domingo, junio 08, 2008

Cindy C. en Panamá












Descomplicada, absolutamente casual, montada en su geografía de diva, llegó con más de una hora de atraso al aniversario 160 de Omega, que se celebró en Panamá para toda América latina, en el hotel Miramar, un cinco estrellas frente al océano Pacífico, en la bahía de la capital istmeña, cuya cinta costera está en total ampliación. Aunque el tiempo supera al propio reloj Omega, Cindy C., sigue siendo su embajadora y promotora por más de una década, con el garbo que la marca requiere y el espléndido toque que la Top de Illinois impone en sus presentaciones. Mujer de pasarelas, grandes e íntimos espectáculos, largas piernas de caminos ignotos y de un empaque que revolucionó los años 90. Así pasó a mi lado, con toda su humanidad, iluminada y venía vestida, como se le ve en la foto que le tomé aquella noche en medio de decenas de flash y de las previas advertencias del presentador, que tuvo la poca gracia de prevenirnos para que no se hicieran preguntas "íntimas". Estábamos en un pequeño salón atiborrado de fotógrafos y periodistas de la farándula de Panamá, Argentina, Venezuela, Colombia y de corresponsalías extranjeras acreditadas en el Istmo, con Cindy C, el presidente de Omega y el representante en Panamá
Qué palabra más fuera de contexto y más alejada de la realidad de la intensamente intísima Cindy C., la Crawford, que hizo volar plumas y comentarios de todos los calibres en su época de oro, como la retratan las otras fotos, de musa top-top, desnuda sobre el caballete de la vida e inmersa en la profesión de Eva en el paraíso. Siempre fue descomplicada y dejaba ver sus formas de guitarra, más que de antiguo reloj de marca.
Así la vi esa noche, tibia, tropical, húmeda, aunque se exigía tanta formalidad, reglas, manejo de cura de provincia. Yo fui esa noche para cumplir con una vieja promesa que le hiciera hacea algunos años a la propia Cindy C., estampada en una valla en plena avenida España, en el corazón de ciudad de Panamá. Quienes conocen mi oficio y temperamento, habrán leído mis palabras y no dudarán de mi verticalidad. La palabra empeñada vale tanto como una mirada a los ojos, señal de compromiso sellado. Durante esa larga hora alargada por las palabras del presentador con un mar de recomendaciones, dejé flotar mis sentidos y recorrí cada uno de los espacios, saludé a un dueño de una emisora que no veía ni escuchaba hace años, me puse al día con el medio ambiente y no le dí más pensamiento a la espera que cumplía con su objetivo de hacer parpadear los inciertos fogonazos de las cámaras en una espera que va adquiriendo categoría de antesala. Todas las miradas estaban dirigidas hacia la única puerta del salon custodiada por un gorila de ocasión, espeso, algo malhumorado, pero silencioso, en estado de alerta, lanzando su olfato y gestos alrededor de su territorio. Y el presentador ante la prolongación de la espera, llenaba el espacio con nuevas ofertas sorprendentemente contradictorias con las primeras advertencias. Pueden lanzar los flash que deseen durante la entrevista y Cindy posará para ustedes en esa pared blanca, que dicho sea de paso estaba frente a mis ojos. La farándula se sintió complacida, respiró una honda satisfacción y dejó correr el click de las cámaras para ese gran momento y la espera adquiría entonces su valor agregado. ¿Qué era esa pared blanca sin la Cindy?, me pregunté. La diva se encontraba quizás en un último retoque del libreto y del cuerpo, ajustando las piezas de su propio reloj. Yo imaginaba los movimientos del Gran Salón, donde se realizaría una recepción como se merecía la Cindy C. y sus invitados, desde el gobierno al cuerpo diplomático. Los mozos acomodando las mesas y sillas, frente al gran cortinaje que cierra la noche y el mar panameño. Ese ruido singular de pasos sobre la alfombra y movimientos apresurados hasta el último toque. Manteles, servilletas y adornos florales. El agua está fría. Hombres y mjeres de negro, esperan y calculan los próximos movimientos.
La Diva no volvió ni posó freente a la blanca pared, como era de esperar. El tiempo Omega corría raudo por el Hotel de cinco estrellas. El tiempo no espera. Cindy C. exhibía su flamante Omega Constellation. Cuando se despidió sin abandonar su sonrisa, hizo el camino inverso hasta traspasar la puerta con el mismo paso cadencioso con el que llegó y como si toda su estructura fuera suspendida por sus largas piernas de antiguas torres medievales.
Resignados y compartiendo un coctail con champagne rosada, dimos por concluida la entrevista con Cindy C y sus 13 años de embajadora Omega. Pero por esas cosas que suelen ocurrir, una puerta equivocada nos la devolvió vestida de negro. Ya iba camino a su noche de gala. No más fotos alcancé a escuchar y su espalda fue lo último que divisé en medio de la gente, en el umbral del Gran Salón.
Para nosotros ya era historia.

1 comentario:

Paloma de Vivanco dijo...

Rolando, eres tan bueno en las crónicas como en la poesía.
Me gusta mucho tu blog porque está muy al día.
¡Felicidades!
Paloma