miércoles, noviembre 28, 2018

En mis palabras, otras palabras


En mis palabras, otras palabras




Cuando tomé contacto con las vocales, el abecedario, supe que no abandonaría jamás las palabras a no ser que ellas lo hicieran. El silabario siempre está en mi memoria, la primera lectura real, la más trabajada, sudada y persistente en el día a día. Arrastraba las vocales por mi lengua enana y en el pizarrón la tiza me hacía estornudar y temblar ante la clase. Pasaron los años y no se me olvidan esos minutos de terror. Durante más de cuarenta años he sobrevivido gracias a la palabra escrita, tan despreciada, banalizada, arrinconada, menospreciada, mutilada, contaminada, tergiversada, alterada, olvidada, confundida, manipulada, censurada, silenciada pero, diría, indispensable para respirar y vivir, comunicarse. Estudié periodismo y me sentía escritor, ya en secundaria escribía poesía y mi Diario de Vida en clave. Usaba esos candaditos que los abría el viento. La seguridad de la adolescencia.
Mi primera oposición al mundo del periodismo y de las palabras fue mi padre. Simplemente un panzer sobre mi vocación. Salí ileso. Después vendrían los verdaderos panzer de Pinochet que quemarían libros, palabras, dispararían cañonazos a instalaciones de periódicos de izquierda —las palabras ensangrentadas—, prohibirían libros —la palabra oculta—, censurarían el aire de las palabras —su asfixia total. Volví a salir ileso. La biblioteca personal se desintegró en parte, sobrevivió en un gallinero, sótanos, diversas manos y terminó en un desván, una buhardilla.

La palabra suele ser indispensable, aunque se reniegue de ellas. Ahí está para descubrir y develar que los hierros y el cemento son algo más que materiales resistentes.

