La mañana es un ala azul, el cielo con esas nubes de algodón deslizándose, balando a lo lejos. Se puede sostener la idea del mundo en una hamaca. El tiempo mece un presente ganado palmo a palmo en el rosado diván de los días. Tiempo que el ojo dobla en una esquina. Cae una hoja intensamente amarilla y su vuelo es caída efímera. Una mariposa de un amarillo más profundo que la yema de un huevo en movimiento mantiene su vuelo alegre, chispeante, luminoso, y divertido. La hoja toca tierra, pero estoy viendo el verde intenso de la selva, que filtra una pequeña luz profunda. El cuerpo sobre la hamaca es un punto de inflexión. El único ruido posible es el de la lavadora, que es como un slogan del siglo XX. Unas cuantas ropas íntimas al jabón y el motor se apagará como un lejano ruido de mar. La mañana no tiene nombre y sin embargo es real.
Mañana caerá un aguacero como un piano de una montaña. Así son los días en este tiempo y no necesitan anuncio. Las benévolas colas de los huracanes dejan intensas lluvias y unos vientos que vuelan techos y derriban árboles de sus raíces como niños despeinados. Me quedo con este cielo azul, la bóveda perfecta, que algunas nubes harapientas, aburridas, comparten porque no tienen nada más que hacer. Tanto espacio tiene el cielo, que deja vagar las nubes. Así miro la mañana, pintada en tu caballete, ignorada por el tiempo y a una sombra que está a mi lado no le niego el espacio. El sol se ha instalado con su memoria de antiguo Dios Inca y la naturaleza lee su abecedario verde. La ciudad está más allá del río que siento crecer en la noches y ahora sus lentos pasos me acompañan. Cierro los ojos y no voy muy lejos, porque la tibia mañana no despega sus ojos sobre mi piel, el tiempo también se siente en compañía y nos habla con su largo silencio de hojas que renuevan los árboles. El pasado no toca las puertas de esta mañana y el futuro es prudente, espera, sólo espera en algún lugar. Las horas muertas construyen este presente y nada más. Son otros los que erigen puentes y edificaciones para la posteridad, aunque nada es más duro que las palabras y lo que tal vez no dijeron.
Dejé que la hamaca se bamboleara con la brisa y el tiempo meciera el presente, nada más, dormitando entre papeles y Big Sur de Kerouac, la memoria, la memoria. Todo el tiempo al presente. Y no sé, aún no tengo la respuesta, por qué soñé con la Casa del Lago. Yo estaba ahí, esperando a una persona, pero habían transcurrido más de dos años. Y el lago se transformaba en mar y el bosque en playa. Una escena que se confundía y mezclaba. Los espacios se turnaban y trasladaban, como que no estaban seguros. Las frases si se repetían. Hay un libreto que alguien nos escribe, pensé. Repetía estas palabras mientras sentía mi mano sobre la piel del lomo dorado de mi perra W. Había una clave que era esperar y todo sería posible, porque el sueño estaba construido sobre la base de una magia invisible, pero compartida, vivida, mucho más allá de las palabras escritas. Es más fácil decirlo, que explicarlo, porque para hacerlo, hay que haberlo vivido, como en efecto me estaba ocurriendo. No todo es una película y tampoco sinónimo de fracaso. Me detenía en detalles, porque en el sueño todo es posible, lugares que creía conocer sólo por referencia o quizás alguna vez estuve allí con alguien. La persona que esperaba decía al otro lado del sueño frases que parecían piedras en el camino. No las recuerdo exactamente, pero me llevaban a esto ya no puede ser. Ella echaba de menos, añoraba en verdad, el paisaje junto al lago, pero más le agradaba la playa, aunque había vivido años entre montañas y grandes y anchas, infinitas soledades.
En la película de La Casa del Lago, que es muy parecida a mi sueño, con esto de paisajes distintos, las personas en países lejanos, más bien correos electrónicos que cartas, aunque existen medios impresos más originales, la espera es la clave porque es la esencia para que un sueño se haga realidad y porque no todo es posible en un mismo momento o las personas no están preparadas en ese instante. Me detuve casi sonriente en un detalle de la protagonista femenina que había realizado su práctica médica en Madison. Ese lugar tenía una gran coincidencia en el sueño con otra situación definitivamente importante, en mi historia. Las mujeres se suelen obcecar con que las cosas si no fueron de alguna manera ya no serán y en ese impulso suceden situaciones, circunstancias intermedias, inmanejables, que confirman, que la espera da resultados, pero que se requiere también de decisiones. Un libreto, es un libreto, pero la realidad también construye sus caminos. La mujer de la película, K, mantiene un romance simplón, circunstancial, con alguien que no ama y una fuerte correspondencia con el nuevo inquilino de la Casa del Lago, que ella había dejado y añora. El nuevo inquilino es arquitecto, A, y a él le encomienda que le envíe la correspondencia que le pueda llegar a la casa que abandona. Son grandes ventanales, una vitrina silenciosa suspendida en el silencio sobre el lago. No llega más que el cuerpo que respira, como la casa que uno habita junto al río. Sé de esos paisajes que se recogen en las noches y la ciudad recién entonces existe. La casa es una nave detenida en el tiempo y no se necesita más para un perfecto naufragio. El cristal que la ilumina y recrea, el cuerpo que la recorre y respira, las manos que la reconstruyen sobre un papel en blanco y la imaginación que la sigue soñando cada noche, como un cuerpo femenino. Todo está allí en el instante que la casa ofrece a un tiempo suspendido, pero real.
