domingo, abril 20, 2008

Hace 10 años, ayer, partió Octavio Paz







Amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasmas con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro.
(Octavio Paz , Piedra de Sol)
¿Qué nos dijo Octavio Paz?
Escribió con todas las letras del abecedario y viajó por el mundo, como si llevara a México a sus espaldas. Un icono de la literatura y pensamiento crítico, vivaz, lúcido de América latina y en habla castellana. Un verdadero artista del Renacimiento, escribió, analizó, pensó y opinó sobre la cultura, política, la poesía del siglo XX, la pintura y más. Las biografías suelen decir que es uno de los poetas más grandes e influyentes en Hispanoamérica como Vallejo, Huidobro y Neruda. Que los dioses Mayas y Aztecas, me protejan, su poesía nunca me tentó y pienso que a él tampoco, al decir de sus palabras en los últimos días. La sentí como unas pesada roca que no se movía en mis emociones. Pero Octavio Paz, es más ancho y ajeno al propio mundo que sobrevivirà como un intelectual que abrió los ojos del mundo con una visión crítica, documentada y llena de imaginación. Nada le fue ajeno a Paz desde muy joven y entendió que el mundo no tenía fronteras. Mantuvo una relación estrecha con España y Estados Unidos. Una de sus más grandes herencias es su visión intercultural, el puente que creó en ambas vías. Poesía, pintura, arte, vida, sociedades, individuos, fueron sus constantes, en medio de profundas reflexiones.
Como diplomático mexicano, que puso fin a su carrera en la India en 1968, después de la matanza de Tlatelolco, estuvo aquí y allá, conoció, bebió otras culturas, registró y como un Ezra Pound azteca, se mantuvo en el centro de la cultura universal sin ceder un centímetro a sus polémicas intervenciones y convicciones. Recién allí le conocí, cuando se le publicó un poema en la revista chilena Trilce. Impactó su renuncia al sistema que manejaba el Ogro Filantrópico, el Estado mexicano. Algunos llegamos a Paz por El Arco y la Lira, un lúcido, revelador, preñador ensayo sobre la poesía, editado hace 52 años. Paz se hace la vieja y eterna pregunta mondada en la duda existencial del poeta: si vale la pena escribir o no poesía, o es más saludable transformar la vida en poesía. El poeta que no vive como poeta, no escribe poesía. ¿Será posible una comunicón universal en la poesía?, se interroga. El Arco y la Lira, comienza con cuatro palabras, adejetivos, absolutamente reveladores, contundentes: "La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. La actividad poética es revolucionaria, agrega, una operación capaz de cambiar el mundo. Es un método de liberación interior. Revela este mundo y crea otros. Pan de los elegidos, alimento maldito. Invita al viaje, aísla, une. Es una plegaria al vacío, diálogo con la ausencia. El tedio, la angustia, al desesperación, la alimentan. Oración, letanía, epifanía, presencia. Exorcismo, conjuro, magia Hija del azar. Regreso a la infancia, coito, nostalgia del paraíso, del infierno, del limbo. Revelación, monólogo, voz del pueblo. Pura, impura, sagrada, maldita.
Bien, yo digo, caracol de oídos sordos, Abecedario del amor, luciérnaga de largas piernas, maestra de ciegos y mudos. La poesía comparte el pozo y la luz, la palabra, la palabra.
En mi época, era imposible no saber de los pasos y de los libros de Octavio Paz: siempre en la palestra, en la línea de fuego. Amigos aquí y allá, lo leíamos. En Panamá, años más tarde heredaría El Laberinto de la soledad, en un raro intercambio no buscado con una belleza yugoslava de Duvronic, por un libro mío de Gabriela Mistral. Años después lo traspasaría en México a otras manos en un circuito cerrado por expandir como una granada que estalla la palabra de Paz sobre los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos, un tema de nuestro tiempo que el Premio Nobel de Literatura vislumbró hace más de medio siglo.
Paz hizo sentir su voz y dijo todo lo que pensó en su tiempo y siglo. "Las catedrales son las ruinas de la eternidad cristina, las estupas lo son de la vacuidad budista, los templos griegos de la polis y la geometría, pero las grandes ciudades norteamericanas y sus arrabales son las ruinas vivas del futuro. En esos inmensos basureros industriales han parado la filosofía y la moral del progreso. (El signo y el garabato). Opinó casi sin respirar, un mexicano de su tiempo y de otros. "El arte no tiene existencia propia, es un camino, una libertad. Tres momentos de Occidente: en el antiguo régimen, la vida privada vivida como ceremonia; en el siglo XIX, vivida como novela secreta, en el siglo XX; la vida privada vivida en público.