Mi padre redactaba muy bien y tenía una caligrafía impecable y bella, como sus números. Mi madre también redactaba estupendamente bien y su letra era femenina y estilizada. Recuerdo un telegrama que le envió a mi tío en el día de su cumpleaños, con la metáfora de Hermano Cara Pálida, haciéndole señales de humo, para que viniera a la playa donde veraneábamos. Estas palabras no son un acto biográfico, sino un racconto para introducir el texto que flota entre líneas, se ve como un iceberg, hunde como el Titanic, pero siempre asoma a alguna superficie para saber que está ahí. (Licencia de todo narrador que se estime y, sobre todo, del oficio).
Y me fui finalmente a estudiar y aprender la técnica de la escritura. Una Underwood en casa formó parte de mi primer teclado, Corona, Royal, Olympia y la Olivetti, que a veces se cansaba de tanto teclear, pero permanecía fiel al oficio, con toda su dignidad intacta. Por liviana y portátil llegué a preferirla. La época romántica de los objetos fetiche y la bohemia. Los poetas malditos. Pero el lenguaje, la palabra, trascienden toda retórica técnica. De eso pude enterarme tiempo después, con algunos conocimientos, lecturas y una buena oreja ante quienes sabían lo que hablaban en este campo, en el edén de Santiago de Chile en los sesenta y tanto. Muchos años después me enteraría de que mis palabras llegarían a sostener rascacielos. Nunca estuvo entre mis proyectos sostener con palabras esas moles de acero y vidrio que se erigen en las ciudades. Son estructuras que requieren, al parecer, no sólo de sólidas fundaciones, sino de palabras bien fundadas en sus bondades como espacios públicos y privados, para alcanzar primero a ser anteproyectos y luego, transformarse en realidades comerciales. La palabra suele ser indispensable, aunque se reniegue de ellas. Ahí está para descubrir y develar que los hierros y el cemento son algo más que materiales resistentes.
La palabra sartreana era sagrada. Fue mi época. El existencialismo de todas las primaveras. No había calendario para que las hojas del otoño comenzaran a desprenderse siquiera. La tipografía en un diario pesaba, tenía contenido, era un punto de referencia. Lecturas iconos, irremplazables, las imágenes pesaban en el cine, que también necesita de las palabras. El aparato mágico de la época era la televisión, pero también se escribían libretos. Hasta en las películas de Charles Chaplin se diseñaban a mano letreros y las palabras también estaban presentes en el cine mudo. El cine, con sus efectos especiales, carencia de argumento, es cada día más cosa del pasado, en la paradoja de la banalidad y la tecnología.
La sopa de letras fue una de mis favoritas. Me sentía como en familia. Era un placer degustar el abecedario. Mafalda también necesitaba de palabras. Se seguía escribiendo, aunque alguien decía que todo estaba escrito. Esa pudo ser la palabra boomerang, que pareciera lanzada al horizonte o al vacío, y retorna como nueva.
Escritores y periodistas han llenado la historia de palabras, o la historia ha tenido la oportunidad de ser contada. El homenaje a las palabras se ha dado en todo tiempo y para mí ha sido una satisfacción hacerlo con alguna frecuencia. Recuerdo que alguien escribió una vez que dormía con las palabras y que éstas revoloteaban sobre sus sueños, sin poder desprenderse de ellas. El peso de las palabras es notable, puede llegar al insomnio. Hay un viejo dicho, una amenaza medieval del aprendizaje: la letra con sangre entra. Un barbarismo que demuestra el valor de la palabra, su necesidad de inculcarla, bajo cualquier método.
Escribíamos y leíamos como si se fueran a acabar las páginas del mundo. Como perros vagabundos olisqueábamos las palabras en las tipografías de cada nuevo amanecer. No había tiempo, espacio, lugar, hora, donde no estuviéramos escribiendo, aterrizando con la palabra. Me inicié en el tema agrario en Chile y ahí me mantuve hasta el 11 de septiembre. Corresponsal extranjero en Colombia y Panamá. Lenguaje de agencia: preciso, pero muy sistemático, diario, sin parar. Era un sueño y lo había logrado: traspasar la frontera del miedo. Como nunca rodeado de palabras, propias y de muchos países en los teletipos. Desayuno, palabras, almuerzo, palabras y a dormir, con las palabras. Periodismo intenso en todos los ámbitos, temas. Editor internacional posteriormente, la palabra especializada por una década en Panamá y América Latina. Un mar de hechos noticiosos fue contado al mundo. ¿Vivimos de las palabras? ¿O sobrevivimos? Para un periodista y corresponsal es imposible decir “me quedé sin palabras”. Hay que escribir. Relatar, informar. Y las palabras deben ser “objetivas”, decir lo que ven, escuchan y sienten si es preciso. Las palabras adquieren vida. Son el mensaje.
Las palomas llevan mensajes escritos. Los mensajeros atravesaban cientos de kilómetros haciendo sus postas en pueblos remotos, con documentos oficiales: llevaban palabras. En la antigua Roma, célebres palabreros, poetas y escribas. En el Medioevo la palabra escrita tenía su oscuridad para las mayorías. Palabras y sentencias en papiros, bibliotecas quemadas en China y Alejandría. Nunca el fin de la palabra. Basta una carta de amor, escrita de puño y letra, para levantar una epopeya personal.
Kafka quería quemar sus palabras no impresas y si sus deseos, no del todo claros, se hubiesen cumplido, no sabríamos que vivimos en un mundo kafkiano. Todo se lo debemos a sus palabras.

En nuestra época, cientos de periodistas han sido asesinados por decir y escribir la verdad con las palabras de los hechos.

