Justiniani es pintor, artesano, creativo, artista de lo popular panameño. Lo conozco hace algunas décadas y la calle es su mundo junto a otros artesanos kunas o de países suramericanos que vienen a presentar y vender su arte al Istmo. Con frecuencia se le ve en la vía Veneto, en las cercanías del hotel El Panamá, uno de los lugares de paso más concurrridos de la zona céntrica de la capital. Allí instala su pequeño escenario con las muestras que va elaborando durante los días. Trabaja a tinta sobre cartón, papel, cortezas de árboles, cocos, inventa sus propias técnicas para profundizar en Panamá.
Estas palabras son absolutamente improvisadas, dispersas, como espero le gusten a Justiniani, quien estudió arquitectura antes de sumergirse en este arte popular. Durante años he esperado para hacerle una entrevista, hemos conversado decenas de veces, entre risas, la noche siempre por testigo, un café, me comenta que tiene una serie sobre Neruda y otra de América.
Su obra es para la inmediatez del ojo que coincide con su obra, porque nunca está expuesta, sino aquella que tiene un diálogo más directo con el público: las chivitas, águilas arpías (ave nacional), loros, comparsas (motivos carnavalescos), el Panamá que ya no existe, sentimientos de tierra adentro. Justiniani" es un marginal de lo profundo raizal", un artista que lucha por el pan de cada día y se mueve como un resorte por las calles de la ciudad. Su obra va con él, atada a sus propias visceras.
No lo he visto hace meses, hemos conversado horas, vive el día a día. Trabaja sus temas con detalle y dedicación. Entre sus trabajos, al serie de las chivas me parecen extraordinariamente logradas y muchos de eso cuadros han viajado hacia varios países, adquiridos especialmente por turistas norteamericanos.
Después de la invasión norteamericana a Panamá conversamos sobre como rescatar algunas cosas. El arte, la pintura, tienen esa posibilidad de recrear desde las sombras el pasado e iluminar el futuro. Recuerdo que le pedí que me dibujara una chivita que se iba al cielo y llevaba detrás el barrio El Chorrillo, el lugar más devastado por la invasión. Le gustó la idea y después de un largo tiempo apareció con la plumilla en blanco y negro que encabeza esta crónica. Ahí se ve el barrio, muy popular, fronterizo a lo que se denominaba la Zona del Canal.
Las chivas y chivitas son vehículos llenos de colorido como muestra la última foto, que circulaban en Panama y lentamente fueron desapareciendo. Crucé muchas veces la avenida Balboa, sentado en un neumático al fondo del corto pasillo, rodeado de indios(as) Kunas y trabajadores. Un vehículo de miniatura, angosto, con pocos asientos, frágil, volando por la ciudad. Así mismo se despidió, sin bulla y dejó sus pintorescos recuerdos.
La ciudad no es la misma, no sólo porque se moderniza, sino ha perdido esta pequeña magia del transporte que contrastaba con el mar y los rascacielos.
Alguno de estos días espero intercambiar unos cafés con Justiniani, en la calle, como a él le gusta saborear la vida, al instante, de paso.
Rolando Gabrielli©2007