Hace 20 años hoy que murió Enrique Lihn, como si no supiéramos que el tiempo devora el tiempo, nos lo recuerda la fecha. Uno de los poetas, escritores, más complejos, crítico, versátil, "marginal" en el sentido más chileno de la palabra, ese del ninguneo oficial y de sus alrededores. Le tocó una mala época, difícil después del 11 de septiembre del 73, y la sobrevivió en el "horroroso Chile", con algunos viajes a España y Estados Unidos. Él, un crítico de su propia sombra, antiretórico el más retòrico, anunció en un verso premonitorio: me muero por mi cuenta. De alguna manera todos lo hacemos, pero hay maneras y maneras, unas más a la deriva de otras. El secreto está en abordar el precipicio de una manera elegante, hasta cierto punto equilibrada.
Lo conocí, creo, que en casa de Waldo Rojas, donde acudía a las reuniones que el anfritión brindaba a sus invitados, que incluía Germán Marín, Manuel Silva Acevedo, Jorge Teillier, Enrique Bello, Martín Cerda, Iñigo Madrigal, Federico Schopf, Grinor Rojo, y en fiestas más grandes otros personajes de la literatura y el arte, la plástica. En su momento Marechal, Jorge Edwards, Marta Traba, Juan Rulfo etc. etc.
Lihn era un polemista por excelencia, lo recuerdo gesticulando con las manos y empinándose por su ensortijado cabello con sus ojos saltones, como queriendo expresar todo lo que pensaba, porque algo se le escapaba entre los dedos y el pensamiento. Una de esas noche me autobiografió Poesía de Paso, uno de sus libros emblemáticos. Estuvo en el centro por esos años setenta, en el documento sobre una Política Cultural, cuya filosofía y principios, careció de fuerza mayor ante la vorágine de los problemas sociales y compromisos. Lihn era un activo participante, gestor y seguía escribiendo. Dibujante, narrador, perfomance, actor, profesor universitario, crítico, amante siempre mutante, Lihn vivía y habitaba en Santiago de Chile. Lo hizo con Allende y con Pinochet. Su sola presencia era un pronunciamiento.
Lihn vivió y trabajó y se casó en La Habana... este es un poema (Estación terminal) de su despedida de la Isla, de su amor que dejaba atrás como tantos otros. Lo curioso es el verso nerudiano, él, que primero recitaba poemas de memoria de Residencia en la Tierra y nunca pudo después, reconciliarse con Neruda.
Lihn y Teillier se quedaron en Chile. Teillier se acodó en el Bar Unión Chica, ubicado en Nueva York 11, con un grupo de amigos y el poeta Rolando Cárdenas. Sobrevivían a su propia existencia y al remolino de Pinochet. Lihn daba clases, viajaba donde sus amigos, Germán Marín, Barcelona, Pedro Lastra, Estados Unidos y compartía la literatura con Nicanor Parra, que también permaneció en Chile. Siempre fueron amigos. Se oxigenaban en la caverna de Pinochet. No fueron disidentes confrontacionales, porque era suicida arremeteraunque fuera verbalmente con el loco vendaval pinochetista, pero aún así recibieron apremios: detención, Lihn, y a Parra, le quemaron una carpa. Parra y Lihn venían con heridas personales en su relación con el gobierno de la Unidad Popular. Al régimen militar le vino bien, fue oportuna, la muerte de Pablo Neruda. Se silenciaba la Catedral mayor de la poesía chilena. Gonzalo Rojas estaba exiliado en Venezuela y después alrededor del mundo. Skármeta rumbo a Argentina y posteriormente Alemania. Dorfman, Argentina y Estados Unidos. Sepúlveda viajaría a España. Oscar Hahn estuvo preso y cuando salió de la cárcel escribió el verso que la muerte tiene un diente de oro. Después viajó a Iowa, Estados Unidos, donde vivió 30 años. Poli Délano a México. Bolaño, que no era nadie, salió rumbo a México, volvió (¿encontró la puerta cerrada?), se quedó en México con los infrarrealistas del realismo visceral y después, España. El patio se fue quedando solo. Barquero en Francia. Millán, Panamá vía Costa Rica y Canadá. Lara, Rumania. Hernán Valdés, Francia. Waldo Rojas, Francia. Manuel Silva Acevedo permanecería en Chile y tuvo intentos fallidos por quedarse en Europa. José Pepe Cuevas se quedó en Chile. Floridor Pérez, después de la cárcel, permaneció en Chile. Oliver Welden, estuvo perdido por décadas y llegó a Tenesse, Estados Unidos. El cura Ignacio Valente, crítico literario, aun vivo, se quedó en Chile. Un personaje de Bolaño, enemigo de Lihn, y un crítico reconocedor de la obra de Parra. Una de cal y otra de arena, en el jardín de la poesía chilena. Braulio Arenas se quedó en Chile entonando las nuevas estrofas del Himno Nacional. Lafourcade. Anguita. Se quedaron. Arteche, también. Juvencio Valle, el amigo de Neruda, poeta, Juvencio silencio, le decía, también se quedó en Chile hasta morir casi de 100 años. Uribe Arce se quedó, pero en Francia, era agregado cultural de Allende en China.