Siete palabras desde el fondo de la tierra, paridas del ombligo natural de la roca, hicieron historia recientemente. 33 mineros chilenos, uno de ellos boliviano, causaron asombro y un estallido de felicidad entre sus familiares, cuando enviaron desde los setecientos metros bajo tierra donde permanecían hacía diecisiete días sin que se supiera de sus vidas, un escueto, impactante, claro, inequívoco mensaje acerca de sus vidas: “Estamos bien en el refugio los 33”. Con letra clara, firme, la palabra en el papel ascendió la sonda que había llegado a su improvisado campamento bajo las rocas. Palabras para la historia. ¿De qué otra manera pudieran haberse comunicado desde el fondo de sus almas perdidas en la oscuridad de la tierra?
Nunca me sentí mejor como periodista que cuando visitaba en misión de trabajo El Cajón del Maipo, un lugar cercano a Santiago, enclavado en las montañas, la cordillera encajonada en el idilio natural, con sus montañas irregulares, desmembradas, ríos, lagunas, un sitio espectacular por su belleza y clima. Allí conocí nuestro río Colorado.
En nuestra época, cientos de periodistas han sido asesinados por decir y escribir la verdad con las palabras de los hechos. Detrás de la palabra está gran parte de la historia humana. El libro más leído del mundo lo siguen leyendo millones de personas cada día, repasan una y otra vez la palabra, el versículo, pasajes que millones anteriormente leían en distintas partes del mundo. ¿La palabra acomoda sus vidas? Como si todo pasara y las palabras siguieran flotando y reproduciéndose para respaldar, comunicar, alguna historia. Cada ser humano es una cantera de palabras. Lo que se suele olvidar con frecuencia es que sin lectura la palabra pierde fuerza, contenido, no se enriquece, suele quedar finalmente muda. El otro debe estar en la palabra.
En estos más de cuarenta años sosteniéndome con las palabras, he disfrutado años mi calidad de freelancer indocumentado, boicoteado, con puertas cerradas, lo que le da mérito a esta palabra medieval con que se mide un oficio realizado con absoluta independencia. Es como escribir en el aire, en una pantalla que en cualquier momento se borra, porque después la palabra se introdujo en una PC y aunque se disemina como reguero de pólvora por el mundo, compite férreamente en la derrota o en la victoria con la imagen de todo tipo, naturaleza, procedencia, tamaño, actualidad o no, porque en el universo banal los jóvenes idolatran esta efigie faraónica en que se ha transformado la representación del mundo a través de una imagen. La imagen ahora es más poderosa, porque es personal, vuelve protagonista a cualquier transeúnte que porte una cámara y está dispuesto a compartir con otros el flash. Internet se llama esta lámpara de Aladino que cualquiera conectado a la red puede frotar y pedir algún deseo o simplemente escribirlo, comunicarlo, difundirlo. Existen millones de seres anónimos que se desplazan por la red de redes, el espacio más público y global de la palabra en el siglo XXI, verdaderos enjambres de mensajes con una cierta impunidad colectiva para decir lo primero que atraviesa por sus sesos.
Ser extranjero físicamente, no sólo en la palabra, la mayoría de las veces es una necesidad, pero los tiempos no están para ejercer este oficio de traspasar fronteras y no ser acreedor de un rosario de discriminaciones que se pueden resumir en la expulsión del lugar. El cuerpo sigue siendo extranjero, un delito en sí, pero el capital goza de buena salud y la inversión proveniente del exterior siempre es bienvenida y no requiere aduana ni oficina de migración alguna. La mano de obra barata y su generosa plusvalía son buenas palabras bien administradas para el beneficiario. Si se trata de mano de obra cerebral, de un intelectual, a bajo coste, a precio de mercado de las pulgas, tiene una buena acogida y la legalidad del desamparado bajo la ley del embudo. Sólo los soldados no son extranjeros, sino invasores de la libertad.
Un freelancer extranjero juega las cartas de su propio naipe y la suerte corre por cuenta de la casa. El as es esquivo, suele estar marcado, con él juegan los más probables carceleros de tu palabra. Un escritor es extranjero en su propio país porque la crítica cada día es más inaceptable y se hace doblemente foráneo, ya que la lengua se usa para chasquearla como una lagartija en apuro. La palabra sin intermediario suele ser arrinconada. ¿Existe un matadero de la palabra? ¿La palabra está en bancarrota o no es moneda corriente ni convertible? Palabras sobre palabras pueden contar su propia historia. ¿O quizás reciclarse a sí mismas hasta el silencio?
Escritor fantasma, por mucho tiempo, indefinido, como la sombra que se aleja de su propia palabra. La palabra prestada al otro. Es un arte para el herrero herrar patas de caballo, hacer verjas, elaborar y diseñar ventanas, trabajar el metal para su uso y beneficio de otro. Cumplir, en suma, con un trabajo por y de encargo. Puede ser una pieza de pisapapeles. Bajo ella, quizás esconderse algún secreto, un documento no revelado o una simple cuenta impaga. Lo trivial no es mirar o no mirar fuera de una ventana, es no saber que el paisaje está dentro de uno.
Cada hora, en alguna catedral, un sacerdote sostiene con palabras esos muros y edificaciones construidas con el poder de la fe hace siglos. Mucha agua ha pasado, al parecer, bajo el puente de las palabras. Hoy la palabra digital viaja a la velocidad de un chat, renga, coja, mutilada, banal, desprevenida, casual, repentina, y aun así, tan temporales, circunstanciales, frívolas, se alojan en la yugular y psiquis del receptor. Los celulares tienen la voz, la palabra y la imagen, sobre todo, esas que se las lleva el viento. Es un mundo de nuevos dioses, que emiten un pii piiiiiiii… el sonido que llama, convoca a una misma soledad a lo que antes fue una tribu. En las reuniones, almuerzos, oficinas, automóviles, supermercados, malls, frente a sus parejas, fiestas, parques, en el baño, la cocina, en la cama, estacionamientos, calles, en alguna esquina del planeta público, se les ve sonrientes y con los dedos volar en la palabra frente a la pantallita hipnótica. Sienten que no están solos. Es el zumbido de abejas que no producen miel ni polinizan, más bien moscas con su nuevo abecedario entrecortado, atrapados en estas redes espontáneas.