Cuando obtuvo el Premio Nobel se encontraba en Nueva York. Daba una conferencia. Sobre la influencia hispana en el mundo anglosajón norteamericano, Paz explicó en esa oportunidad que "hay una hibridación importante, lo que consideró básico para la fertilización de las culturas; los españoles no serían importantes sin los romanos o los árabes, y lo mismo ocurre con la cultura anglosajona y los hispanos. De ahí que no sea importante que en Estados Unidos tengan o no en cuenta la cultura hispana, porque ya están en contacto con ella y se están empapando de ella como nosotros de la suya".
Paz se interrogaba 24 horas al día, principio elemental para llegar a algún sitio. En esta época, su espíritu de insaciable indagador, se daría banquetes en un mundo plagado de dudas y caminos que conducen a ninguna parte.
Como muchos lo hacen hoy aún, Paz se cuestionaba en su tiempo, sobre la existencia de la poesía latinoamericana y dedicó un ensayo al tema que fijo en 1967 en Nueva Delhi. América latina fue atravesada por el ojo de Paz, quien aseguró que existen poemas escrito en nuestro continente, pero no poesía latinaomericana y que el nombre de nuestra región, más que una certeza, oculta más bien una verdad en ebullición.
Afortunadamente para los escritores están sus libros más allá de todo aniversario y comentario. Allí, aunque no encontrarán todas las respuestas, al menos verán a Paz en toda su dimensión.
¡Caer, volver, soñarme y que me sueñen
otros ojos futuros, otra vida
otras nubes, morirme de otra muerte!
-esta noche me basta y este instante
que no acaba de abrirse y revelarme
dónde estuve, quién fui, cómo te llamas,
cómo me llamo yo. (Octavio Paz, Piedra de Sol)
OCTAVIO PAZ POR SI MISMO
en el Bellas Artes del DF
En una pantalla gigante conversò sobre su infancia, vida, la poesía el tiempo, el presente.
“No vamos ni venimos, estamos en las manos del tiempo”.“De pronto, el tiempo se anula. Y en esos momentos, que son los grandes momentos del hombre, el tiempo de disuelve, y esa es la salida. Es lo que llamo nuestra pequeña ración de eternidad. No sé si tengamos otra, pero ésta sí la tenemos y es algo que la poesía ha reclamado (…) La poesía no la crea, sino que la revela (…) Al escribir, lo que he tratado un poco es expresar el tiempo: el tiempo que pasa, el tiempo que nos hace y el tiempo que nos deshace.”
Dijo: “La poesía, como la historia, se hace. La poesía, como la verdad, se ve. La poesía, puente colgante entre historia y verdad, no es camino hacia ésta o aquella, es ver la quietud en el movimiento, el tránsito en la quietud”.
“Expresar no el futuro, ni el pasado, ni el ser intemporal, sino este instante único en particular. Nosotros podemos decirle algo a los hombres de ahora. En este instante único están todos los tiempos. Lo importante no es vivir hacia el futuro ni nostálgico del pasado, sino vivir intensamente en este momento (…) En este instante está nuestra ración de eternidad”.
“Los grandes sicólogos, novelistas y poetas no se han equivocado cuando piensan que el secreto del hombre está en el niño. Incluso, el poeta Wordsworth decía que el niño es el padre del hombre. Y es verdad, el niño es la semilla de creación del hombre. Todo lo que hacemos está ya en el niño. Y lo que importa en cada vida humana es ser dignos del niño que fuimos, realizar la profecía de hombre que es cada niño.”
Elena Poniatowska
La vida de Paz, un manifiesto poético
Octavio Paz expresaba que “poesía y pensamiento son un sistema de vasos comunicantes” “Soy ante todo poeta. Ahora bien, para mi generación la poesía estuvo ligada a la historia –escribe Octavio Paz–. Nací en 1914 y soy contemporáneo de las grandes conmociones del siglo XX; la ascensión del nazismo y del fascismo, la guerra de España, la Segunda Guerra Mundial, la independencia de las antiguas colonias europeas. Todo esto marcó profundamente mi adolescencia y mi juventud.” “Soy poeta”, repite. “Mi primer escrito, niño aún, fue un poema; desde esos versos infantiles la poesía ha sido mi estrella fija”. “Mis primeros poemas fueron poemas de amor y desde entonces este tema aparece constantemente en mi poesía.”
¿Qué hace un poeta con la historia? ¿Qué hace un poeta con la crítica, la filosofía, la política, la pintura, las ciencias sociales, la narrativa, la música? ¿Qué hace un poeta con el destino de América Latina? Octavio Paz responde: “Escribo sobre lo que he vivido y vivo. Vivir es también pensar y, a veces, atravesar esa frontera en la que sentir y pensar se funden: la poesía”… Insiste: “Escribo poesía porque no tengo más remedio, responde a una necesidad interior”.