K ha retornado a Chicago, ciudad de ciudades en su arquitectura, a un hospital y A, repara la casa que ha encontrado abandonada, a pesar que K se fue hace unos días. El tiempo, el tiempo, y ella le advierte sobre unas huellas en el puente que conduce a la casa, y las huellas, como el amor ya venían en camino. A, trabaja en una construcción de casas en serie, la monotonía de la arquitectura sin mayor relieve. La correspondencia entre ambos es la que agita los sentidos y bombea el corazón, crea escenas inmensamente vividas, serpentea los caminos en uno sólo finalmente. Las palabras buscan un camino, ordenan situaciones, recomponen el pasado y proyectan el futuro. la diferencia son dos años de tiempo, según la historia, y las escenas se mezclan, crecen a expensas unas de otras: del 2004 al 2006. El sueño flota en las palabras, a mí me llegan con la tibieza del trópico húmedas de luz filtradas superan las barreras del tiempo.
La mañana aquí es personal, es muy distinto el cielo al que nos describe Kerouac en Big Sur y al gris que vemos en el acero del atardecer de La Casa del Lago. Son las imágenes que asaltan mi sueño. El camino a tientas de Jk a la casa de Monsanto en el bosque de Big Sur, cuando siente el precipicio y el mar juntos unirse al vértigo de lo desconocido la oscuridad sin tiempo, el mar en la ola que crece en la niebla. "Es tan fácil soñar despierto en los bosques y elevar plegarias a los espíritus del lugar y decirles, comenta Kerouac: Permitan que me quede aquí sólo busco paz." También están esas frases que te cruzan como para despertarte y decir, -Hey, te llevo, soy la realidad, cuando afirma Jack: "El mundo seguirá siendo lo que es, variable y transitorio" No parece inofensiva la frase, y así llega orillando su verdad. Él venía de vuelta, de subida y bajada, de un vida acelerada al borde del abismo, con mucha carretera recorrida, paisajes aprendidos de memoria, desiertos expandiéndose en las noches y brillando al amanecer.
A veces hace falta decir las palabras, escribirlas, siempre para mí. El Buzón, P.O. Box, se transforma en un actor de primera en La Casa del Lago. Cómplice irremplazable, puente insistituible, un mecanismo necesario para comunicar un deseo, dejar abierta la vena del corazón en el papel. Si ese recurso es compartido, entonces existe una comunicación y si ella fluye, todo es probable. Nada más real que la invención de un mismo deseo que se comparte,"... porque nuestra desesperación nunca está exenta de un poquito de esperanza". "Disperazione senza un po di speranza". Pier Paolo Pasolini. No hay recetas en el amor, de alguna manera es lo que logramos entender en algún momento de nuestras vidas. K, leía a Dovstoyesvky y un libro de cabecera rondaba su existencia (Persuasión de Austen) y A, disfrutaba con el paisaje, los detalles de las casas y la arquitectura de la ciudad. Las fachadas y todo el lenguaje de la ciudad en su volumetría, eran en buenas cuentas sus libros. Por eso, através de una carta, la invitó a recorrer la ciudad y a detenerse en los mismos lugares que él admiraba y amaba. K, sólo se arrepintió de no haberlos recorrido con él. Así sucede, son los detalles los que suman en toda comunicación, aquellos que entierran la banalidad y despuntan, brillan con luz propia.
La espera, la esperanza, sentía un ronroneo en mi oreja sobre la hamaca inmóvil aparentemente el tejido de un lenguaje conocido, ya escuchado, no sólo es importante, sino lo es también empujar a tiempo en un mismo sentido, allí donde las manecillas convierten el tiempo en un sólo reloj. "No importa el lugar", sentía las palabras como una fresa, la delicia del fruto en su pequeña danza, y las palabras seguían avanzando sin resistencia, sobre los muros inexistentes, derribados y cómplices sólo las palabras. ¿El tiempo a destiempo? Hay un tiempo, siempre, para todo.
No olvidemos que en el cine se sienta la ilusión a oscuras. Doble compromiso para un Director. El argentino, Alejandro Agresti, quien dirige La Casa del Lago, ha logrado su propósito de reencantar la ficción con la realidad. Y es K, ella, quien persiste en el amor, aunque lo haga frente al fantasma de A, el arquitecto.
Rolando Gabrielli©2006
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