domingo, mayo 10, 2020

Los pioneros tambièn mueren, viva el rock


LOS PIONEROS TAMBIÈN MUEREN, VIVA EL ROCK

Así es como se van las épocas en las letras de las canciones,  quedan sin duda los ecos de aquellos días, sus huellas y memoria. Es cierto que es pasado, polvo de ayeres tal vez, como todo lo humano que viene limpio, transparente, y asimismo parte esfumándose en la semilla que quizás pudiera dejar. Las hojas también caen y  se renuevan.

Ha muerto Little Richard, una parte importante de los cimientos del Rock and Roll, el ritmo  de mi generación y así van sucediendo uno tras otros los pasos en una pista de baile. Definitivamente la música marca épocas, hace historia, recorre nuestra juventud  como la sangre las venas, hijos  del Long play y del rock.  Cuando se lo quisieron  pasar a llevar  de los escenarios de la historia, fue categórico y no mentía: soy el pionero, el arquitecto del rock. El rock tiene historia, protagonistas, mentores, raíces y mezclas de muchos ritmos, esa síntesis  vertical de sentimientos y movimientos, una euforia ancestral  hacia adelante y atrás como una mecedora comentan los primeros historiadores. Pero como en todo en la vida, hay mucha goma de mascar y se pega en cualquier lugar, la saliva es inagotable. El rock ha resultado más fuerte que sus protagonistas y leyendas, ha demostrado tal fuerza que vino para quedarse, y los que ya no bailamos rock, hemos vuelto a la mecedora a repasar aquellos pasos y movimientos fantásticos que  encendían las noches juveniles.

Cae la tarde en Santiago de Chile, Nury y su hermana Nancy pasan por la esquina del barrio con una radio escuchando  rock y riéndose como en una cinta musical. Seguí con la vista las dos siluetas bamboleantes, pero yo no bailaba rock, ni nada, mis pies estaban tiesos, vírgenes. Mi timidez me retiraba de cualquier pista posible y ni siquiera me aproximaba a ninguna de ellas, porque el ridículo no era una abstracción, sino una apabullante realidad, socialmente  vergonzosa. La adolescencia no  perdona ningún paso en falso, a pesar que es una época de crecimiento, son tiempos de ensayo y error.

Me quedé tarareando la música  que el radio esparcía por la calle  y un poco rumiando su recuerdo  al anochecer. Vapores de adolescencia, nostalgia de la edad madura, tiempos, tiempos vivos  de otro calendario. Los días pasaron como suele ocurrir con el tiempo y conocimos a las hermanas Guerra. Nos invitaron a su casa a dos cuadras. Tenían un saloncito donde bailaban. El piso de madera  brillante. Gente de la cultura, lecturas, intereses nacionales. El toca discos tradicional de la época giraba y giraba y las hermanas hacían su exhibición  y ahí también estaba su hermano, más contemplativo y observador, solo dejaba que la música llegara a sus oídos. El saloncito, que oficiaba de una salita de recepción, tenía una ventana a la calle. Uno de los tantos lugares  en el mundo donde se bailaba Rock and roll y no figuraría en ninguna historia de revistas famosas, ni sería objeto de comentarios radiales, ni de otros pasillos que no fueran los del mismo lugar.

Para mí hermano y yo era una gran novedad y un escape de la monotonía juvenil y de la férrea disciplina paterna, estacionada en el castigo, censura, advertencias, culpa y todos sus derivados de la época. Los sábados era el día del Rock and roll, algunas boquitas, -qué atenta era esa gente, las personas de esa época- Coca Cola, risas, conversación, la búsqueda de intereses comunes, nos mirábamos a los ojos sin  casi pestañear y de telón de fondo la música  como una rima plateada en el atardecer de Santiago.

Nury comenzó a enseñarme los primeros torpes pasos, aflojar la cintura, atreverme a desafiar al rock, porque siempre supe que  el rock te lo permitía, es más, exigía decisión, una combustión diferente, animaba a perder la cabeza, seguir el movimiento de los movimientos y respirar felicidad. Me paré torpemente  en medio de la pista, como un maniquí, una especie de espantapájaros a la espera del sol, la lluvia, lo que viniere.

Años después me daría cuenta que el rock era negro, una música de alma negra, un puerta cultural para salir del infierno en Norteamérica, una verdadera  pasión ancestral en búsqueda de la libertad. Fue un blanco, eso sí, el que  abrió el candado a  esta fuerza incontenible que  ponía a bailar a los pies  mas tiesos, y que despertaba todo tipo de euforias y también malestar como ocurre con las revoluciones y los movimientos rompedores.  Pero ya había historia negra anterior, no reconocida como debiera, pero existía.

En el saloncito solté los pies, yo mismo me asombré, me dejé guiar, recuerdo perfectamente, por la maestra en el rock y la mecedora comenzó a funcionar  con la sincronización del va y viene, tan propio del rock, esa sincronización creativa, porque estimula a fantasear, a dispararse en el aire, fluir, flotar y volver al sitio de partida. Hay mucha complicidad en sus movimientos, entrega, olvido a pesar de las cuidadas formas que va adquiriendo cada paso en la improvisación personal y la relación de binomio que nunca se rompe y siempre se recrea el uno en el otro. No dejé más el rock. En los malones mostraba mis destrezas en la pista, había algo en los genes, al parecer. Los sábados por la tarde íbamos al saloncito en búsqueda del placer del rock y la charla amical distendida, grata, reconfortante y estimulante.

