Aquí te
encuentras,
palabra,
pronunciándote
sobre un mar de
automóviles
y odiosas
bocinas,
calles apestosas
llenas de vallas de publicidad,
luces
capitalistas, putas sin nacionalidad,
pervertidos
solitarios amparados por la ley
y toda la
arbitrariedad de un sistema podrido
que aletea como
cuervo sin ojos
y sangre de
ángeles en sus picos dorados,
falsos metales de la modernidad.
Una ciudad
cualquiera sostenida
en el vidrio y el acero,
el sol brillante que la cubre y refleja.
Solo el mar se baña asimismo y la espera,
visible, inmenso
en la bahía, pacientemente,
en la infinita
superficie de sus horas,
el tiempo pasa, no busca compañía.
¿Quién eres tú
para decirlo,
si en la otra
esquina los parlantes
llaman a
ganar un lugar en
el paraíso?
Arrepiéntete,
arrepiéntete,
has subido
todo comerciante
hasta la tela más
insignificante,
se ha ido a las
nubes inalcanzable.
Ve
a Fenicia y corta la seda
con
tus dientes
y muerde el gusano
si lo deseas,
pero no dañes mi
pobre bolsillo vacío.
Nueva York,
Shangai o Amsterdam
podrían leer su futuro
en estas calles,
tendrían una
oportunidad de volver a nacer
y dejar que sus
puentes vuelvan
sobre tus pasos,
amada mía
a devolvernos la voz y la palabra
de los muertos que
se niegan a morir.
Que otros amueblen
sus ciudades
con tus ojos,
risas locas,
grandes
zancadas
y la luz de
tus días
de frescas
azaleas conviertan los inviernos
en blancos puentes
de algún lugar
y palabras desconocidas.
Tú estabas escrita
en el viento
y de nada se
arrepiente mi lectura
de Norte a Sur.
Rolando Gabrielli©2016