domingo, junio 20, 2010

Carlos Monsivàis, poeta del alma mexicana

Hace cuatro o cinco días atrás me picaba la mano, los dedos digitales por escribir, trazar unas palabras sobre Carlos Monsivías, quien estaba en cuidados intensivos hacía ya algunas semanas en el DF, la ciudad que creció dentro de sus pulmones, imaginación, historia, el sitio que respiró hasta la muerte y cargó en su piel como si todos los mexicanos descendieran de un mismo sol. No sé puede andar más rápido que la muerte, porque uno se cansa, siempre llega atrasado, y tal vez con la propia se sea más puntual. Carlos Monsiváis no necesita ni la más minima presentación, y con su desaparición física está de duelo la vida y la historia de México. Monsiváis fue el alma popular de México durante el siglo XX y esta década, buceó el corazón de sus compatriotas y se lo colgó al lado del suyo y salió a caminar por la vida, con la palabra, los escenarios dentro y fuera de México. Fue un cronista, ensayista, filósofo de lo popular e invisible, del sueño del hombre común y corriente y de la rica historia espectacular de México, sin pausa, con una visión crítica y autorizada por los hechos y la reflexión, el pasado y el presente. Se sentó a reír y llorar, a vivir con México, sus grandes momentos históricos y pesadillas. A imaginar que podía ser el futuro que veía en un presente siempre rico y vaciado por esa realidad mexicana a prueba de México.



Monsivàis era la Biblia mexicana, no había tema que no desmenuzara con su visión de águila azteca, y tuve la oportunidad de escucharle, conocerle y entrevistarle, y saber de viva voz su corrido por México muy mentado, con su lengua bañada en tequila, sal, pimienta y chile. Era un gato, sus comentarios caían parados de la altura que se lanzaran y sabemos que tendrán más que siete vidas, porque fueron hechos con la pasión del corazón y de la razón. Estudió las huellas digitales de lo mexicanos, su gran urbe la diseccionò, alertò sobre sus males de estos tiempos y otros, recogió también la risa, ironía, la suerte de espejo negro y blanco del mexicano de a pie. La buena y la mala suerte, se adentró en las sombras bajas, en esos rincones freudianos, como en la cotidianidad más pura. Sin el DF, Monsivàis sería una sombra sobre la sombra del DF, y él la habría inventado para pasearse por el corazón Mexicano. ¿Qué vamos a hacer ahora para viajar al DF si no tenemos el pasaporte de Monsiváis? Pocos anfitriones de las virtudes, bondades y de los sueños de una megaciudad, y si algún profeta contemporáneo sufriente, viviente, moriente, ha tenido esta ciudad monstruosa que se devora el aire, pero no las ansias de vivir, se llama Carlos Monsivàis. Fue un cultor de la esperanza y del excepticismo y de la amistad, tocaba las vísceras del DF, sus cuerdas bucales, bajaba por el agujero negro del Distrito Federal a tientas, y palpaba su vulva áspera, húmeda, profunda, insondable que lo real ficciona la realidad tangible, la que es verdadera.


A pulso se camina por esas calles sin dios ni ley, agazapado como un gato en su propia nube por esos cielos grises inundados también de azules que van y vienen con arreboles rojizos despidiendo cualquier atardecer, pero no la ciudad con sus interrogantes más grandes que un elefante y huidizas palabras que un ratón mueve cola y patas en las alcantarillas.


Ningún homenaje a Monsiváis, al luto negro feroz que deja a México y América Latina, puede pasar de largo por el DF, ese ogro que se devora la verdad y la mentira, pone a flor de la virtud, el ingenio y la malicie, toda la picardía y la pasión de un cronista que nació para mostrar el corazón y el esqueleto del DF, sus actores, protagonistas, tramoyistas, trapecistas, saltimbanquis, a la mujer barbuda, los viejos leones con sus bufandas y dentaduras gastadas, la porfiada historia mexicana que se hace y deshace una y otra vez sobre el viejo cuadrilátero del DF.


