domingo, julio 15, 2012

Los dìas finales de un parricida





Roberto Bolaño se fue sedado en sus ùltimos 12 dìas de vida hacia su viaje vikingo final por el Mediterràneo, donde escogiò navegar por la eternidad. Esperò por un nuevo hìgado hasta el final de sus dìas, y en medio de su batalla por la vida, armaba el rompecabeza de sus últimos libros, el legado literario que le sobrevirìa. Los últimos 12 meses de su vida fueron meteòricos, deslumbrantes, desgarradores, estrictamente literarios y  suicidas. Ya no peleaba con sus pares, sino con su propia  literatura, arreglaba, acomodaba, corregìa, revisaba, ponìa en orden, luchaba contra  el viento y la marea de su enfermedad,  confiaba que saldrìa  del quiròfano para recurperarse. El destino le reservaba otro camino, y de acuerdo con la atmòsfera  de su vida descrita de su ultimos años, los apasionados movimientos del autor, sus continuos desmayos, la atropellada escritura que le atormentaba,  todo indica que  descuidò su salud (enfermedad), y ya deliraba en la palabra. Al final del final, porque todo termina definitivamente, se separaba de su esposa y se cambiaba de domicilio, primero solo, y posteriormente recibìa a su flamante novia, a un sitio que escogerìa su exesposa.
El vèrtigo se apoderaba del autor de Los Detectives Salvajes, que  en los noventa recibiò la primera alarma de su hìgado y solo el 2002, segùn cuentan sus pasos, decidiò solicitar uno de repuesto.  (En Chile sus amigos le buscaron  un riñòn que nunca apareciò) Las hemorragias se sucedìan con cierta frecuencia y no se sentìa alentado para continuar su novela de mayor aliento: 2666. Fue demasiado tarde segùn concuerdan todos los hechos y ya Bolaño era un personaje emblemàtico, mìtico, un icono de la nueva literatura en idioma español, un velero que naufragaba sin que nadie le detuviera. Ya era Roberto Bolaño, el parricida del Boom, de todo lo que se moviera en contra de su direcciòn. Un verdadero salvaje opinaba en consecuencia y salìa a la palestra lanza en ristre. Sus maestros Parra, Borges y Lihn, le habìan heredado su montura en la andadura donde los molinos de viento tenìan pies y cabeza. A Lihn se le reconocen  pocos mèritos en la influencia que tuvo sobre Bolaño, pero entre otras cosas, le salvò la vida, según relata el propio autor, que casi comparte un ùltimo acto con el poeta de La pobre musiquilla de las esferas: morir en Barcelona. Segùn cuenta Marìn, no sè si la memoria me falla, fue en Barcelona que rescatò en un baño de su casa al poeta Lihn de un ataque al corazòn y lo llevò en una ambulancia con un nombre que cubrìa la seguridad social española. Literatura dentro de la realidad. Bolaño hasta el final solicitaba libros de Lihn, cuando  afinaba sus libros pòstumos. No lo alcanzò a conocer, como tuvimos el privilegio algunos. Lihn como otros poetas consagrados, viviò la gloriola mezquina y chaquetera del Chile ferozmente antimistraliano.
¿Còmo habrà  manejado en esos dìas Bolaño sus hemorragias, desvanecimientos en trenes, pùblicos, la fuerza de la gloria que ya sabìa le empujaba a un Olìmpo esquivo en vida? ¿El soldado infrarrealista que fue, tomaba el timòn de sus últimos actos trasgresores y cambiaba de mujer, domicilio?  ¿Bolaño sabìa que  el fantasma de su literatura ya recorrìa el mundo? Son dìas probablemente en que el infierno te da permiso para  oxigenarte, pero la suerte està echada. Aùn, con el abismo en el cuerpo, haber cargado el DF hasta sus últimos dìas, presionado por el tiempo que para cada uno de nosotros sì pasa, quiso cumplir con sus lectores y la posteridad.  Asistiò al I Encuentro de Escritores Latinoamericanos de Sevilla(sic), donde fue literalmente canonizado como cabeza de generaciòn, pero ya se despedìa, no le quedaban tres semanas de vida y  sòlo 8 dìas realmente conciente. Entrarìa a ese pasillo silencioso sedado sin retorno. El 9 de julio del 2002, poco màs de un año antes de su muerte, habìa anotado en su diario de manera feroz, sin vaselina: "Sospecho que en 1980 nadie, en Chile y la mitad oeste de Argentina, escribía como yo"
Su ùltima presencia ocurriò hace  9 años. Habìa ordenado todo el material que pudo, y como un viejo y consumado detective, dejò  en el disco duro sus ùltimos cartuchos.



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