Llegó el blog y nos fuimos en ese carro mirando hacia el horizonte donde la luz de la oscuridad se pierde y no hay velas para encontrarla o rendirle homenaje.

Otra era, gustos, modas diferentes, herramientas nuevas, el arte se mira de espaldas, el ocio camina por la cornisa inconscientemente. Vendrán estudiosos biodigitales de estos nuevos seres que deambulan por la Tierra. Atraviesan los cristales del mediodía en sus pequeñas babeles y se retroalimentan sin pausa, con prisa, acarician deslumbrados este instante que les facilita la tecnología y los pone en línea. “Ya voy / ya vengo / ya estoy / voy saliendo para allá / Estoy aquí / Y me moveré / Nos encontramos…”. La posmodernidad se ha instalado con sus medios dominantes. Es un hecho y lamentable. Los grandes relatos, con historia, lenguaje, están en el cajón de la basura de este nuevo mundo que abrió las puertas de par en par al espectáculo.
Llegó el blog y nos fuimos en ese carro mirando hacia el horizonte donde la luz de la oscuridad se pierde y no hay velas para encontrarla o rendirle homenaje. Fue una salida individual, a capela dentro de la posmodernidad, solo frente al espejo de las palabras. Un pequeño paso para escapar del plagio, la envidia, egoísmo, realizar un proyecto propio aparentemente lejos de la maquinaria del establecimiento, de los autores del silencio, ninguneo. El sueño de la libertad real, de pronto, se acabó. Se impusieron los anónimos y los robots operaron en consecuencia y se deslizó la censura a través de un curioso aviso que brinda dos posibilidades para entrar o detenerse frente al pozo de las palabras. Un menú-aviso que durante un tiempo se violaba a sí mismo, porque no permitía ni las dos opciones que le daba a los internautas para ingresar al blog bloqueado. (Durante cincuenta años se ha bloqueado una isla que sólo el mar puede hundir).
Periodismo online, palabras que vuelan distancias, pierden sus huellas, experiencia vivida con La Prensa de Nueva York. Reproducían los artículos sin mi firma. Dicen que se perdía el nombre por un error en la programación de la información en la PC. Otro enfoque del truco, naufragio cibernético, magia perfecta del olvido. Difícil navegar en una ciénaga.
Siempre me he preguntado si se han dicho tantas palabras como arena existe en el desierto. ¿Cuál sería el eco si las palabras más antiguas volvieran a hablar? ¿Existe algún vertedero para arrojar las palabras inútiles? ¿Cuántas palabras para no decir nada? ¿Cuántas palabras se necesitan para declarar el amor, la guerra o la paz? La palabra finiquito puede ser un nuevo comienzo.
Me quedo con las palabras abalorio, alféizar, almohada, azafrán, diván, ajedrez, almacén, alcoba, azar, guitarra, paraíso, gitana, muro, alfombra, desierto, sol, sueño, andén, estación, puente, cerrojo, calendario, viaje y mar.
La palabra aún no se despeina ante estas tempestades y mantiene los vicios de su belleza, la revolución del lenguaje, esa agitación continua del verbo. Los pueblos, que no necesitan licencia gramatical, seguirán creando nuevas palabras, llamando a las cosas por su nombre y el que aún desconocemos.
Rolando Gabrielli©2018

