De alguna manera la nostalgia me golpea,
con el pie huérfano de la noche.
Fui un poeta inútil durante el estado de excepción,
días patibularios que nadie me devolverá,
vaya guante de hierro en el atardecer de Santiago,
la muchedumbre solitaria que yo era,
me enseñó mi nombre la identidad mal parida
de la noche, cada día bajo los peldaños
de una escalera sin una opinión clara hacia el cielo,
un río en el hilo pendiente de la muerte.
Una página mía se despedazaba en un cuarto,
detrás de una tintorería, estábamos los poetas
pintados en la pared, la muerte rondando la basura
con sus colmillos de fuego y hormonas celestes
de emperatriz persa desdentada.
El país viajaba en silla de ruedas,
como el verdugo treinta años después,
sin memoria falsificándose un pasado,
presente hundido en su ola de cinismo celestial.
Que Dios me proteja y si hay paraíso me lleve
a disfrutar la hazaña de su perdón.
Los poetas salían por una cañería de humo,
amarillos de terror, alucinados, el yeso
helado del sueño perdido de la nada,
el aire, el tiempo, un paisaje sin anteojos.
Se ha roto la infancia de la Patria,
el gran tesoro de la irrealidad
es dueño de una alcancía de agua bendita.
Qué pozo milagroso rejuvenece al dictador,
que quiere morir cuando todos se hayan muerto.
Mi tumba le pertenece con sus ojos morados,
los gusanos en flor marchitos bajo sus guantes blancos,
no me abrace padre, del mal no se recupera nadie.
No bien usted recobre la memoria saldrá corriendo
por la inocente bacinilla del olvido.
Rolando Gabrielli©2005
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