Ahora, en honor a la verdad, la poesía en Chile ha gozado de una extraña y maravillosa indiferencia por parte de las autoridades gubernamentales y culturales, una marginalidad ancestral (in)digna de mejor causa, porque Chile se conoció por años en el mundo por Neruda y la Mistral, sin contar los pasos de lujo que dio Vicente Huidobro por Francia, España, Estados Unidos, Argentina, cuando muchos poetas y artistas andaban en silla de ruedas. Quizás se le asignó una beligerancia inexistente y de ahí que los gobiernos autoritarios se ponen en guardia. Jorge Edwards reconoce en Lihn a los poetas marginales de Chile, esos que orillaron la desgloria.
Roberto Bolaño lo conoció al parecer en Barcelona y Lihn le ayudó a sobrevivir, le iluminó la página en blanco. Siempre se sintió reconocido del hombre y del poeta. He aquí algunas palabras...
Unas pocas palabras para Enrique Lihn, por Roberto Bolaño
Las Ultimas Noticias, Lunes 30 de septiembre de 2002
En mi adolescencia era lugar común hablar de Lihn y de Teillier como de dos opciones enfrentadas. Los muchachos sensibles, los que no querían envejecer (o los que querían envejecer de inmediato), preferían a Teillier. Los que estaban dispuestos a discutir la cuestión preferían a Lihn. No era esta la única de sus virtudes. Frecuentar su poesía es enfrentarse con una voz que lo cuestiona todo. Esa voz, sin embargo, no sale del infierno, ni de las profecías milenaristas, ni siquiera de un ego profético, sino que es la voz del ciudadano ilustrado, un ciudadano que espera llegar a la modernidad o que es resignadamente moderno. Un ciudadano que ha aprendido la lección de Parra, su maestro y compañero de travesuras, y que en ocasiones nos ofrece una visión latinoamericana refulgente y original. Todo el fulgor, sin embargo, en Lihn está tamizado por un ejercicio constante de la inteligencia.¿Merecimos los chilenos tener a Lihn? Esta es una pregunta inútil que él jamás se hubiera permitido. Yo creo que lo merecimos. No mucho, no tanto, pero lo merecimos. Esa lucidez, en los años setenta, le costará el estigma y el anatema de la izquierda dogmática y neostalinista que incluso llegará a acusarlo de connivencia con el pinochetismo. Esos mismos que entonces no levantaron la voz para defender a Reinaldo Arenas y que hoy se acomodan como putines* en la nueva situación, intentaron borrarlo del mapa, deslegitimar una voz que por lo demás siempre se consideró a sí misma como voz bastarda, hija del imperioso azar y de la necesidad, que tiene cara de perro.¿Merecimos los chilenos tener a Lihn? Esta es una pregunta inútil que él jamás se hubiera permitido. Yo creo que lo merecimos. No mucho, no tanto, pero lo merecimos, aunque sólo sea por las almas puras, por los príncipes idiotas y por los alegres analfabetos que el país produjo con extraña generosidad y que aún hoy, según cuentan los viajeros, sigue produciendo, aunque en cantidades más limitadas. Bajo cierta luz, Lihn también podría ser un príncipe idiota y un alegre analfabeto. En el ejercicio de la poesía, a la que siempre le fue fiel, sólo hay un poeta en lengua española que se le pueda comparar, Jaime Gil de Biedma, aunque el abanico de registros de Lihn es mucho más amplio. En el ejercicio del ensayo, de la reseña, del manifiesto e incluso del libelo, no hubo en Chile escritor más certero ni más libre. En la narrativa no alcanzó las cotas de Donoso o de Edwards, aunque siempre quedará la sospecha de que en el fondo, como por los demás todos los grandes poetas de ese país, juzgaba el arte de crear ficciones como algo innecesario, algo que no le iba a salvar la vida. Sus cuentos, sin embargo, siguen vivos, como sigue viva “La orquesta de cristal”, libro mítico por inencontrable y al cual no me atrevo a llamar novela, aun pese a saber que si hay que llamarlo de alguna manera es la palabra novela la que más se acerca a ese libro misterioso. De hecho, hay dos prosistas en la generación del cincuenta que están por descubrir: Lihn y Giaconi. Es extraño pensar en Lihn ahora, en Giaconi, en Parra, en Teillier, en Rodrigo Lira, en Gonzalo Rojas, en poetas como Maquieira y Bertoni, en narradores como Contreras y Collyer, resulta extraño pensar en ellos y en tantos más. Te queda la extraña sensación de que la literatura ha estado a la altura de la realidad. La famosa rea, la rea, la rea, la rea-li-dad.*Ay, mi hipócrita, no es argot mexicano, es Vladimir Putin.
