El Sótano estaba iluminado como fin de fiesta. Apuraba unos trabajos y escuchaba los discursos de GGM y Carlos Fuentes desde Cartagena de Indias, durante el cumpleaños de Cien Años de Soledad. Nunca vi la torta amarilla llena de mariposas con sus velitas para tantas fechas macondianas conmemoradas ese día. Sin embargo, España seguramente homenajeaba también a Cervantes, quien no disfrutó su genio en vida y comparte la gloria con GGM. Carlos Fuentes dialogó todo el tiempo en su discurso con Julio Cortázar y GGM. Un homenaje, sin duda, al Gran Cronopio. El video mostraba una lluvia de papelitos amarillos sobre los asistentes a un acontecimiento único en las letras iberoamericanas y en la historia de la Real Academia de la Lengua Española.
Ciudad de Panamá lleva dos días vestida literalmente de amarillo con la floración mágica, efímera, espectacular de sus guayacanes sembrados en sus calles. GGM había abandonado el istmo, entre gallos y medianoche, un par de días antes de la floración mágica, cuyas flores se desprenden de sus árboles como mariposas macondianas absolutamente lánguidas, hermosamente efímeras, soñadoras, fantásticamente reales.
Salí a buscar un taxi, el auto personal con un problema electromecánico descansa bajo el guayacán. Surgió de la nada, de la boca húmeda de la noche, un amarillo, algo destartalado, zumbando con su motor casi dormido y tuvo la gentileza de detenerse a la 1.11 de la madrugada. Un hombre moreno, de barba, con una música estridente me sonrió en señal que subiera y dijo: ¿A usted lo he llevado alguna otra vez?- Probable, le contesté. El Dorado, le señalé y la música despertaba a un gallo antes del amanecer. La avenida estaba despejada, seguramente la fiesta de cuatro días seguía en Cartagena de Indias con reyes, presidentes escritores, académicos, periodistas y la gracia irremplazable del pueblo.-¿De dónde viene, me preguntó el taxista?- Vengo de escuchar a García Márquez. ¿Le conoce?- Sí, respondió. Por él y Gabriela Mistral reprobé un examen final de graduación en una de las bases militares norteamericanas aquí en Panamá.
El taxi-abejorro se internaba con sus ruidos por la avenida y el taxista alegre relataba sus peripecias con el autor de Isabel viendo llover en Macondo. -Él ya murió hace muchos años, dijo con aplomo y agregó, como uno pierde un grado académico, una certificación por una décima. Fue una máquina la que me reprobó. Esas no fallan. ¿Qué ha leido de GGM, le interrogué? El Pájaro azul, respondió de inmediato, sin dudar. Juro que vi esa noche como revoloteaba sobre mi ventana el pájaro azul y traía buenas noticias del Norte y del Sur. El taxista sonreía y seguramente recordaba pasajes inéditos de la próxima novela de GGM, El Pájaro azul. Me bajé del taxi y abracé al Guayacán, sentí como caían los últimos pétalos de sus ramas y me bañaban de un tenue y profundo amarillo.
Crucé la puerta y la memoria me llevó al pájaro azul sobre un lejano paisaje de nieve que sellaba su vuelo con la primavera.
PD: Gabriel García Márquez había revelado por fin como se puede escribir una novela como Cien Años de Soledad. La receta: dos dedos tecleando a la velocidad del viento sobre una Royal y consultando siempre las 28 letras del abecedario.
Rolando Gabrielli©2007
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