Lo más grande
es el espacio, porque lo encierra todo. Tales de Mileto. ( 600 A.C.)
Una oficina sin ideas, creatividad, imaginación, puede
ser muy tecnológica, pero carecerá de alma, un verdadero espíritu innovador que
la diferencie de la creciente estandarización, del nuevo paradigma del diseño
que van creando las nuevas herramientas
digitales y homogenizando además el
producto. El diseño, a mi manera de ver, es un
acto creativo muy celoso de su
valor, individualidad, diferenciación, impone su propia personalidad y enamora
porque es único. Cuando se repite,
pierde valor e inclusive confianza en un cliente o usuario, porque es una pieza
más del mercado. El diseño es el mayor sueño de un arquitecto, se expresa en la intimidad de su oficio, es un acto personal, que puede adquirir un carácter colectivo cuando es necesario, porque la arquitectura no dejará de ser una construcción de ideas.
El silencioso papel sketch
En arquitectura, pienso, que todos los procesos
basados en las herramientas tecnológicas están imponiendo su estilo, se han hecho
indispensables, pero ya se venían experimentado previo la pandemia, y
terminaron por viralizarse. Ha sido una solución para salir al paso al aislamiento en que dejo el virus a la sociedad en su conjunto, una suerte de estado catatónico.
Sin embargo, dado que estamos ante una compleja
disciplina, cada día más integrada a un trabajo interdisciplinario, a
diversos y sincronizados procesos, y, sobre todo, a una feroz, avasallante competencia del disminuido, selectivo, complejo mercado, se
hace necesario dejar también que “la mano de Foster”, trabaje en el silencioso
papel sketch.
Nombro al británico, porque como todos los diseñadores
top, de alto nivel, siguen diseñando con sus manos, un lápiz y un papel. Este
ejercicio se seguirá requiriendo, en mi opinión de observador detrás del ruedo
del diseño y la arquitectura, porque es inherente a la expresión artística, reitero, creativa, de esta disciplina..
Personalmente desarrollo mi poética entre mis libretas y el ordenador,
pero lo que no se puede detener son las
lecturas, observaciones, reflexiones, apuntes, correcciones, la pasión, una obsesión en el buen sentido de la palabra, porque esa es la raiz del arte. Eso no viene más que de una sola herramienta, la más
maravillosa de todas, tan inexplorada y tiene tantos años como el hombre en la
tierra: el cerebro.
Ahí están todos los poemas con que “uno nace”, con la ayuda de los diccionarios, de la naturaleza, de la vida en una sola palabra. No puedo decir lo mismo con la arquitectura, porque interviene la mano invisible del mercado.
Los maestros del espacio nos maravillan
La arquitectura, viejo oficio de todos los tiempos,
arte y ciencia, es una gran deudora de los dioses de la creatividad. Ahí están
las obras maestras en cada época, siglo, tiempo, siempre aportando valor, reinventándose
ante los nuevos ojos que las observan, expresándose como un factor de cambio y permanencia de esta extraordinaria actividad humana, algunas sobresalen de la medianía y crean tendencia, otras pasan sin pena ni gloria.
A mí, especialmente me maravillan los maestros del
espacio irrepetible, de la luz, del entorno, los que hacen más ciudad, se
comprometen con el bienestar del hombre y de la mujer, crean un plus para el beneficio de la comunidad.
Aquellos que se deben como un mantra a
lo mejor del espacio público y hacen de ese lugar un lugar de todos, lo
convierten en un sitio de peregrinación moderna que produce, paz, armonía y
felicidad. Un lugar que invita a un viejo oficio, más antiguo que la
arquitectura, y actualmente extraviado
en las redes sociales, celulares, chats y en la creciente estupidez colectiva:
la conversación.
Al hombre contemporáneo le pasa hoy desapercibida la naturaleza, la magia que
tenemos ante nuestros ojos y que no debemos pagar un
centavo por disfrutarla, a no ser que los depredadores nos vuelen cada día
parte del paisaje o secuestren una
playa, derriben un bosque, saturen de monóxido carbono la atmósfera, violen las leyes naturales de la naturaleza.
La palabra arquitectura es tan bella
La arquitectura es tan bella como la palabra
arquitectura y te cobija de los malos tiempos naturales, brinda la posibilidad de crear tu propia
identidad en un sitio que has escogido, formar una familia, descansar, compartir, te humaniza.
Es cotidiana, amable, transparente, invita a recorrerla, deletrearla, produce
afecto y nos produce asociaciones y
sensaciones. Me trae a la memoria la
casa de Neruda en Isla Negra, todo un símbolo universal, el lar del poeta, el
sitio donde escribió una parte importante de
su poesía y hoy es sitio emblemático de visitantes de todas partes del mundo.