lunes, noviembre 26, 2018

La mantequilla de Marlon












La Mantequilla de  Marlon


Ahora que Bertolucci ha bailado su último tango
y nos dejó su poética  escrita en imágenes
con ese apetito inagotable del libreto
detrás del libreto frente al espejo de la realidad.
A mí no me engaña que fue un viejo  zorro,
que la historia lo redescubría a él en su poética
y tal vez la cámara fue su pretexto  para ser Bertolucci
y ningún otro pasajero más que de su tiempo,
victorias y derrotas.las vio con su poética
que superó todas las derrotas que un espectador
cualquiera pudiera  exigir a la medida de sus vagas
alucinantes y a veces inexplicables expectativas.
Ignoro por qué pienso que Bertolucci nunca dejo de ser
Bertolucci y no  negó su mira  poética.
Ese fue su guión real,
la palabra que la imagen se siente deudora
y no puede esconder
a pesar que ocupa toda la pantalla.
Con Bertolucci  muere el cine  del futuro,
no me preguntes  por qué.
Rolando Gabrielli 2018©

domingo, noviembre 25, 2018

Futuro

Futuro de Bebenista
Por qué no dejamos la ficción de lado
y nos dedicamos a la realidad
o hacemos de la ficción la realidad,
como si nada fuera a cambiar,  
aunque sea para efectos reales.
La ficción ya es  realidad,
por qué la vamos a confundir,
si  cada día  se hace más presente,
ignora el futuro,
no pide autorización,
porque se siente en confianza
y que importa si damos una paso
adelante, si ya  llevamos,
varios atrás.
Rolando Gabrielli©2018

lunes, noviembre 12, 2018

La aventura


La escritura ha sido mi salvación
y han querido cortarme las manos
como el Manco de Lepanto,
que perdió una para la salvación
del hidalgo caballero
de la gran cordura,
 de un amante  feroz del ingenio
y del amor real a la vida,
que le ficcionó su amada Dulcinea
y sin bien eran otros tiempos
donde sazonar un puerco
era una virtud de la época,
un poema también requiere
razón y locura, sazón e imaginación,
molinos de viento y desaforados gigantes
que se enfrentan a un simple poema
que requiere de la aventura
de su lectura.
Rolando Gabrielli©2018
Chile


Doré

Después de tantas primaveras


Volver a la patria,
todo el sentido se vuelve sin sentido,
cuando a la realidad toca  la puerta  sin fondo.
Digo  después de tantas primaveras perdidas,
no me debes nada,
no te debo nada.
Se han borrado los antepasados,
fantasmas de un  ciudad desconocida,
los bares con su clientela son el bullicio
de viejos sobrevivientes que comparten
copas, historias que la memoria
arrastra como trastos viejos
o un presente digno del olvido.
Estos años,
uno puede alcanzar a decir
como querer aproximarse a nada.
Por qué vuelves tan tarde podría preguntar el padre,
solo  quedan polvo s y cenizas, despojos
que algunas  vez fueron
al menos un guiño que no podría ser desconocido
o alterado por este olvido, esta nada.
Fuimos, somos pasados, sin darnos cuenta
y el presente tiene el deber de  volvernos
a la realidad que tal vez nunca ha sido,
ni será otra historia paralela.
Pensar que el río permanece
con el mismo hilillo  de agua oscura,
inmutable en su recorrido  que la ciudad
 reconoce como un espejo  viejo
que no aspira a ver más que su propia imagen.
Es mejor saber que los amigos muertos no vendrán a buscarnos,
y que el  sordo territorio de las palabras,
es  el futuro niño que aspiramos a ser
 y nos rescate de la asfixia.
Rolando Gabrielli@yahoo.com
Chile





