domingo, marzo 30, 2014

Un domingo





Un domingo puede ser tan simple como el viaje de un delfín por una ruta ya conocida.  Lanzar al mediodía unos raviolis al agua hervida  y sentir como se  cocinan en la calle los afiebrados automovilistas  circulando bajo las temperaturas de espanto de marzo. En la pantalla del televisor se repite el viejo filme El Príncipe de las mareas. No estoy poniendo atención a todo, más bien viendo, siendo parte de una atmósfera. Pero hay un par de frases que rondan mi cabeza. Los libretistas hacen su trabajo, a veces, no siempre. Deslizan palabras, sugieren, invocan imágenes, apelan a la memoria, todo un leguaje  no escrito. Ahí pareciera estar el mensaje. Las mareas  son todo, es el ciclo de la vida, dice más o menos el protagonista. Muchos hoy se van con la marea. A otros los marea el poder. Eso ya es harina de otro costal, que la luna pareciera no influir o quizás, sí. (Mi alma pasta como un cordero, el influjo de las mareas).

En el orden de las horas, el infierno pareciera  haber establecido sus puntos de apoyo.  Una  marea de fuego  recorre el trópico y nada se mueve, como su recibiera una orden la orquesta del Titanic. Los raviolis ascendieron a la superficie del agua hirviendo con la liviandad  de su masa, pequeños ángeles del mediodía. Muchachos, me dije, este es el minuto. ¿Ustedes que piensan, este es el día? Los pequeños protagonistas permanecieron inmóviles. Vaporosos, sin ningún gesto que les delatara, absolutamente discretos. Mi memoria sostenía otro mensaje complementario, que me trasladaba a la infancia. Llevo semanas sin encontrar en los supermercados queso parmesano rayado. ¿Deberé comprar un trozo entero? Recuerdo a mi padre y madre rayando el queso parmesano los domingos. Un ritual dominical. Eran otros tiempos. Siempre me detenía a ver un cuadro con una pintura del diario La Nación y unas tunas dibujadas sobre el papel periódico. El cuadro colgando de la pared del comedor. Los cuadros no tienen otra manera de hacerse presente que colgados. A veces cuando estaba solo me acercaba al cuadro para ver detenidamente el sorprendente realismo de la obra, porque daban ganas de tomar una de las tunas y comérsela. Me quedó  grabada la  fecha del diario: 1931. Era un domingo distinto, el de la infancia. Son más largos. Quedan encerrados y parecieran que nunca van a terminar. El día es como un tren, viaja para encontrar una estación. Es tan largo  Chile, como el olvido.


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