Un indio de pequeña estatura,
mirada ancestral, hace malabares
en una esquina de la ciudad,
aplastada por un sol
que detiene, asfixia el viento
y levanta vapor del cemento.
Es un verano crudo,
incluso para una piel curtida.
Los automovilistas
permanecen indiferentes
en sus refrigerados vehículos,
ven al joven indio lanzar al aire,
en un ordenado
equilibrio,
un trio de desgastados palitroques
con una pelota de futbol
sin que caigan al suelo.
El semáforo pasa de luz roja
a verde y los
autos parten.
En la vereda, bajo
el ardiente sol,
se dibujan aún los
palitroques,
en sus perfectos
malabares,
que trajo un indio
de lejanas islas
a la ciudad.
Rolando Gabrielli2022
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