jueves, noviembre 01, 2018

HOMENAJE A RAÚL RUÍZ en Santiago de Chile


El 87 fue el último año que viajé a Chile
y no sé por qué  descendí del  avión
como un turista más, despistado.
El país estaba caliente,
ardía más que una noche  de aquellas
cuando Nerón incendió Roma
o simplemente la calidez amable, amorosa,
de San Camilo, un puerto de lujuria y diversión.
En ese entonces,
caminaba por el Paseo Ahumada,
el que describió detalladamente Enrique Lihn
con el pinguino instalado  en su iceberg existencial
y a lo largo de la calle una corte de todas las miserias de Chile.
En medio del torrente de gente,
paseantes, oficinistas, comerciantes, ociosos  compradores, lanzas,
un público tan heterogéneo como los vendedores de toda clase
de pomadas, me encontré con Raúl Ruíz,
el cineasta, por si no  lo conocen
de Tres Tristes Tigres, La Maleta y otras cintas
que tuvieron como  actores a Luis Alarcón, 
Marcelo Mastroiani y la Catherine Deneuve.
Aún no había estrenado El Tiempo Recobrado de Proust,
el mismo tiempo que ahora recuperábamos en un instante
por esas casualidades de Chile que tenía viajeros ocasionales
por todas partes.
Nos dimos un fuerte  abrazo como en el final de una cinta,
sorprendidos por un libreto improvisado,
habían pasado 14 años
y no sé que pensamos cada uno
en ese instante irrepetible.
Yo había sido un extra de esos que nadie recuerda más,
de su película La Colonia Penal
(yo vivía en una colonia )
Raúl venía de su residencia parisina 
Santiago olía a naftalina, piqueteos,  gritos, marchas,
"abajo el tirano", las calles estaban en efervescencia
y el Príncipe de la oscuridad parecía no inmutarse
y tenía todas las hojas  inmóviles en sus manos
y prepara alguna ceremonia fúnebre
en algún lugar del país.
-Te invito al Rápido, me dijo sonriente Raúl,
sin más protocolo que el encuentro,
a un vino y unas empanadas
-Vamos, respondí
estábamos a 50 metros de de se icono de la chilenidad,
en pleno centro de Santiago.
Allí las voces comunicaban hacia otras voces,
la alegría contagiosa del ambiente,
el retorno, el azar filmaba
este gran momento.
Raúl había vuelto a Chile, de paso,
a reconocer el terreno  después que le instalaron
una L en el pasaporte que le impedía el ingreso.
El país solo pasaba películas de terror.
Estaba radiante, con su gran melena y porte
y ojos siempre filmando los momentos y sus circunstancias.
Ninguno de los dos pasados se juntaron y hablamos en presente,
el aire espeso traslucía una luz magra,
pero los rostros se distinguían entre muchos  y murmullos
propios de las cantinas
Las copas abrían paso a las palabras,
sobre las vibrantes mesas y el vino justo para reconocernos en el lugar
prohibido hasta ese entonces.
No sé que se dijo de París, mentiría,
esa mañana en Santiago.
Tuve la impresión que Chile se devoraba los últimos tiempos
de la dictadura.
Raúl alzó la copa con la felicidad del recién llegado,
autorizado por la Inquisición menos santa
que haya conocido la historia de Chile.
La copa   de Raúl era otra señal que todo llegaba a su fin,
reflexioné a instante, cuando vimos
una  trizadura con la forma de una L,
era idéntica a la que había desparecido de su pasaporte,
el campo estaba despejado,
el castillo del Capitán General parecía comenzar
a desmoronarse.
Nos reímos,
como si fuera un vaticinio,
un anuncio inevitable, esperado
y de los nuevos tiempos.

Rolando Gabrielli©2018
Santiago de Chile 2018

Fuiste el deseo






El lenguaje es una piel. Yo froto mi lenguaje contra el otro. Mi lenguaje tiembla de deseo”.  Roland Barthes

Fuiste el deseo, la pluma y el aire,
el espacio y la noche reunidos
en una luz fosforescente de dos cuerpos
ocultos en llamas que se aman sin verse,
que se tocan   sin saber que la piel
es un envase  único, irrepetible, personal,
que fricciona su propio lenguaje y comunica
que los cuerpos son uno, inidentificables.
El deseo es la palabra maestra
entrando en la página en blanco,
temblando insegura hasta reafirmarse,
una y otra vez en el cuerpo que habita
a sabiendas que no es el propio
y que encontrará la ansiada puerta,
el  camino angosto de las verdaderas palabras.
Nunca habrá una verdad que supere a otra.
Rolando Gabrielli©2018
Chile 1 de noviembre 2018