Él no era un arquitecto, hizo a retazos esa casa con su propia imaginación, un
amigo arquitecto y carpinteros, y pudo crear todo un mundo de referencias y
magia. Es el poder de la creatividad, de las ideas y de la arquitectura como
del sitio frente al poderoso, vivo mar de Chile.
El cambio es el ADN de la humanidad
La palabra cambio está de moda, parece un juguete
lego, se pone aquí y allá, se acomoda, se usa y reutiliza. Se dice que muchos
se oponen al cambio. ¿El cambio es un comodín en cada época de crisis? ¿O es la respuesta a lo desconocido y que ha llegado a imponer un nuevo orden?
Pero, me pregunto: ¿Esta es la única época en que la
humanidad ha enfrentado un cambio? El hombre viene cambiando desde tiempos
inmemoriales, la vida, las épocas, los siglos, las ciudades, los hábitos, las
comidas. La moda sigue siendo un vicio del instante, del lado femenino de la
humanidad. El cambio es el ADN de la humanidad. Lo único que no cambia, es que
tenemos que partir algún día, nacemos solos y morimos solos.
Todo fluye, nada permanece
Cuando escuché el nombre de Heráclito en el colegio por primera vez, no olvidé más
sus famosos pensamientos, sus ideas irrefutables: Todo fluye, nada permanece.
Lo conocí como Heráclito el Oscuro, me deslumbró, era un oráculo, un emperador de la paradoja. No nos podemos
bañar dos veces en el mismo río, el agua ni nosotros somos los mismos, sin embargo
algo queda establecido, que el agua fluye, permanece de alguna manera. Hace más
de 2500 años este filósofo hablaba del cambio. Pareciera ser que el cambio es
lo único que no cambia.
A veces los cambios son viejos, los vemos en tiempo
presente, pero se pensaron en el siglo pasado. La disrupción, que hoy se
apodera del mercado de las palabras, de las ideas, de lo nuevo, innovador, del lenguaje cotidiano, la prensa, surgió en 1995. Como todo lo nuevo tuvo un
inicio y se fue perfeccionando. La crisis
Covid-19, que paralizó las empresas, la vida económica como la conocíamos,
puso el pie en el acelerador en la aplicación de las nuevas herramientas, para
sobrevivir en una época en que se atacó el corazón de la condición humana.
Muchos comenzaron a comprobar que tan tecnológicos eran, como ajustarse a
nuevas realidades no solo para competir,
sino subsistir e ir acomodando las piezas de acuerdo a las circunstancias.
Otros fueron quedando en el camino, en medio de un paisaje lóbrego, incierto,
intimidante. Hay un libreto en curso, no escrito, con páginas en blanco,
espacios para el suspenso, y también para la toma de decisiones. Las sociedades más educadas en el amplio sentido del término, cuentan con herramientas más apropiadas y sabiduría, sobre todo, para enfrentar cualquier catástrofe.
El virus, lo más disruptivo
Volviendo a este mundo disruptivo del cual se habla, creo que no hay nada más disruptivo que la creatividad porque produce el cambio y en verdad esta herramienta es muy conocida y se usa hace miles de años. En las cavernas el hombre expresó su disrupción con el medio cuando pintó animales, la actividad del hombre en su momento, decoró a su manera su casa. Tal vez lo nuevo sea que se están usando herramientas tecnológicas cada día más avanzadas, eficaces, integradas, y de una manera más masiva.
Lo nuevo no son las recetas, ya anunciadas, sino las
herramientas que utilizará el cocinero y
como lo hará con su conocimiento, experiencia, talento, creatividad,
imaginación, curiosidad, para hacer el
plato más atractivo en el menor tiempo a un costo competitivo y que el cliente consuma a gusto y vuelva al local a sentarse
a la mesa.
La curiosidad no pasa de moda
Lo que en estos tiempos debemos rescatar es la
curiosidad, esta es la principal herramienta de un arquitecto, de un artista en
general, de un filósofo, de un científico., de quien está dispuesto a sorprenderse con lo nuevo.
Preguntarse el por qué de las cosas, indagar, poner a
girar la rueda infinita de las ideas, a brillar la estrella oculta del cosmos de la creatividad, distraerse
inmerso en el oficio, extremar nuestros sentidos para encontrar la única aguja
en el pajar. Ese es el camino, flexibilizar el uso de las herramientas, el trabajo en su conjunto, la cooperación en equipo, la horizontalidad como norma institucional y la solidaridad como seres humanos. No es posible solo escuchar la voz del Papa de hablar de solidaridad.
