Alguna vez dijo, retratò, señalò con el dedo que..."Vivimos en una sociedad que sólo quiere de nosotros que consumamos, no nos pide nada más, ni convicciones, ni capacidad de protesta, ni indignación, no quiere más que tengamos dinero suficiente en el bolsillo para comprar y no tener que pensar".
Tómame, oh noche eterna, en tus
brazos y llámame hijo.
Fernando Pessoa
Josè Saramago era de esas personas y escritores que uno sin conocerlos personalmente, inspiraba cercanìa, complicidad por su dignidad, honestidad, coraje, franqueza, solidaridad, humanidad y calidad de su obra. Un referente de los escritores comprometidos con la humanidad, en un mundo en estampida, plagado de injusticia, deshumanizaciòn, montado en la espiral d ela estupidez y entregado al sacrificio del caos. Ahí, siempre, estaba la voz y la palabra de Saramago de frente a la realidad como un rayo iluminado. Escritor de cuerpo presente en un siglo mediàtico, farandulero, entregado como en los tiempos de Sodoma y Gomorra al porno-mercado, al folletìn de los noticieros globales, tiempos en verdad, sacudidos por sus propias pestes y escombros, esa enfermedad del èxito narco fascista.
En sus Otros Cuadernos de Saramago, se despidiò con estas palabras:
"Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte."
Despuès de todo, un escritor son sus palabras, ideas, pensamientos, filosofìa, y es lo que compartimos ante sus libros, algo màs que páginas, tipografía, un orden lineal.
Saramago fue la voz en el desierto de los sin voz, de los afónicos, de los mudos por conveniencia, de los que se silenciaron patèticamente ante el terror de la palabra oficial. Su evangelio fue el hombre, su tiempo, la historia, el conocimiento, la búsqueda de la verdad, la defensa del dèbil y siempre, un crìtico audaz, punzante, sin pelos en la lengua, que nos abriò los ojos ante la ceguera del mundo.
Conociò y viviò un mundo rodeado de muros, plagado de intolerancia, estuvo presente en àreas de conflicto, fue un viajero inagotable y no enmudeciò a pesar de los poderes fàcticos, de los grandes iconos de la farsa.
Su obra, su vida y acciòn, pone ad valorem al hombre en toda su humanidad y desnudez. Sólo intentò comprenderlo, porque el mismo hombre no se comprende asìmismo. Ëpoca del espectáculo per se, Saramago no se prestó para el show mediático, puso su talento, trabajo y prestigio de Premio Nobel, a favor de las causas humanitarias, de un mundo pensante, critico, alerta, vivo. Esa fue su apuesta, para lo que dio la cara, nunca fue la avestruz de los escritores "cosmopolitas-chamanes de lo nuevo que no llega, de lo viejo que se desconoce, del clichè o de la literatura en serie como las pizzas" Poeta y pobre, Saramago es hijo de las cenizas de su clase campesina, la que nunca olvidò con su señorìo y elegancia de "intelectual comprometido" a la usanza de los años setenta, siempre con la Utopìa.
Josè Saramago, hijo y nieto de campesinos, portuguès, autor del Evangelio según Jesucristo, censurado por el Vaticano e Israel, abandonò Portugal porque se sentìa bajo una nueva Inquisiòn, se fue a vivir sus últimos años a una isla llamada Lanzarote, en Canarias, España, siguiò escribiendo, editando y viajando por el mundo hasta que llegò el Premio Nobel, que una azafata se lo diera a conocer en el aeropuerto de Francfort. Es una anècdota màs en su larga vida que le llevò a pelear con los oxidados molinos de viento de la postmodernidad, este mundo que se fábrica asìmismo sus tumores, fiebres, pestes medievales, tuberculosis de pensamientos, la estitiquez mental, sus guerras de todos los tiempos, incrementa su antropofagia y alucina con sus conquistas sobre y a ras de piso
Josè Saramago, hijo y nieto de campesinos, portuguès, autor del Evangelio según Jesucristo, censurado por el Vaticano e Israel, abandonò Portugal porque se sentìa bajo una nueva Inquisiòn, se fue a vivir sus últimos años a una isla llamada Lanzarote, en Canarias, España, siguiò escribiendo, editando y viajando por el mundo hasta que llegò el Premio Nobel, que una azafata se lo diera a conocer en el aeropuerto de Francfort. Es una anècdota màs en su larga vida que le llevò a pelear con los oxidados molinos de viento de la postmodernidad, este mundo que se fábrica asìmismo sus tumores, fiebres, pestes medievales, tuberculosis de pensamientos, la estitiquez mental, sus guerras de todos los tiempos, incrementa su antropofagia y alucina con sus conquistas sobre y a ras de piso