martes, octubre 30, 2018

31 años después


Este  es Chile,
parece mentira
que aún exista
y que yo pise
su tierra quebrada
en la memoria.
Estos años salieron corriendo
y si fueron perdidos o  estuvieron
en alguna parte,
ya no es mi problema.
Pero aquí ahora acumulados frente
a la cordillera o el mar,
balando en desierto un idioma
intraducible,
que mi voz no recuperará y ha quedado
en una triste romería,
en el cadáver precipitando la noche
del muerto, del desparecido,
del vivo en las aguas y arenales
de Chile,
los cuarteles de la loca geografía
en invierno o verano, pero esta es mi primavera,
La gloria inmortal de un tiempo
de grandes alamedas.
El porvenir después es la historia
que el pasado la convierte en presente,
y queda la huella imborrable de las palabras.
Siento una rosa helada 31 años después
y estoy en primavera,
mi huella a fuego es de Norte a Sur,
por la angosta geografía,
el mar  que por desconocido me conmueve,
como un ángel
que siempre me espera para contarme su día,
a su lado voy sorprendido,
me entero que voy a Chile,
desde antiguas décadas
como si fuera la última 
rama desprendida
del viejo árbol de mis raíces.
28 de octubre
Copa Air Lines
Vuelo 117
asiento 26
Panamá entre las nubes/Chile

lunes, octubre 22, 2018



Circulo vicioso
Por fin me abres una puerta,
circulo vicioso,
qué esperabas,
encerrado en tus cuatro paredes,
como un cero a la izquierda,
sin aire, ni ojos, iluminado
por este día
que a mis espaldas
ha puesto un viejo horizonte.
Rolando Gabrielli@2018

lunes, octubre 15, 2018

Solo piensan eran ùnicas

Sè que finalmente
te preguntaràn
què hiciste
con las palabras
que te dí,
fueron muchas  o pocas,
las justas y necesarias.
Solo piensa,
por ser las tuyas,
eran únicas.
Rolando Gabrielli©2018

sábado, octubre 13, 2018

Selfie

Es tal
la capacidad
de un selfie,
que parece
poder llegar
a inmortalizarte.
Narciso, solo tuvo
que mirarse
en una fuente
de agua
Rolando Gabrielli©2018
(La pintura es de Caravaggio)

lunes, octubre 08, 2018

En un cuarto vacío

Miro el amor en un cuarto vacío,
apago  la luz.
No veo otro horizonte,
que un tiempo ciego
que solo desea retornar
al útero de su madre.
Rolando Gabrielli©2017

jueves, octubre 04, 2018

Seguir la memoria de tus viajes


Seguir la memoria de tus viajes,
como una carta náutica,
el vuelo que una palabra  sostiene
sobre la hoja de papel en blanco
sin dirección alguna,
 aire que lleva una paloma
en sus alas.
Todos son recuerdos de mapas
de la memoria,
jamàs escritos, 
tesoros por descubrir.
Rolando Gabrielli©2018

miércoles, octubre 03, 2018

Pregùntate en la asfixia que vivimos

Pregùntate en la asfixia que vivimos,
al alba, en  la oscura alba,
con cabeza de abeja reina,
el panal y sus celdillas
de prisión y libertad.
Todo lo que dejamos
en nosotros mismos,
si estuvimos en la cima
o en el abismo.
La piedra conoce
su destino inmóvil piedra,
el pájaro deja casi todo
en manos de sus alas
el pájaro deja casi todo.
¿Por què, pregunto,
pusimos el todo en la nada?
Rolando Gabrielli©2018

martes, octubre 02, 2018

En este rumbo

En este rumbo,
con alas huecas,
sueños  dorados,
rotos,
alguien se aleja
y no deja de volar,
como si a la luz fuera
a llegar y le temiera,
a ese mar oscuro,
sin horizonte.
Rolando Gabrielli©2018

lunes, octubre 01, 2018

No abuses
con las palabras,
amigo lector,
no te pertenecen
a ti, ni a nadie,
sino al Jardìn de las palabras.
Rolando Gabrielli©2018

viernes, septiembre 28, 2018

Quisiera terminar mis días

Quisiera terminar mis días,
hablando otra lengua,
en cualquier lugar,
ser el otro que no conociste,
sin palabras.
Rolando Gabrielli©2018

jueves, septiembre 27, 2018

Viral

El mundo
nunca estuvo
màs enfermo
que ahora.
Todo se viraliza.
Rolando Gabrielli©2018

