En poesía, vivo el día a día, sin ningún plan, nada organizado, no hago recuentos, resúmenes, me atengo a la sorpresa del lenguaje, la palabra, que interroga, afirma, confirma, se contradice, explora finalmente donde el silencio pareciera abrirnos la puerta. Es tan vertiginoso el poema como las palabras que lo integran y el tiempo que vivimos, es el viento de nuestros días que pasa y vuelve a pasar inevitablemente.
El poema, por si a alguien le interesa, trabaja silenciosamente en las horas muertas, asoma inesperadamente, vacilante, de él ya no dependen las palabras, entra en juego una atmósfera desconocida, nueva, diría algo que se va pareciendo al asombro, lo que era un gesto, una señal, una palabra que convoca, conmueve, suma, arrastra a otras palabras y nos quiere decir de alguna manera algo que no se han dicho.
El poeta es el intermediario de una voz nueva, trae un mensaje, puede que en un principio lo desconozca, pero las palabras se lo van reafirmando en el poema. Tiene los bolsillos llenos de realidad y sus palabras no dejan de enfrentar infinitos crucigramas, esos laberintos donde se mueve la imaginación.
En el mar de los lugares comunes, ese sitio que acepta y niega la existencia de la creatividad, aquel que apela a la inspiración, donde también la poesía suda la gota gorda como una obrera de la construcción, en esa invención que solo le agrega un poco de belleza a la realidad, yo he trabajado codo a codo con mi musa, he compartido con ella todas las palabras que he encontrado en mi camino, las he sumado a la fortaleza de las suyas, buscando cristalizar nuestras utopías y compartirlas con el anónimo lector.
Yo he recurrido no pocas veces a mi musa, como lo hacían los antiguos griegos. Ella me ha confiado algunas palabras y decires, ese sello intransferible, que convierte las palabras en una expresión única, irrepetible. Pero, sin oficio, trabajo, interpretar y recrear lo que dice la protectora de mis palabras, sería casi imposible. La musa respira las palabras que terminan siendo mis palabras y Ella sabe que me debo a ellas como el pez al agua.
El Lector, es a quien podría interesarse en el poema, realizará un acto muy personal, íntimo, libre, sin presión alguna, cuando lo tenga frente así comience a recorrer el conjunto de sus palabras, a tomar una primera impresión, acercarse al texto con sus sentidos, interpretarlo y tener su primera versión. Hay textos explícitos que solo requieren de un vistazo casi de reojo. Otros son tan personales que cada lector puede sacar su propia conclusión y ver lo que quiere ver. Poemas para rumiar y rumiar. Algunos nos identifican, los hacemos propios, calzan como anillo al dedo. Textos que conservamos y convertimos en mantra. Pueden interpretar, hacer más llevadera o agrandar la soledad. Un gran menú: la poesía es por naturaleza revolucionaria del espíritu, conciencia humana, apunta al Ser. Un poema es un viaje/al interior de la palabra/debiera ser etéreo, eterno/confirmar su destino/a los ojos de un lector/que lee inadvertido/por las palabras que cruzan sus sentidos.
Rolando Gabrielli2023