Florencio Flores era el
típico sembrador de futuro. Autodidacta, lector insaciable de libros de
auto ayuda, vivía inventando mantras, a los que bautizaba y recomendaba como mis
angelitos para todos los tiempos. Se había criado a la salida del Cementerio
General, donde se vendían las flores para los que ingresaban al campo santo y
aquellos que tenían la dicha de recibir visitantes. Era muy parco, ideal para
el oficio que desempeñaba, como una suerte de médium del último silencio de la
ciudad. Florencio, un día de la nada, como si el mundo hubiese dejado de
existir para él, se olvidó de sí mismo, no sabemos si alcanzó a despedirse de
su fiel almohada. Una luz azulosa al alba entró ese último día por el tragaluz
de su pieza a despedirlo, ya el silencio había tomado la palabra a Florencio
Flores, quien se despidió con una amable sonrisa como si estuviera atendiendo a
un cliente a la entrada del Cementerio General. En uno de sus mantras pedía que
tuvieran fe en los espejismos. Entre sus papeles se encontraron múltiples
anotaciones, consejos, recetas, sugerencias, opiniones sobre las pequeñas
cosas, ideas románticas, palabras bien intencionadas, saludos y despedidas. Una de sus amigas seleccionó
una frase para representarlo a la hora
de su despedida: Un florero es el preámbulo de la marchitez.
Rolando Gabrielli2023
1 comentario:
Mi amigo poeta, su narrativa me hizo clip, espero conocer más floreros, para poder contemplar la Luz de mis ojos y plasmar en mis lienzos los mantras de la vida...
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