lunes, septiembre 24, 2018

Silencio en silencio

A veces pienso que el silencio es màs que la poesía.
Todo fluye cuando nada se dice
y el gesto repara y articula la comunicación
por ser descifrada.
Es una sanación del propio Verbo,
búsqueda que rastrea en el màs absoluto hermetismo,
la palabra no dicha,
pospuesta como si fuera un puente invisible.
El juego està en la mirada y su complicidad,
en lo que puede aparecer y desaparecer ,
es pura abstracción.
La poesía es oficio,
memoria, construcción de un nuevo silencio,
quizás y sin proponérselo
interrumpa esta misma comunicación
con lo que ni siquiera sostienen las palabras.
Cubrir una mesa con un mantel blanco,
fue mi último sueño
y poner descuidadamente unas rosas.
Eso es ya  es volver al presente,
a la poesía.

 ROLANDO GABRIELLI©2018

jueves, septiembre 20, 2018

El himno de las rocas

El himno de las rocas
es lo que no siempre se mueve,
ni escucha aparentemente
en el màs puro oleaje
y agita entre violines
y guitarras de sal
sin màs cuerdas que lo que el horizonte nos deja ver
y escuchar en todo
su distante silencio.
Rolando Gabrielli©2018
Dibujos de Paola Petroni Gabrielli

sábado, septiembre 15, 2018

Musa, no hay queja

No hay queja, te siento
como mi Musa,
la palabra de todo lo invisible.
¿Haz visto un pez cruzar un rìo?
En todo ese mar,
brillan tus palabras.
Rolando Gabrielli 2018©

miércoles, septiembre 12, 2018

No olviden

Se acostumbrò la muerte
a no saludarme,
indiferente pasa silbando,
distraída  como un zorzal
en el alambre.
¿Què busca, què? espera?
dicen los muertos que fueron sembrados
a lo largo y ancho  de Chile,
otros de hambre en el desierto,
no tenìan ni sombrero para pasarlo
en las micros.
Nada de esto es bíblico, sino historia,
una  simple historia que  no debemos olvidar.
Miles no tuvieron la  oportunidad,
como las aves del cielo, que nunca  siembran, ni siegan,
ni recogen en graneros,
fueron alimentadas y siguieron libres volando
Rolando Gabrielli  2018
 

domingo, septiembre 09, 2018

Amor, què mundo

Amor,
 què mundo
tan  pequeño
para nosotros
y nos ha tocado vivir,
girar en torno al sol,
a veces, siento,
estamos  perdidos
 en  un simple globo terráqueo.
Rolando Gabrielli©2018

viernes, septiembre 07, 2018

No màs palabras, amor

No màs palabras,
 amor,
gracias por tu silencio
de arenas movedizas.
Paz a las vocales y consonantes.
Donde quiera,
que tu dulce voz,
hable en el desierto,
ahí estarè escuchándote.
Rolando Gabrielli©2018

miércoles, agosto 22, 2018

En un lugar de Verona

Era tan perfecto
el  escenario,
como imperceptible,
se habían amado
hasta el amanecer
y decidieron pasar
a la historia, sin proponérselo,
como los desdichados
de Verona.
Rolando Gabrielli© 2018

jueves, agosto 16, 2018

Aguja en el pajar

Hoy no pude enhebrar
una aguja,
me pregunto còmo
alguien pueda creer
que por su ojo
pasará un camello.
No conforme,
con esa reflexión
tan antigua,
me dije,
ante mi inútil insistencia,
como pasan los años,
pero ella me miraba de reojo,
con tanta seguridad,
como diciéndome,
búscame en el pajar.
Rolando Gabrielli 2018

viernes, agosto 10, 2018

El poeta que a tientas

El poeta que a tientas
llega a su casa,
es porque aún
está buscando
el camino.
Rolando Gabrielli©2018

sábado, julio 21, 2018

Bergman

Cien años, Maestro,
pecata minuta
en el tiempo de la Historia,
y todos preguntándose aùn:
usted      vivo
sobre el vivo celuloide.
¿ Què   veìa?,
si en verdad,
nos miraba
a todos nosotros,
que siempre, digo,
buscaremos una aguja
en el pajar,
en    el   ojo
del Director
Rolando Gabrielli©2018