En su prólogo a La llama doble, su ensayo sobre el amor y el erotismo fechado el 4 de mayo de 1993, cuando iba a cumplir 70 años, Octavio insiste: “Para mí la poesía y el pensamiento son un sistema de vasos comunicantes”.
Paz despierta al amanecer diciéndose: “Soy poeta” y se despide sabiéndose poeta. Lo repite a todas horas. Antes de morir pidió ser recordado por cuatro o cinco poemas. Sin embargo, su obra ensayística es inmensa y abarca todos los campos; consta de más de 25 títulos, desde El laberinto de la soledad, que salió a la luz en 1950, hasta Vislumbres de la India, aparecido en 1995, tres años antes de su muerte. En su obra completa publicada por el Fondo de Cultura Económica, de los 15 tomos que ahora circulan, los volúmenes 11 y 12 son de poesía, y los trece restantes de prosa.
La poesía es su obsesión, pero la prosa es su océano. Allí se alimenta con los acontecimientos no sólo de México sino del mundo, despliega sus conocimientos, genera ideas, busca no sólo lo particular sino lo universal, se arriesga, dialoga, monologa, se impone, mira al otro y se mira a sí mismo, contempla, señala, es un río de propuestas, un río de reflexiones, un río de acontecimientos estéticos en el que nosotros, lectores, navegamos como barcas.
Todo lo que hizo Octavio fuera de la poesía fue finalmente ensayo. Ensayo El Laberinto de la soledad, ensayo El arco y la lira, ensayo Las peras del olmo, ensayo Los hijos del limo, ensayo El ogro filantrópico, ensayo Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe y ensayo su última obra, Vislumbres de la India. En esos ensayos campea no sólo su lucidez sino su independencia de criterio. Su voz es única y perdura por crítica. Sus reflexiones lo convierten en un espíritu universal. Explica que escribió ensayos por una necesidad intelectual y vital y asienta de nuevo su entrega absoluta a la poesía, “quise dilucidar para mí y para otros la naturaleza de la vocación poética y la función de la poesía en las sociedades. Es una preocupación que nunca me ha abandonado, ni siquiera en los trances de mayor incertidumbre y desamparo”.
Hay hombres que son sólo poetas, pero Octavio Paz tiene una formidable obra en prosa que emana de la poesía. La poesía es el puerto de embarque de todo lo que escribe. Admira a los grandes en quienes puede reconocer la poesía y la poesía nutre sus ensayos, sus conversaciones y sus polémicas.
En La llama doble dice que la superioridad de Freud reside en que supo unir su experiencia de médico con su imaginación poética. Escribe sobre la obra de Marcel Duchamp porque lo considera poeta; John Cage es otro poeta, como poeta es Luis Buñuel, de cuya película Los olvidados, exhibida en Cannes, Octavio fue el primer y embravecido defensor; como poeta es José Clemente Orozco y la violencia de sus pinceles rojos; como poeta es Sor Juana, a la que alguna vez llamó la mejor de nuestro continente. Escribe sobre el 68 después de renunciar a la embajada de México en la India y defiende al movimiento estudiantil con un poema.
Finalmente su vida entera es un manifiesto poético como el surrealista, una declaración de fe, una constancia de que el poema rigió su vida.
Ya en diciembre de 1938, cuando tenía 24 años, Octavio Paz firmó el manifiesto poético de la revista Taller y explicó su razón de ser: “Con la ciencia del arte, con el instrumento retórico del poema o de la prosa hay que abrirse el pecho. Si heredamos algo, queremos con nuestra herencia conquistar algo más importante: el hombre… Tenemos que conquistar, con nuestra angustia, una tierra viva y un hombre vivo (…) un orden humano justo y nuestro (…) Taller no quiere ser el sitio donde se asfixia una generación, sino el lugar donde se construye el mexicano y se le rescata de la injusticia, la incultura, la frivolidad y la muerte”.
Abrirse el pecho es un indicio de lo que va a hacer este joven poeta en el ensayo y en la sucesión de revistas desde Barandal hasta Vuelta, en la que se encuentra no sólo la historia intelectual de nuestro país sino también la del mundo en el que Paz vivió, porque Paz es ante todo un hombre nacido en México pero centrado en el mundo.
El laberinto de la soledad fue un abrirse el pecho, una daga de obsidiana, un tratamiento de shock, un sicoanálisis, una revelación, un chingadazo para un país que tenía como libro fundacional al Popol Vuh.