Un día la sorpresa nos sorprendió, a mí en especial, cuando entre  y se escuchaban los legendarios versos  de Veinte Poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda. Inolvidable reencuentro con la poesía del mito de la época, el audaz Neftalí Reyes Basoalto, que dejaba caer su lenta voz y palabras en nuestros adolescentes esponjosos absorbentes sentidos. Había llegado  con fuerzas la poesía y no éramos los únicos en Santiago que escuchábamos al vate, una poesía que nos conectaba con el amor y la vida, la realidad social de una época y el mundo.

El rock fue  un  poderoso eslabón social, un imán de la época. No necesitaba un relacionista público, se  había instalado en el centro de la guitarra eléctrica Elvis Presley, aunque la nueva leyenda, contaba con esta herencia  poderosa de las minorías negras, esclavas, y blancos marginales, que a través del blues, góspel,  jazz, country, entre otros ritmos, habían revolucionado  la música, el alma de una generación. Llegó la película  La mujer que yo adoro, como primer actor Elvis, y recuerdo en el teatro Monumental como la gente bailaba ante la pantalla. Un escena nunca vista en la sociedad chilena de la época, austera y pata tiesa, pero Elvis  ponía cualquier esqueleto en movimiento. Oh, el rock and roll/no deja de bailar en  su propia historia/ la muerte de un inmortal/en esta fiesta del adiós/con solemnidad el mundo debe continuar/y las guitarras hablar/El rock nunca morirà/mis pies, tus pies lo sostendrán/en el primer salòn de baile/que veamos en la ciudad/Un rockero no para de bailar hasta el amanecer/y vuelve a empezar donde una guitarra y saxofón/comiencen a tocar.

Little Richard fue un niño pobre, negro, gay, en una época poco tolerante, impuso su talento, pasión, y no dejó de ser quien quería ser. Para qué más datos, las estrellas nunca mueren, fue muy admirado en Inglaterra, Estados Unidos, sin duda, y por los Beatles, y tuvo una larga vida como pocos cantantes, músicos estrellas, que pareciera tuvieran un pacto con la muerte. Inspirò a Elvis Presley además. El rock tiene  su futuro asegurado, una historia que lo sostiene a prueba del tiempo. Lo popular tiene  fuerza y energía propia.

Elvis Presley le puso una  cara y un perfil al rock,  volvió a bautizar y proyectar con una nueva imagen, un blanco con voz de color y movimientos también  afros. Los Beatles lo veían como su ídolo, pero Elvis como una amenaza para su fama en Estados Unidos. La música se estaba renovando y los Beatles venían  con sus propias propuestas. Cuenta la historia que Elvis en una cita con Nixon en la Casa Blanca, había denunciado a Lennon como anti norteamericano, por decirlo en una palabra genérica. Le habìa escrito una carta previamente, con una letra infame, donde se ofrecía como agente federal.  Cosas del pentagrama  de las estrellas  rockeras y del pop rock.
Después vendría la betlemanìa, que generación afortunada fuimos, digo, con estos grandes artistas, bandas, movimientos musicales populares, que construyeron nuestro imaginario, junto a la cultura popular de los paìses donde nacimos y vivimos. Elvis tenía razón, pero su decadencia era inevitable, los ciclos van moviendo al mundo, algunos son un largo duración en vida como Little  Richard, al que estamos despidiendo en sus largos 87 años. Queda la historia, lo vivido, el aroma del tiempo, como diría el autor de un libro del mismo nombre y es màs que una metáfora, una sensación real. Larga vida al rock, muchachos.
Rolando Gabrielli©2020

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bueno este artículo ....lo que importa son las circunstancias en las cuáles una muerte sucede, esto de irse de repente, sin despedirse, en soledad y en situaciones extremas, como una guerra, o esta pandemia. Los lazos sociales nos configuran, y sin eso se quiebra nuestro equilibrio que tambalea. Salvo excepciones, pienso en los místicos, en Merton, ellos tienen a Dios en abstracto , reactualizado en lo diario en símbolos, actualizando el misterio en cada hecho del mundo ordinario, en vez de pandemia piensan en plandemia, siempre le encontrarán otro sentido, una prueba para la conversión. Cada cuál está en su película, pero los místicos, los artistas, los poetas, tienen otra fortaleza, recibieron un Don . La gente sin esta fortaleza sufre muchísimo, es sólo el mundo de donde esperan todo, desde el pan diario, hasta la finalidad de su existencia.

Alfa dijo...

Excelente !!! Que bella manera de expresión..
Cada frase, cada oración lo atrapa a uno como si fuera una telaraňa.
Pocas sensaciones se asemejan a la libertad de bailar o tocar rock&roll.. Gracias por esta historia que recuerda muchas anécdotas (del autor y propias), de una época que no morirá nunca.