El Central Park no sueña
los edificos que aturden el paisaje.
Bajo sus colores, Oh Gran Manzana
te muerdo ciego en tu paraíso.
Manhattan es discípula del hierro,
de tu cara fría empastelada,
deseo y ternura,
no me confundas con tu poesía,
apiádate de la memoria
de este cansado viajero en tus postales.
Hago mis maletas en silencio
y alguien registra enguantado
sus malas intenciones, las mías tal vez.
Objetos peligrosos son tus brillantes ojos
y la piel que huele a bosque.
Me llaman y debo abandonar la ciudad,
un parlante me convence
que no hay lugares equivocados.
Dejo correr los pies,
la luz de tu cuerpo
y las sombras inmóviles
que regoge el atardecer.
Parto donde el viento
no llegue a Nueva York.
Me hacen señas que no olvidaré.
Veo escribir mi nombre
en una postal de otra ciudad.
Qué rápido pasa el tiempo
en Nueva York.
©2005
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