En esos años, el padre Ángel María Garibay K. desentrañaba los textos de poesía náhuatl que más tarde darían la Visión de los vencidos, de Miguel León-Portilla, que nos decía que sólo venimos a soñar sobre la tierra. Octavio Paz llegó a embarrarnos en la cara a un México de muerte, violencia, fiesta y borrachera. Su libro barrió con todo, como la tolvanera madre y nos “alevantó”, como dice la canción.
Antes Samuel Ramos, Antonio Caso, Leopoldo Zea, Santiago Ramírez, Jorge Portilla, Emilio Uranga y otros habían intentado explicarnos cómo éramos los mexicanos, pero Octavio Paz nos dio la puntilla con su alto grito amarillo, el del cohete que estalla, el de la fiesta, el que ilumina y deslumbra.
La capacidad de Paz de decirnos qué somos y cómo somos, no sólo con El laberinto de la soledad, sino a lo largo y a lo ancho de toda una obra de poesía y ensayo, empezó en su juventud, antes de la publicación de ese libro, en 1950, y duró hasta 1998, año de su muerte.
Aun después de su fallecimiento, hace 10 años, el 19 de abril de 1998, Paz sigue siendo el más vital de los poetas, el más vital de los ensayistas, el más vital de los críticos y si no que lo diga Carlos Monsiváis, quien volvería a polemizar con él. Inquisitivo y exigente, siempre buscó interlocutores de su talla y tuvo una correspondencia con sus contemporáneos, Alfonso Reyes, Carlos Fuentes, Arnaldo Orfila Reynal, Pere Gimferer, Tomás Segovia, Salvador Elizondo, Eliot Weinberger, Yves Bonnefoy y otros más que lo consideraron amigo y maestro.
En respuesta a una pregunta sobre la crítica en alguna entrevista que le hice, Octavio respondió: “Yo creo que la cultura moderna es por esencia crítica: esto empezó desde el siglo XVIII. Cada vez que el Estado o las burocracias han querido orientar la cultura, lo que producen es arte oficial, que es bastante malo. En la civilización moderna la crítica es un componente esencial de la creación; por ejemplo, en las grandes novelas del siglo XIX: en Balzac, en Flaubert, en Dickens o en Proust, se hace una crítica de la sociedad, del hombre. La descripción de la realidad implica siempre su crítica; una literatura que no es crítica no es literatura moderna. Si los mexicanos vamos a tener un día una literatura y la estamos teniendo, es porque la literatura tiene dos condiciones esenciales: por una parte es un espacio donde la imaginación es libre y, por otra, esa imaginación tiene contacto con la realidad que describe. Hay siempre una especie de intercomunicación entre realidad e imaginación, son inseparables; no hay literatura absolutamente pura, la literatura es impura porque está contagiada de realidad y, claro está, de crítica”.
La escritura, su propia escritura, fue una actividad que jamás lo decepcionó. Cualquier objeto bajo sus ojos, cualquier circunstancia, cualquier acontecimiento se volvía tema de reflexión. “Piensa, a ver piensa, no te distraigas, ¿qué es lo que estás leyendo?” –estimulaba. Lo dijo en sus libros: “El hombre está sumergido en una totalidad de cosas y objetos sin significación y él mismo se ve como un objeto más, todos cayendo sobre sí mismos, todos a la deriva. La ausencia de significación procede de que el hombre, siendo el que da sentido a las cosas y al mundo, de pronto se da cuenta que no tiene otro sentido que morir”.
Octavio Paz es un portento. El Premio Nobel de Literatura 1990, que este 2008 cumple diez años de muerto, se pregunta si en esta época de ajetreos y compromisos somos capaces siquiera de recordar lo que hicimos ayer y escribe: “Si nuestro pecado se llama disipación, nuestro castigo se llama olvido. Leer es lo contrario de esa disipación, leer es un ejercicio mental y moral de concentración que nos lleva a internarnos en mundos desconocidos que poco a poco se revelan como una patria más antigua y verdadera: de allá venimos.
“Leer es descubrir insospechados caminos hacia nosotros mismos. Es un reconocimiento. En la era de la publicidad y la comunicación instantánea, ¿cuántos pueden leer así? Muy pocos. Pero en ellos, no en las cifras de las estadísticas, está la continuidad de nuestra civilización.”
Alguna tarde, ya cerca de su muerte, dijo que el mejor homenaje a un escritor es leerlo. ¿Lo pedía para sí mismo?
Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.

1 comentario:

JZ dijo...

que rico encontrarse con un inspirador de amor, erotismo, metafisoca y poesia. gracias por este espacio.

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