creer un poco más en la poesía.
Su actitud fue de mirar más con el oído y rabo del ojo. Atento con los dos sentidos más potente para saber y explicarse mis movimientos. En el bosque no se movía una hoja, señal del fin del verano y el silencio acentuaba este cruce de miradas que se perdían en interpretaciones muy diferentes de las circunstancias o acaso no había ninguna que hacer.
La literatura, una manía de la cual me es difícil desentenderme, me empujaba a pensar en el Conejo Blanco de Alicia, pero este era negro, mucho más pequeño y al parecer perdido en el bosque. ¿Su mirada me quería decir algo o era una interrogante que reflejaba estoy en apuro? ¿Con esas orejas tan pequeñas habría escuchado mis pasos o simplemente las tiene de adornos?
Lo primero que me di cuenta después de observarlo largamente, mejor dicho lo segundo, después de las orejas, fue que no llevaba ningún reloj de o en el bolsillo, porque era muy pequeño. Cualquiera de las manecillas sería una pesadilla para su tamaño. La extrañeza de mi presencia, al parecer, era suficiente para mantenerle alerta, a la espera quizás, como en el ajedrez, quien hace un primer movimiento arriesgado. ¿La eternidad del silencio puede fijarse en un par de orejas y ojos fijos sin decir esta boca es mía? Pareciera que sí, con tilde, porque el momento se ha quedado mudo y cuanta falta hacía solo la contemplación, el fascinante hueco de la mano vacía. Un espacio compartido, entre caballeros, separados por una puerta negra insalvable, pero con la imaginación abierta hacia el bosque. La llave está en lo que podemos soñar y alcanzar sin ver.
Imagino que pensamos algo parecido, como llegamos a un mismo lugar, de dónde venimos y por qué estamos aquí frente a frente como un iceberg dormido frente a un barco anclado. No estamos conversando, ambos desconocemos si tenemos cartas secretas que jugar o movidas fuera del tablero para impresionar al visitante. La especulación del silencio y de guiños sin proponérselos, puede resultar una comunicación deliciosa y sin mayores pretensiones ni compromisos.
De pronto se me ocurrió que me estaba escuchando, bajé el nivel de intensidad del silencio, lo intenté poner en neutro, como si fuera solo el bosque, la puerta negra y el lugar. Me dio la impresión que pensó, por tener las orejas cortas, dijo, "éste cree que no escucho lo que está pensando", o algo así. El nivel de especulaciones, ahora que lo pienso, era de parte y parte. Éramos una interrogante a resolver, la ecuación de quién eres tú y qué haces en mi camino, por qué ahora, de qué lugar del bosque vienes y por qué tú tienes las orejas más cortas que las mías, o algo así. Un milagro que la ciudad aún tenga estos pedazos de bosque, la reflexión es mía, y los conejos existamos, ¿me dices?. La gente que se los come debiera quedar saltando para siempre, como conejos . Y con las orejas largas para escuchar todos los ruidos de la ciudad, que no son pocos. Bueno, si alguien decide lanzar una bomba o un misil nuclear, no se van a necesitar orejas largas. No solo los conejos dejarán de saltar. Las cucarachas demostrarán su resistencia, finalmente. Las abejas ya habrán abandonado el último panal. Es el invierno de las hojas muertas.
Estamos cayendo en la filosofía. Un asunto casi griego y trágico además. La tragicomedia podría acercarnos más a nuestro temperamento. La Luna está mirando sin compromiso. Todas las noches son oscuras. No creo la alcance a ver, pero no puedo ignorar que no la haya visto y sepa quien es. La Luna está más cerca de un conejo que de los hombres, al igual que un sombrero. Haberla pisado y robado algunas piedras, no agrega nada nuevo. Las mareas suben y bajan, como antaño. La luna nos distrae con cosas bellas. Nos hizo creer un poco más en la poesía.