Esta será ya lo veo tu última imagen:
nuestra despedida en el poema en la estación terminal.
No sé por dónde empezarla para que no se me escape nada,
y las gentes las cosas apelotonadas aquí tienen algo de
agobiadoramente comparable a los restos que se enfrían
frases enteras o adjetivos de una pequeña obra maestra
sobre la cual pesara, hasta perderla, esta impaciencia,
nuestro cansancio mi inarticulación la ferocidad del egoísmo
por el cual cuando me empiezan a doler los pies
prefiero la cama a cualquier otra cosa incluyendo
a la poesía que voy a decirlo todo esta noche eres tú,
y, entretanto, no insistas en que un gordinflón de cuarenta años
duerma apoyado en tu hombro, para retenerlo otro poco.
A la estación le sobran escenas como éstas,
la cara triste de la revolución
que me sonría por la tuya con algo de una máscara de hojas de tabaco
pequeña obra maestra de la noche te improvisas
una moral una paciencia y hasta lo que llamas tu amor,
nada podría de todo eso
brotar en esta tierra caliente removida por los huracanes
sobre la que pasa y repasa este mundo con sus pies,
y se acumulan los restos a la espera de mis adjetivos,
obscenos bultos un mar de papeles, etc.,
algo, en fin, como para renunciar a este tipo de viajes.
Me parece llegar a la edad más ingrata,
me parece recordar el momento presente:
no eres tú la muchacha que conocí hace un año
ni te marchaste en circunstancias que prefiero olvidar.
Por el contrario, ¿no hicimos el amor? Una y mil veces, se diría,
y para el caso es lo mismo : te reemplazaron hasta en eso como una sombra borrara a otra,
y tu virginidad: el colmo del absurdo
no te defiende ahora de parecer agotada.
En realidad recuerdo que nos despedimos aquí,
pero no puedo precisar, con este sueño, cómo ocurrió la despedida,
en qué sentido tus manos me revuelven el pelo
y yo arrastro tu equipaje una caja de latón
o me insinúas que te regale un pullover.
A los ojos de la gente que no distingo de mis ojos
sino para mirarles desde una especie de ultratumba
somos una pareja un poco desafiante
y acostumbrada a esto en su Estación Terminal
un blanco y una negra
contra la que, en cualquier momento, alguien arroja
una sonrisa estúpida
el comienzo de una pedrada
La cara triste de la revolución
y yo la tomo entre mis manos de egoísta consumado
Tanto como los párpados me pesan quienes se sientan en el suelo
a esperar una guagua hasta la hora del juicio
en que el viejo carcamal logra ponerse en movimiento
y los riegue lentamente por el interior de la República.
Tu última imagen quizá con tus yollitos en el pelo,
esta falta de sentimientos profundos en que me encuentro
parecida a la pobreza por la que en cambio tú
no sientes nada o bien una despreocupada afinidad,
la risa de juntar unos medios con tus alumnos,
el espejo que se guarda debajo de la almohada para soñar con quién se quiera
y tus visitas a la abandonada
que por penas de amor se llena de hijos.
Ya no estoy en edad de soportarme en este trance
ni los bolsillos vacíos ni la efusión sentimental son cosas de mi agrado,
hasta leyendo mis propios versos más o menos románticos bostezo
y se me dormiría la mano si tuviera que escribirlos.
Cuántos años aquí, pero, en fin, tú eres joven:
«de otro, serás de otro como antes de mis besos».
Yo prefiero al lirismo la observación exacta
el problema de lengua que me planteas y que no logro resolver te escribiré.
La Estación Terminal un libro abierto perezosamente en que las frases ondulan
como si mis ojos fueran un paraje de turistas desacostumbrados a estos inconvenientes,
nada que se parezca a una mancha gloriosa,
ya lo dije, de vez en cuando, una observación estúpida:
piedrecillas que se desprenden de este yacimiento humano,
incongruentes, con el saludo de Ho Chi Min
transmitido por los alto parlantes institutrices
de esas que no dejan en paz a los niños a ninguna hora de la noche,
y sin embargo, tú duermes con tranquilidad
capaz de todas las consignas, pero con una reserva al buen humor
quizá la clave de todo esto
un primer verso que pone al poema en movimiento como por obra de magia. (Enrique Lihn)
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