En el menú Monsivàis cabían todas las críticas, de izquierda a derecha y viceversa, un autor sin luz roja. La visión de un critico humanista, ni aspirante a santo y menos cura, más bien un cronista de una época brillantemente catastrófica, y así las consas, no puede dar cuartel. La soga es tan delgada como el cuello que la rodea y no para cortarse, sino degollarse lentamente como un espectáculo pasado de moda de cine mudo. La globalización, uno de sus temas, termina siendo una vaca con leche Nestlé para una clase que no sólo tiene buen apetito, sino la llave de la lechería o el abrelatas. Monsiváis criticó a toda una pandilla que se ha apoderado de todo y ha acorralado la vida frente al desierto o a la montaña, como si fuera una ruleta rusa, han puesto al mundo a dar vuelta con una bala a punto de disparar. Su trabajo puede ser el de un inclasificable, por lo amplio en lo temático, pero es que el mundo está de atar y todo está conectado y desconectado y tan esquizo que el abismo llama al hombre entre la esperanza y seguridad que algún día dará el paso final en su estupidez triunfal. ¿Se abrazarà al abismo?


Monsivàis es un escritor de Latinoamérica SA., un mundo que se la juega frente a un muro, desierto, apretujado en un camión, siempre por un sueño, a veces, no pocas, equivocado, pero la Utopía es nuestro objetivo final que no lo tiene. Una de sus características, es que Monsivàis no se camaleoneò como tantos intelectuales, políticos, periodistas, novelistas, críticos, cronistas en América latina y el mundo, más bien mantuvo sus principios hasta el final de sus días como el amor a sus 12 gatos. Fue un felino más. Su obra es monumental en tamaño, calidad y visión crítica. No son libros para museos, mausoleos o para la historia amañada de colegios y universidades. Vigencia es lo que tiene este mexicano alejado de todo chauvinismo, del ronroneo de la prensa amarilla, la trampa hacia el desarrrollo con crecimiento sostenido promoviendo el bienestar hacia los más pobres con acento en un equilibrio y mejores oportunidades de vida para todos, aprovechando las bondades del Tratado de Libre Comercio y su tridente imperfecto. Esa telenovela que aún continúa con capítulos cada vez más perversos por lo inéditos y macabros, donde se turnan los escenarios y salen a la sombra los cadáveres y la impunidad bebe su Margarita sin contratiempo. Todo este gran cuento de nunca acabar, Monsivàis siempre supo que tenía comienzo, pero no fin, que el gran culebròn de la muerte mantenía entretenida a la platea. En Mèxico la muerte se festeja, casi se desea, pasea por las calles, engalana y se le rinde un respetuoso homenaje como parte de la vida.


Lo cierto de toda certeza es que Monsivàis ha partido en una de esas coyunturas, circunstancias, etapas de la historia más duras y crueles, porque miles de mexicanos siguen dejando sus huesos en el desierto de Arizona, millones viven en la extrema pobreza dentro de su país, otros millones en un limbo migratorio, miles de familias separadas, con la esperanza que detrás del muro la gran piñata sigue al alcance de cualquier hijo de vecino, como si la fiesta estuviera por comenzar. Y quizás cuantos miles más se seguirán matando por el control de los carteles. Todo es un corrido muy mentado, como la madre.


Se fue en circunstancias no desconocidas para él, las cuentas estaban claras.Y lo valioso es que alcanzó a escribir y pronunciarse sobre todo lo que le interesaba a él y a la gente. No desnudó la sociedad mexicana, como podría decir un aguzado observador, sino la empelotó como una muñeca rusa hasta dejarla sin una muñequita sobre los  cuerpos que se multiplican para hacernos reír con el viejo truco que detrás de una Eva hay otras hasta el infinito y que el paraìso es una mera retòrica  para Adanes sin memoria. Fue poeta e incursionò en profundidad en la poesìa mexicana, elaborò antologìas y escribiò un formidable ensayo sobre Octavio Paz. ¿Cuántas veces le dio vuelta a la lengua del mexicano en toda su intensidad? Si las mesas redondas donde participó volaran, se taparìa el cielo de Mèxico, verìamos a Monsivàis sentado en verdaderos platillos voladores de distintas èpocas sobrevolando el espinazo y las arterias de la realidad. Buscó en todos los pisos pìsiquicos del alma del mexicano, se adentrò en el laberinto humano, pero tambièn caminò por la superficie de sus calles como uno màs, casi distraido. Coleccionò dìas distintos, iguales, nuevos, antiguos y pudo confrontarlos a los diferentes personajes de cada época como figuritas de papel y de la historia. Cada paìs tiene la posibilidad de ser un Gran Comics, algunos màs que otros.