Hoy todo va a mayor velocidad, los procesos son para
agilizar, acortar caminos, funciones, disminuir costos, el mercado es un tirano
y no podemos tener la paciencia de un astrónomo que tiene 13 mil 800 millones
de años de universo, la historia del cosmos, para seguir estudiando, contemplando,
descubriendo. Ese oficio de estudiar los cielos es muy antiguo y quizás los
astrónomos chinos fueron los primeros. Nuestras culturas precolombinas fueron
muy avanzadas en los calendarios, y la historia siguió su curso hasta nuestros
días con el uso de instrumentos jamás soñados en la antigüedad ni vistos por el
ojo humano. Del primer telescopio hace más de 400 años construido por Galileo a los observatorios actuales, estamos a punto de bajar una estrella del cielo. En todo orden de cosas vivimos la acumulación del conocimiento que
propicia el cambio. El primer cosmonauta ruso, Yuri Gagarin, fue el primero en
orbitar la tierra hace seis décadas y abrió un nuevo panorama al conocimiento humano. Toda la
historia humana es rica en conocimientos y cada época ha puesto su granito de
arena con el que construiríamos la más espléndida pirámide moderna. La luna fue
un breve paso del hombre en el espacio, pero un gran salto para la humanidad, dijo el astronauta norteamericano, Neil Arstromsg.
La arquitectura no escapa en su campo y quehacer, a la
suma de todos los conocimientos de la historia, y los griegos, no olvidemos
comenzaron con la autosostenibilidad en sus polis, ciudades. Nunca como en
ninguna otra época, el arquitecto tuvo un papel tan influyente en la sociedad, en esos tiempos.
Lo que debemos entender es que la historia no es un accidente del tiempo y no estamos tampoco en el fin de la historia, más cerca quizás de los abismos que el hombre se empeña en acercarse y propiciar alcanzarlos como el niño que recién conoció la baranda que le impide caer al vacío.
¿Una pregunta que debemos hacernos, es si las
herramientas, las tecnologías neutralizarán la poesía de un diseño?
El futuro de las ciudades, una interrogante
En una época de búsqueda de soluciones eficaces en todo el sentido de la palabra, las preguntas son indispensables y una de ellas es el futuro de las ciudades. Pero yo diría aún más, su presente tan crítico, incierto y muchas veces errático. La pandemia ha demostrado que las ciudades que invirtieron en infraestructura, tecnología, espacio público, transporte , salud y educación , han tenido una respuesta más positiva y eficiente para sus ciudadanos. Son lugares, espacios más habitables, seguros para la familia y el trabajo. No podemos llamarnos a engaño si por décadas hemos perdido el tiempo. En ese espejo debiéramos vernos y cuanto antes mejor. Aquí vivimos y morimos, hacemos nuestras vidas, nos reconocemos como personas, está nuestra identidad que construimos días a día. Merecemos algo mejor para todos y que nuestra convivencia sea agradable, rica en vivencias, podemos transformarla en una experiencia única.
La ciudad es una tarea pendiente, sin lugar a dudas. Las interrogantes son muchas, incluye el respeto del medioambiente, desde luego. A veces los alcaldes no se dan cuenta de lo que tienen entre mano, que no es más que el futuro de millones de personas. La ciudad es la materia prima del arquitecto, el espacio por excelencia para que se desarrolle y ejecuten los proyectos arquitectónicos. De ahí la importancia que los griegos le asignaban al arquitecto en sus polis.
El cine mudo nos vuelve a hablar
El aquí y el
ahora atormenta a nuestra sociedad que se robotiza aceleradamente, y
nos divierte con la imagen satírica de Charles Chaplin En
tiempos modernos, que de tanto
apretar tuercas enloquece. Ya el cine mudo nos alertaba en su propio lenguaje acerca
de las vicisitudes del empleo en tiempos de la industrialización, del trabajo
en serie, las cadenas de montaje. Fue la época de la tormenta perfecta, durante la Gran Depresión. La
historia tiene buena memoria, existen ciclos, piedras parecidas en el camino,
que no vemos y tropezamos una y mil
veces. Las crisis son recurrentes y siempre traen cambios, asoman los famosos ganadores y perdedores, la naturaleza
humana es resiliente por naturaleza, se acomoda, busca su sitio, y vuelve a
empezar. Imaginémosnos, que el hombre está pensando habitar Marte, un planeta
aparentemente árido, inhóspito y desconocido. Somos conquistadores por naturaleza, optimistas, constructores de mundos, y nuestra especia persiste, en ocasiones, a ignorar sus capacidades, a imponer la ley de la selva, cuando debiéramos privilegiar nuestra propia humanidad.
Charles Chaplin fue un extraordinario humanista, un creador infatigable, excepcional, cuando no habían recursos en el cine, solo herramientas elementales y aún, décadas después nos hace reír, nos deja un mensaje social, actual , porque su obra es atemporal, toca al hombre en su espíritu.
¿La tierra no es nuestro hábitat? ¿Nos sentimos incómodos con tanta naturaleza? ¿Cuál es nuestro destino? Debemos saber que un grano de arena que pongamos en el día a día puede llegar a construir una pirámide. Cambiémos hoy.
Rolando Gabrielli 2021
1 comentario:
Excelente. Una muestra de lo que debemos hacer en materia urbanística para alcanzar esa utópica felicidad.
Publicar un comentario