domingo, julio 20, 2008

Presencia y Ausencia de Enrique Lihn

En la foto de Izq a der. José Ángel Cuevas, al centro, de barba, Manuel Silva Acevedo. Ya me dirá Manuel, quienes son los ilustres acompañantes, de ese día, en el 104 natalicio de Pablo Neruda, en Isla Negra. Ya hemos homenajeado al vate en estas y otras páginas, también a Enrique lihn, dos poetas singulares e importantes de la poesía castellana del siglo XX. Presentamos un texto lúcido, crítico, valorizador de la poesía y del personaje: Enrique Lihn, suscrito por el poeta Manuel Silva Acevedo. El texto, enviado por Manuel, fue editado en Taller de Letras de la UC.
PRESENCIA Y AUSENCIA DE ENRIQUE LIHN

Hacen 20 años, el 10 de julio de 1988, moría el poeta Enrique Lihn meses antes del triunfo del “NO” en el plebiscito de octubre y el nuevo escenario político surgido a partir de entonces no alcanzaría a caer bajo su mirada crítica.
¿ Quién fue este poeta cuya impronta sigue vibrando en las nuevas generaciones ?
Recordemos que en 1963, con la aparición de su poemario La pieza oscura, asistimos a la irrupción de una forma de hacer poesía que, por una parte, desechaba abiertamente la retórica nerudiana, pero por otra, eludía con inteligencia ciertos facilismos de la antipoesía parriana. Desde el fondo de esa Pieza oscura emergía un discurso impregnado de un fuerte acento existencial y testimonial. El poeta, lejos de quemar incienso a un ego amplificado, tomaba conciencia del tiempo que le tocaba vivir, de su debilidad ante las convulsiones de la historia y de la fragilidad de la palabra poética. De este modo, La pieza oscura marcaba un punto de inflexión entre los poetas mayores vivos entonces: Neruda, De Rokha, Parra y Rojas, y nuestra generación emergente de los sesenta.
Por mi parte, fue solo en 1969 que vine a conocer personalmente al poeta de la Pieza oscura. Lihn regresaba recién de la Cuba revolucionaria, luego de una estada de tres años que daría lugar a sus libros Poesía de paso y Escrito en Cuba. Si bien no había tomado posiciones contra el régimen castrista, su decepción y escepticismo eran indisimulables. La persecución a poetas y escritores por parte de comisarios stalinistas no podía sino provocar rechazo en una personalidad libertaria e independiente como la suya.
A partir de entonces, cultivamos una amistad de la que yo sería, qué duda cabe, el mayor beneficiario. Es que junto a Lihn uno aprendía más que en cien cátedras. La fuerza de su pensamiento crítico y de su testimonio de vida –dominada a veces por el pesimismo y la crispación– operaban como poderosos rayos capaces de iluminar y hacer evidente lo esencial, o de calcinar todo aquello carente de autenticidad. De hecho, bajo su influencia mi propia poesía experimentaría un salto cualitativo con el poema Lobos y ovejas que el propio Lihn distinguiera en 1972 con el Premio Trilce.
Pero las contradicciones sociales y económicas harían explosión en Chile a comienzos de los años setenta. Celoso de su independencia crítica, Lihn no ocupó cargo alguno en el aparato cultural del gobierno de Allende. Y ocurrido el golpe, permaneció en Chile desechando numerosas invitaciones desde distintos lugares del mundo. ¿ Fue esta una opción o bien otras circunstancias influyeron en su determinación ? No lo sé a ciencia cierta. Lo que sí me consta es que Lihn fue el referente en torno del cual se aglutinó la que podríamos llamar resistencia intelectual.
No obstante el peso de la noche dictatorial, siguió con vivo interés el trabajo de los poetas jóvenes, comentó sus libros en publicaciones extranjeras y los impulsó en su tarea creadora. Asimismo, cada gesto suyo, cada libro, cada palabra, cada bufonada de su alter ego, Gerard de Pompier, fueron una denuncia en clave del horror que nos tocaba vivir. En 1979, con motivo de su cincuentenario, el propio Lihn organiza un acto en el Goethe Institute bajo el lema “En el año de la mutualidad del yo” y con el matasellos de la DINA, la policía secreta de Pinochet, un puño enfundado en acero.
Mas en la vida cotidiana, como testigo del horror y la sordidez imperantes, Lihn solía sentarse en los bancos del Paseo Ahumada (obra magna del urbanismo pinochetista) a contemplar la degradación de la sociedad chilena, su descomposición en cámara lenta. De allí nace su libro/pasquín El Paseo Ahumada.
Pero Enrique Lihn era, por sobre todo, un artista y como tal se hallaba expuesto a los vaivenes de una sensibilidad extrema y no pocas veces atormentada. Sin embargo, en todo momento fue un poeta de conciencia, con todo el rigor y el dolor que ello entraña.
Ahora que Lihn ya no está entre nosotros desde hace dos décadas, a veces me parece divisarlo en el barrio Bellavista o en alguna lectura, o escuchar su risotada bufonesca con que le arrancaba la máscara de un tirón a quienquiera pretendiese "añadir un codo" a su real dimensión y estatura. Esa fue solo una de las tantas armas de su poderoso intelecto. La mayor de todas, su lucidez e integridad y una capacidad insobornable de autoobservación, de sufrir conscientemente las limitaciones de la propia condición humana, llevadas hasta el extremo en su Diario de muerte.
Con su gran cabeza, sus pelos como resortes y sus ojos saltones, aun casi a los sesenta años parecía un arcángel díscolo y burlón. Otras veces el mohín de desaliento y la mirada que ardía en la desolación de un inconformismo irrenunciable lo mostraban en toda su intemperie de poeta y artista rebelde, que fue el sello de su existencia.

Imposible olvidar su talento multifacético. Como brotadas de un caleidoscopio, surgían de su bullente creatividad el poema, el dibujo, la pintura, el cómic, el video, la performance callejera, la pieza teatral, con la osadía y el desacato que muy pocos intentaban en los días más tenebrosos de la dictadura.
Por eso, qué pobre y deslucido nos parece el ambiente intelectual santiaguino sin la figura insolente y provocadora del poeta Lihn, que con sus gafas encabalgadas de modo impertinente sobre la punta de la nariz, picaba como un tábano a los mediocres y trepadores hasta hacerlos sangrar.
Sin embargo, hubo también un Lihn íntimo e incluso tierno, amigable y cercano, que despojado de su coraza de guerrero supo mostrar más valor todavía a la hora del último combate, con el 1ápiz amarrado a la muñeca para poder retomarlo cada vez que se le soltaba de los dedos y seguir escribiendo hasta la postrera buchada de aire.
Lo cierto es que esos dos Lihn fueron uno solo, y su Premio Nacional –que no llegó a recibir oficialmente– es el lugar de honor que hoy ocupa en la memoria y el respeto de los jóvenes poetas, de donde difícilmente se borrará.

Manuel Silva Acevedo Abril 2008

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