Monsivàis se seguirà reescribiendo como si fuera la ciudad, levantando sus propios ladrillos, alguien le detendrà en la calle y le preguntarà como va y èl dirà, como vengo y voy, este es mi oficio de saber como van las cosas y ninguna serà como antes. Ya no necesita escritorio, sino recoger las balas que se echan en la frontera y en otros estados, oxigenarse maestro, que tambièn le estàn echando culpa de su muerte a sus gatos. Un gato que muere entre gatos siempre seguirà con vida. Las suyas fueron 72.


Monsi, como le decian sus amigos, como una manera quizás de sentirse próximo, tutearlo en su propio apellido, el la raíz, murió por una afección respiratoria, que señala como autores mas que intelectuales a los felinos que le ayudaban a encontrar la soledad real, compartir la ternura y los pasos que suele dar el silencio cuando los años transcurren. Se hospitalizò producto de una fibrosis pulmonar, y claro, los gatos son los principales culpables, a pesar que en el DF ya no circula más que el aire de los pulmones de otros 25 millones de mexicanos que se han tragado el mismo aire. La ciudad vomita a la propia especie que la construyò, la hizo a su manera y semejanza como un traje para iniciar una tortura de si mismo. 12 felinos, gatos con sus siete vidas cada una, rondaban dentro de la casa, los cuartos, el escritorio, compartían la vida y la muerte de una ciudad que tiene màs vidas que un gato de espalda. Pero nada es una coincidencia en esta vida y quizás en la muerte. El último inquilino en aterrizar en la casa de Monsi, ha decidido sumarme a sus amigos de confianza, es poseedor de un nombre singular, pero de un realismo y actualidad que no deberían sorprendernos, ni desestimarse: Catástrofe. Debe ser sin duda uno de los sindicados con mayores pruebas aun no comprobadas, pero en investigación, de la partida de este entrañable escritor que se entregò a la formidable tarea de amar a México por los cuatro costados y el que más le convenga al lector de sus brillantes, originales y  sabias crónicas.


