Se supo poeta el día en que se declaró custodio de la Luna de Shakespeare. Un pedazo de palabra atravesado en la memoria, se dijo, que no quería abandonar. Ya no volvería a ser el mismo, porque en verdad no quería serlo. En las noches armaba y desarmaba puentes venecianos. En las mañanas el sol bailaba frente a su cuarto, vestido con ropas blancas, albas al amanecer. La Musa se bañaba en aguas de en un río lejano y profundo. La poesía era cosa perdida, palabra que alguna vez saltó con un pequeño resortito hacia el centro de algún corazón y voló, en un plan de evaporación perfecta. En esta época en que los polos se derriten y la Guerra Fría se había congelado, la sangre de la culebra permanecía tibia, acechando en el paraíso. Hasta que un día el cielo se oscureció y aparecieron unas palabras. Otra vez, sobre el mar se desdibujaron, al parecer, los signos del silencio. Fue cuando por primera vez Sonoro Verbo Maldito vio los cuerpos de arena. ¿La poesía se construye en el aire, es castillo de arena o tierra movediza de su silencio? En Babel no se cuentan las palabras, ni se escuchan los silencios. (Una vocal se balanceaba sobre una palabra que nadie escuchaba. Y una consonante caminaba al lado de una telaraña que la enredaba) Los héroes son los mismos cobardes de siempre. El desierto conoce los ecos del tiempo desde hace miles de años y los pasos que alguna vez se caminaron, no se desandan.
En una esquina, en la punta del hilo de la madeja, bajo las sábanas del alba, estás deshojando margaritas...me quiere mucho, poquito, nada, me quiere...una estrella brilla porque alguien le ama...el secreto de mis palabras es que tienen una Musa...
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