El día que Gabriela Mistral regresó a Chile
por última vez, fui a conocerla con mi madre.
Estaba por cumplir diez años y me acordaba
de los piececitos de niños azulosos de frío,
porque iba a la Escuela 50,
ubicada en la Alameda, próxima a Las Rejas,
donde asistían niños con los pies descalzos
y los inviernos en Santiago son crudos
como la cordillera nevada de los Andes.
La Mistral había dejado el país para siempre,
vagabundeó por la loca geografía como maestra,
Cónsul en Europa, Brasil, México, Estados Unidos
y de tanto dar vueltas por el mundo,
decidió quedarse en Nueva York, en Long Island.
Fueron sus últimos años en esa Larga Isla.
Regresó a Chile maquillada en la solemnidad
de la muerte y así fue, en realidad,
como la vimos con mi madre, de vuelta a Chile.
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