VAMOS AL CHAT CON DORFMAN
(Mano a mano con un escritor de dos lenguas)
Rolando Gabrielli
La diáspora de nuestros tiempos es como una alcancía rota que nunca terminará de llenarse con sus sueños. Nos viajamos a Australia, México, Francia, Rusia, Suecia, Panamá, Costa Rica, Ecuador, Cuba, Argentina, Estados Unidos, por el mundo después del 11 de septiembre de 1973. Los primero fueron directos a campos de concentración diseminados por toda la República entre Dawson y la inefablemente célebre Pisagua, un lugar de muerte frente al mar Pacífico en el norte chileno. La inmensidad del desierto y el confín sureño, se tragó una parte del alma de la patria. Estos apuntes son algo más que historia. Corrían los años felices de mediados de los sesenta, uno poquito, más el 66 para ser precisos, y Ariel Dorfman, el hermano gemelo en tamaño large de Woody Allen, nos daba clases de Literatura en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. Un gringo chileno desgarbado, que conversaba con las nubes, muy simple, sencillamente sencillo, lleno de entusiasmo. El Pedagógico de la Universidad de Chile bullía de ambiente revolucionario y literario, el pequeño Berkeley chileno con sus prados, agitaciones sociales, hermosas mujeres, edificaciones europeas, y la libertad de pensamiento 24 horas al día. Parra, Skarmeta, Poli Délano, Armando Cassigoli, Juan Rivano, Planet, Gianinni, Guzmán, Ariel Dorfman, deambulaban diariamente por las paredes contaminadas del Pedagógico, además de los visitantes como Lihn, Teillier y otros, que se reconocían el multifacético espejo de las llamadas Termas de Macul. Saldrían nuevos poetas y críticos literarios, prominentes profesores, Millán, Cuevas, Jofrè, Nómez, Los Paparazzi, muchos otros en la larga y exitosa agenda del Pedagógico. Dorfman se sentaba sobre la mesa con sus largas piernas en una esquina y nos miraba detrás de los ojos y con su voz y gestos, nos iniciaba en la literatura como en el famoso Carpediem. Ese era el minuto, ningún otro, veníamos a sentir el olor a pólvora y miel de las palabras, a la aventura literaria con Ariel Dorfman. Entraba al salón con su vieja sonrisa milenaria, y nos miraba el Woody Allen chileno, nacido en la Argentina y nos enseñaría a leer con el sociólogo belga, Mattelart, nada menos que al Pato Donald. Era el Chile lúcido, crítico, que se estremecía en su propia geografía. País laboratorio, visitado por escritores, sociólogos, periodistas, políticos y agentes de toda naturaleza. Una larga y angosta faja de tierra al fondo del Sur, Sur. Pase a Chile, al fondo, pero a mano izquierda. Hasta nuestras Termas había llegado el inefable e inolvidable Cronopio, Julio Cortázar, nosotros rayuelanos por naturaleza y derecho generacional propio. Dorfman, como tantos chilenos, intelectuales o no, dejó físicamente Chile. Vivió en Nueva York en su infancia y regresó mucho más allá de la adolescencia por esos lares del Norte. A su historia esta en su libro autobiográfico titulado Rumbo al Sur deseando al Norte, que elaboró en un Rancho de New Mexico. “Si estoy contando esta historia, si la puedo contar, es porque alguien, muchos años atrás en Santiago de Chile, murió en mi lugar”. Así comienzan sus páginas en su libro ilustrado en la portada con las banderas de Chile y Estados Unidos, con el niño Ariel y el Palacio de la Moneda ardiendo el 11 de septiembre del 73. Muchos no vivieron para contarla, parodiando a Gabriel García Márquez. Dorfman, si pudo. Hace años es catedrático en la Universidad de Duke, en Carolina del Norte. Es uno de los 100 latinos tal vez más influyentes y reconocidos en Estados Unidos. Su obra