Febrero que no termina, concluye finalmente en el mar de la poesía y los libros que aún tiene para el público el griego Jerry en su librería Argosy, de la vía Argentina. Kavafis, el griego, preside el destino en esta isla de libros en español e inglés, almanaques, postales, manuales, diccionarios, fotos de artistas de Hollywood, obras que alguien escogerá en el azar de los días.
¿Los libros no terminan de convencer a los editores y lectores? ¿A quién pertenecen: al autor, editor, librero, lector o a las bibliotecas? ¿Desaparecerán como viejos fantasmas de papel y el mundo se inundará por un día de letras y palabras en imprenta? ¿La letra impresa será un juego de ilusos viajeros del tiempo en otra época, cuando Gutemberg se quemaba las pestañas y la imprenta ponía a soñar a una parte del mundo y a aprender a leer en los papeles que reunían todo el abecedario?
Roberto Bolaño se ha vendido todo, me dice el vendedor, uno de mis recomendados para animar las lecturas de una provincia apartada de las lecturas sagradas, en un silencio autista, visceral por el placer y un presente inamovible.
El griego no se inmuta ante el flash, más bien nos pone su perfil griego a disposición nuestra, y continúa imperturbable ante su ejercicio de recortar imágenes y reproducir la historia para sí mismo, como parte de la fantasía de este tiempo y del que le queda. Un vicio que rompe las narices al mundo digital, lo vitrolea, ridiculiza con su clasicismo dòrico o jònico, segùn sea la ocasiòn. Su tijera es implacablemente silenciosa, pareciera cortar en silencio el mundo que ya no verà. Las horas que pasan, se quedan con imàgines, restos de memoria.
Camino como un cliente distraído y hay un silencio no escrito en este espacio, que aún permanece bajo la sombra del aire acondicionado que resiste un sol que no abandona su trabajo en el trópico. Estamos piloteados quizas por una nave del pasado y ascendemos en círculos invisibles.
¿Los libros no terminan de convencer a los editores y lectores? ¿A quién pertenecen: al autor, editor, librero, lector o a las bibliotecas? ¿Desaparecerán como viejos fantasmas de papel y el mundo se inundará por un día de letras y palabras en imprenta? ¿La letra impresa será un juego de ilusos viajeros del tiempo en otra época, cuando Gutemberg se quemaba las pestañas y la imprenta ponía a soñar a una parte del mundo y a aprender a leer en los papeles que reunían todo el abecedario?
Roberto Bolaño se ha vendido todo, me dice el vendedor, uno de mis recomendados para animar las lecturas de una provincia apartada de las lecturas sagradas, en un silencio autista, visceral por el placer y un presente inamovible.
El griego no se inmuta ante el flash, más bien nos pone su perfil griego a disposición nuestra, y continúa imperturbable ante su ejercicio de recortar imágenes y reproducir la historia para sí mismo, como parte de la fantasía de este tiempo y del que le queda. Un vicio que rompe las narices al mundo digital, lo vitrolea, ridiculiza con su clasicismo dòrico o jònico, segùn sea la ocasiòn. Su tijera es implacablemente silenciosa, pareciera cortar en silencio el mundo que ya no verà. Las horas que pasan, se quedan con imàgines, restos de memoria.
Camino como un cliente distraído y hay un silencio no escrito en este espacio, que aún permanece bajo la sombra del aire acondicionado que resiste un sol que no abandona su trabajo en el trópico. Estamos piloteados quizas por una nave del pasado y ascendemos en círculos invisibles.
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