TIEMPOS DE CARNAVAL EN CIUDAD GÓTICA
(Terreno Vedado)
Dejé el Sótano vacío de luces, saturado con las últimas emociones de quienes cargaban sus mochilas rumbo al carnaval. Yo había terminado un escrito titulado con el olor del futuro y del vértigo de lo probable: Panamá: 2076. Algo más que una cifra, la interpretación del país que se construirá y no veremos. Monorrieles entre grandes edificios sobre la costa cruzando islas y rellenos, la ciudad del futuro. Apreté en cadena un grupo de interruptores a la salida de la mampara de vidrio y el Sótano se sumió en una tenaz permanencia de su ausencia. El país ya estaba entregado al dios Momo, la música en las calles, los rostros afiebrados en la emoción: 4 días de frenesí respaldados por la autoridad inapelable del gozo de la carne.
Yo prefiero las máscaras, pero no estoy en Venecia. Fui a mi automóvil y me dirigí a la principal avenida a un cine a ver Brokeback Mountain, cuya traducción comercial Secreto en la montaña, me gusta menos que Terreno vedado. Prohibición de los sexos iguales, más allá del terreno donde se pisa, dos jóvenes pastores descarriados de sus propias ovejas, algo había leído de la crítica. Motes de los vaqueros gay, éxitos en premios europeos, de la crítica, nominaciones al Oscar. Crucé por la vía Argentina llena de tambores amarillos vacíos para la basura que surge en el carnaval y llegué a la vía España, repleta, cortada, a ritmo del ritmo, ya no era posible ir al cine Alhambra. Di la vuelta, enrumbé hacia el océano Pacífico, en dirección a Cinépolis, las mejores butacas y pantalla de la capital. El carnaval ya había arrancado y nada será igual hasta el miércoles de cenizas, cuando se entierra la sardina y la carne real da paso a la cuaresma.
Encendí el pionner con desgano, flote en una música estridente y pasé a las noticias. Las filas de vehículo hacia el interior sobre el Puente de las Américas y la gente en los buses de la terminal, cubrían de festejo el Istmo de punta a punta. Había policías de verde en cada esquina, algo insólito en la ciudad, pero el carnaval amerita vigilancia. Aceleré después que dieron la verde y volé. Llegué bajo un cielo despejado, lleno de estrellas, febrero en el aire. Entré al gran y moderno mall, estacioné, casi vacío todo, pasé por las puertas de cristal. Miré y busqué la escalera en medio de las luces, altos cielorrasos, gente que caminaba. Y en mis manos la entrada. Fui a la cafetería a esperar unos minutos. Un capuchino y pronto frente al breve relato de 30 páginas de Annie Proulx, una exitosa escritora norteamericana, que aventura en una “relación prohibida” en el duro, viejo y asfixiante medio este americano, de los años sesenta y tres. Más que en otros sitios, por el machismo, religiosidad, la aspereza de la tierra, de los oficios, el rigor de la vida, no siempre exitosa, la profunda soledad del escenario interior que engrandece la montaña en los taciturnos personajes que la habitan y viven. Los vaqueros gay, dice la publicidad, y es más que eso sin duda. Porque ambos vaqueros se casan y tienen sus vidas, familias, hijos, que son lo que alcanza a ser en esa atmósfera enrarecida, y arrastran esa realidad como la vieja y destartalada camioneta GMC, Jack Twist, la pareja de Ennis del Mar.
La critica dice que se trata de una historia de amor. Habla de lo no convencional. Lo que yo vi, es un pequeño universo de sumas asfixiantes, desde que estalla el encuentro amoroso entre Jack y Ennis, y la montaña pone mucho más de lo imaginable en el escenario de estos amantes que no logran estabilizar nunca la relación, que viven del pasado, de lo que no se puede, de una frustración tras otra. Wyoming es el lugar, un verano idílico entre estos pastores, la montaña cerrada, un coto pasional que estalla en una pequeña carpa en una noche veraniega. Una relación hosca, “varonil”, espesa, delatora de confusiones, que se mantendrá después en el fantasmal recuerdo de la desaparición de Jack. Ennis dice, no soy homosexual. Y de ahí no le abandonará más esa militancia entre lo oscuro prohibido y el placer cumplido, el amor irrefrenable que siente por Jack. Las dos mujeres, esposas, tienen un papel vital dentro del relato. La mujer de Jack, que los descubre besándose, se aguanta esa relación, llora, y sufre esa inexplicable realidad que para ella es algo más que chocante, incomprensible y no lo más natural, sin duda. La esposa de Jack es hija de un acaudalado y pelmazo empresario de maquinarias agrícolas, y contrasta con la de Ennis, porque es más permisiva, notablemente pueril, ocupada de los negocios y refleja la sordidez de ese sitio. Aparece mucho más enfatizado lo que no siempre se dice, esos estados agónicos de silencios, de frases cortas, titubeantes, y la ruralidad de la zona, otorgan esa atmósfera que se restablece en si misma paras seguir permaneciendo como una gran incógnita. Los vaqueros se enlazan, juegan, se entregan entre golpes y manejos juveniles, de niños abiertos al juego, en la caza del amor físico. Las esposas son un decorado en medio de la otra pasión subterránea. Cuelgan como cortinas al viento de la vida. Las vidas continúan al ritmo de sus propias eventualidades. El libreto de seguir. (¿Cuántos matrimonios viven actualmente dentro de un closet encapsulados y no tanto? ¿Cuántas parejas hombre-mujer, no son nada más que un filamento de realidad?)
Es Ennis el que lleva el relato sobre sus espaldas. El menos comunicativo. Todo el peso de la vida propia y alrededores, aunque quiera desligarse en ocasiones. El fantasma de Jack, quien muere ahogado por su propia sangre al estallarle una llanta, se le hace fetiche. Recoge su última ropa, la del viejo deseo, y su madre se la empaca en una bolsa de supermercado. Siempre habitaba en Jack el sueño de vivir juntos. El verano en esa tierra vedada, jamás lo olvidaría. Era su punto de referencia de antes y después. 20 años en ese filo irrefrenable, que se hacía sal y agua. Los secretos de la montaña no son tales porque los descubre quien les daría el trabajo para cuidar las ovejas. Y el secreto sería descubierto además por la mujer de Ennis. Prefiero Terreno Vedado. Una historia singular de hace cuarenta años. Época vedada y cómo ha cambiado la sociedad en estas cuatro décadas. Impensable para muchos. Siento que Hollywood, por algunas buenas razones, le colgará algunas estatuillas a Brokeback Mountain, este 5 de marzo próximo.
Abandoné la sala, finalmente. Y crucé por un sitio que no había visto de noche. Punta Pacífica, un relleno junto al mar. Los rascacielos me recordaron ciudad Gótica. Sus calles cerradas además. Por unos minutos detuve el carro y sentí que venían Batman y Robin. Decidí dejar el lugar. En carnaval todo es posible. Annie Proulx, también nos reserva una sorpresa inexplicable dentro de su relato. Surge la voz en castellano de un pastor chileno. No habla inglés y enreda aún más la escena de las ovejas entremezcladas. Sorprende el detalle. Habría que preguntárselo a la autora, esta licencia más allá del idioma, más próximo al azar, a lo que cada autor determina sobre que va o no en su obra. Un chileno pastoreando ovejas en las montañas de Wyoming. Rolando Gabrielli©2006
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