literaria, novela, teatro, ensayo, poesía, ha sido traducida a más de 30 idiomas. La Muerte y la doncella, una obra de teatro universal, ha sido montada en más de 90 países y fue dirigida en Broadway por Mike Nichols. The Washington Post, dijo que Dorfman pisó definitivamente el terreno de los grandes novelistas mundiales de primera clase, con Konfidenz. Ha recibido innumerables reconocimientos por su labor, entre ellos el Premio Laurence Olivier por la mejor obra de teatro: La muerte y la doncella, llevada al cine por Roman Polanski, con Sigourney Weaver y Ben Kingsley, como protagonistas. Obtuvo el Premio Sudamericana ; dos premios teatrales del Kennedy Center, en Washington y el premio al mejor drama de televisión de Gran Bretaña por la obra Prisioneros del tiempo, protagonizada por John Hurt. Dorfman ha aceptado un mano a mano con sus lectores virtuales. La feliz iniciativa la ha tomado el portal chileno: http://chat.librolibrechile.cl P.D. La novela hoy es un género sospechoso, inclasificable, Borges lo detestó y renegó de él. García Màrquez volvió a transformar el género en algo clásico con Cien Años de Soledad como Juan Rulfo con Pedro Páramo. J. Joyce nos dejó un gran y maravilloso puzzle para hacer nuevas novelas. Kafka un padre severo, no nos olvida y ni deja de repetir, que todos somos kafkianos en algún momento de nuestras vidas. Proust, Flaubert, Faulkner, Hemingway, Mann, Bolaño, más atrás y más adelante, Onetti, Carpentier, Cortázar, etc. Cervantes mucho antes y ahora, tan actual, como siempre. La novela es una larga aventura, sin comienzo ni fin y no existe una receta para ser novelista. Tantos padres para una criatura con mil cabezas. Es una larga y desconocida aventura, como la palabra, en todo tiempo y época. La novela es Isla, de su propio Tesoro.
Rolando Gabrielli©2006
(Mano a mano con un escritor de dos lenguas)
Rolando Gabrielli
La diáspora de nuestros tiempos es como una alcancía rota que nunca terminará de llenarse con sus sueños. Nos viajamos a Australia, México, Francia, Rusia, Suecia, Panamá, Costa Rica, Ecuador, Cuba, Argentina, Estados Unidos, por el mundo después del 11 de septiembre de 1973. Los primero fueron directos a campos de concentración diseminados por toda la República entre Dawson y la inefablemente célebre Pisagua, un lugar de muerte frente al mar Pacífico en el norte chileno. La inmensidad del desierto y el confín sureño, se tragó una parte del alma de la patria. Estos apuntes son algo más que historia. Corrían los años felices de mediados de los sesenta, uno poquito, más el 66 para ser precisos, y Ariel Dorfman, el hermano gemelo en tamaño large de Woody Allen, nos daba clases de Literatura en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. Un gringo chileno desgarbado, que conversaba con las nubes, muy simple, sencillamente sencillo, lleno de entusiasmo. El Pedagógico de la Universidad de Chile bullía de ambiente revolucionario y literario, el pequeño Berkeley chileno con sus prados, agitaciones sociales, hermosas mujeres, edificaciones europeas, y la libertad de pensamiento 24 horas al día. Parra, Skarmeta, Poli Délano, Armando Cassigoli, Juan Rivano, Planet, Gianinni, Guzmán, Ariel Dorfman, deambulaban diariamente por las paredes contaminadas del Pedagógico, además de los visitantes como Lihn, Teillier y otros, que se reconocían el multifacético espejo de las llamadas Termas de Macul. Saldrían nuevos poetas y críticos literarios, prominentes profesores, Millán, Cuevas, Jofrè, Nómez, Los Paparazzi, muchos otros en la larga y exitosa agenda del Pedagógico. Dorfman se sentaba sobre la mesa con sus largas piernas en una esquina y nos