Blanco, de manchas grises, podría pasar desapercibido durante el día y la noche. Catástrofe entrò al hogar de Monsivais dos años antes de morir, porque el escritor azteca se había adherido a una Asociación Defensora de los gatos olvidados. El mundo debiera estar lleno de ese tipo de asociaciones y el olvido tendría que comenzar a retroceder, ir en parte en retirada, volver a esa recàmara que imaginò donde vive con la indiferencia, la falta de memoria, el egoísmo, la ausencia de solidaridad y un millón de piojos muertos que pretenden resucitar gracias a algunas obras ocasionales de caridad. Buscaba un gato que le obedeciera, según dijo, el día que lo afiliò a su notable colección. Pero encontrar un gato obediente, es una tarea casi para un ratón. La independencia, autonomía, el ensimismamiento, la ausencia, el dejarse amar cuando quieren, es más que una agenda o diario de vida gatuna: es su manual de existencia. Aparentemente Monsi o no sabia lo que hacia o se demarcaba por una excentricidad a un bajo coste o, era un mandato de su corazón felino, un acto de pura hermandad. Catástrofe, que bella profecía como hecha a la medida de los tiempos, mostró su verdadera personalidad, el pedigrí que su nombre anunciaba y simplemente se dejò llevar en un medioambiente propicio. La ley felina, seguramente pensó, es para los gatos eunucos, falderos, sin iniciativas, ya dominados por el saber y la mano del hombre y su bisturí mutilador. La camada que vivía en casa de este mexicano excepcional, que le entrò al siglo XX como si fuera una mazorca, de ninguna manera se atenía a ley alguna, seguramente leían los titulares y por que ellos precisamente se iban a someter a un orden que no existìa ni en las mejores familias. La pandilla de los 12 apóstoles felinos de Monsivàis, quedaron al desamparo cuando su amo benefactor partió del imperio azteca para siempre, el día que abandonò el Valle, esa hondonada de historia, tragedias, de charros, licenciados,  cuates que se sumergen en sus tacos, burritos y tequilas sobre unos escalones de su historia como si ascendieran al lugar de los sacrificios de las sagradas pirámides mayas o aztecas. Allí los muertos respiran por todos nosotros y vuelven a caer al mismo vacío de nuestra época con sus vírgenes, niños y guerreros ya vencidos en el sacrificio. La sangre ahoga el cordero y bala por la historia como zorra primeriza. La muerte de Monsivais alertò a la directora de la asociación defensora de animales olvidados,(que bello nombre para calificar nuestra època) Claudia Vásquez, quien recomendó a Catástrofe como un encuentro feliz entre Monsi y un dòcil felino.. Ella pensó en su interior que suerte habrían corrido los 12 gatos huérfanos, un escalón superior al olvido, seguramente, se dijo. Detrás del teléfono siempre puede ocurrir una sorpresa. Todos la tenemos y estas pueden ser de lo mas agradables hasta un gruñido entre el grito y el silencio de la indiferencia. Una voz agresiva que respondía a la dulce Beatriz del Dante, sobrina del gran Monsi, dijo que fueron los gatos los responsables de la muerte del escritor y que ya había dormido a la mitad de los supuestos asesinos y que en los próximos días, daría cuenta del resto de la banda. Hubo consultas, contra información, adopciones no ciertas, un limbo se cernía sobre los felinos abandonados por fuerza mayor. Su dueño ya no estaba en posesión de sus actos. Las infaltables y famosas redes de Internet se hicieron cargo de la comidilla del tema, y lo màs seguro que desconocían completamente la obra, los pasos perdidos, días fieles y felinos del famoso autor de Días de guardar, Los rituales del caos, Escenas de pudor y liviandad, Yo te bendigo, vida; Frida Kalho: una vida, un a obra; Las alusiones perdidas; Los mil y un velorios; Amor perdido. Y echaron a rodar esa berborrea inagotable de estupidecez, lugares comunes, afirmaciones gratuitas, mentecatadas. La historia no estaba relatada al pie de los hechos y el caos de los felinos se sumaba al de sus transitorias amas que administraban a Catástrofe y sus colegas, a su manera. Una tía del cronista, María Monsivais, tuvo que salir al ruedo, que estaba distribuyéndolos en lugares convenientes donde se les atendiera tan bien como hacìa el escritor en vida. Pero ninguna historia es lineal y absolutamente feliz. Mito Genial, uno de los felinos con sus 17 largos años, falleció en medio de los cambios de domicilio. Uno llega a pensar que los gatos son inmortales, parecen silenciosas estatuas que se desplazan sin tomar en cuenta a nadie, menos a los dueños de casa. Bordean los jarrones chinos con una sutileza de àngeles desmemoriados, esa precisión de mulas sobre los acantilados, con la solemne responsabilidad del deber cumplido. Los bordes de la vida son sus lugares preferidos y nadie les separa de esos caprichos de ser ellos mismos. Los mitos tambièn se desmoronan y son como los tigres de papel que  señalaba Mao Tse Tung,  paìs que endiosa a los gatos y los tiene por sus protectores. Los gatos de Monsivais fueron bautizados con nombres especiales, propios de quien los necesita recordar Miss Oginia, Miss Antropía, Fetiche de Peluche, Catzinger, Peligro, Caso Omiso o Miau Tse-tung. El más viejo de todos era Mito Genial.


El ensayista, que fue Monsivais, de gran vuelo, ensayò una y otra vez sobre el México que descubría, el posible, imposible país azteca, el que dejo Cortez y los conquistadores, el que corto en dos el vecino, la Revolución mexicana y la partida de presidentes que ya partieron a mejor vida, el que se abría y cerraba como una caja de Pandora, el México que crece como un globo a punto de reventar, el México con una frontera electrónica manejada a control remoto por Los Picapiedras. El México que deberá florecer en el desierto, en sus calles que conducirán alguna vez a México en el corazón de cada uno de los mexicanos. Monsivais hizo su tarea. Se habla que dejo su obra en un gran desorden inclasificable, porque escribió de todo. Es como el DF inclasificable, no entiendo por que èl podría desprenderse de este calificativo y desorden. El reordenamiento dependerá del músculo de los que quedan vivos. Lo importante es que a los sobrevivientes no se les vaya el país de las manos o se sigan haciendo las cosas con los pies. Los papeles de Monsivais están ahí para ser leídos, revisados, estudiados, ordenados, clasificados, porque forman parte de la conciencia critica de una sociedad que se mira en el espejo del terror y de la muerte.
¿O serà Catàstrofe quien nos cuente los capítulos que Monsivàis dejò inconcluso despuès de su larga agonìa? Se fue con una espada atravesada en el pecho de un  Mèxico violento que se desangra com el toro en un ruedo que no ha escogido. La historia es una pared, un muro de frontenis, donde la muerte rebota una y otra vez.

Rolando Gabrielli©2010







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