miraba detrás de los ojos y con su voz y gestos, nos iniciaba en la literatura como en el famoso Carpediem. Ese era el minuto, ningún otro, veníamos a sentir el olor a pólvora y miel de las palabras, a la aventura literaria con Ariel Dorfman. Entraba al salón con su vieja sonrisa milenaria, y nos miraba el Woody Allen chileno, nacido en la Argentina y nos enseñaría a leer con el sociólogo belga, Mattelart, nada menos que al Pato Donald. Era el Chile lúcido, crítico, que se estremecía en su propia geografía. País laboratorio, visitado por escritores, sociólogos, periodistas, políticos y agentes de toda naturaleza. Una larga y angosta faja de tierra al fondo del Sur, Sur. Pase a Chile, al fondo, pero a mano izquierda. Hasta nuestras Termas había llegado el inefable e inolvidable Cronopio, Julio Cortázar, nosotros rayuelanos por naturaleza y derecho generacional propio. Dorfman, como tantos chilenos, intelectuales o no, dejó físicamente Chile. Vivió en Nueva York en su infancia y regresó mucho más allá de la adolescencia por esos lares del Norte. A su historia esta en su libro autobiográfico titulado Rumbo al Sur deseando al Norte, que elaboró en un Rancho de New Mexico. “Si estoy contando esta historia, si la puedo contar, es porque alguien, muchos años atrás en Santiago de Chile, murió en mi lugar”. Así comienzan sus páginas en su libro ilustrado en la portada con las banderas de Chile y Estados Unidos, con el niño Ariel y el Palacio de la Moneda ardiendo el 11 de septiembre del 73. Muchos no vivieron para contarla, parodiando a Gabriel García Márquez. Dorfman, si pudo. Hace años es catedrático en la Universidad de Duke, en Carolina del Norte. Es uno de los 100 latinos tal vez más influyentes y reconocidos en Estados Unidos. Su obra literaria, novela, teatro, ensayo, poesía, ha sido traducida a más de 30 idiomas. La Muerte y la doncella, una obra de teatro universal, ha sido montada en más de 90 países y fue dirigida en Broadway por Mike Nichols. The Washington Post, dijo que Dorfman pisó definitivamente el terreno de los grandes novelistas mundiales de primera clase, con Konfidenz. Ha recibido innumerables reconocimientos por su labor, entre ellos el Premio Laurence Olivier por la mejor obra de teatro: La muerte y la doncella, llevada al cine por Roman Polanski, con Sigourney Weaver y Ben Kingsley, como protagonistas. Obtuvo el Premio Sudamericana ; dos premios teatrales del Kennedy Center, en Washington y el premio al mejor drama de televisión de Gran Bretaña por la obra Prisioneros del tiempo, protagonizada por John Hurt. Dorfman ha aceptado un mano a mano con sus lectores virtuales. La feliz iniciativa la ha tomado el portal chileno: http://chat.librolibrechile.cl P.D. La novela hoy es un género sospechoso, inclasificable, Borges lo detestó y renegó de él. García Màrquez volvió a transformar el género en algo clásico con Cien Años de Soledad como Juan Rulfo con Pedro Páramo. J. Joyce nos dejó un gran y maravilloso puzzle para hacer nuevas novelas. Kafka un padre severo, no nos olvida y ni deja de repetir, que todos somos kafkianos en algún momento de nuestras vidas. Proust, Flaubert, Faulkner, Hemingway, Mann, Bolaño, más atrás y más adelante, Onetti, Carpentier, Cortázar, etc. Cervantes mucho antes y ahora, tan actual, como siempre. La novela es una larga aventura, sin comienzo ni fin y no existe una receta para ser novelista. Tantos padres para una criatura con mil cabezas. Es una larga y desconocida aventura, como la palabra, en todo tiempo y época. La novela es Isla, de su propio Tesoro.
Rolando Gabrielli©2006
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