La literatura puede ser también una inmensa ola de chismes, la visión casi pornográfica, carnal de todo cuanto es objeto de comentario y crítica, el encantador arte de desmenuzar la vida, honra y muerte de los demás. Un viejo oficio, que no terminará nunca de acomodarse en este arte y parte del mundo literario. Esta crónica podría intitularse: Las filosas lenguas de Jorge Luis Borges y Bioy Casares. Pero se trata de dos grandes escritores argentinos que conversaron 1.663 páginas durante sus vidas amicales. Bioy, el más joven, hizo la recopilación y tituló el libro: Borges, un nombre más que suficiente para llamar la atención a nivel mundial. La editorial Destino, se encargó de circularlo, como si esas conversaciones no tuvieran otro destino.
Sabemos que María Kodama, la musa lazarillo de Borges, puso el grito en el cielo, y calificó el libro de infidencias y traiciones. Es mucho más que eso, aunque conozcamos que pijama usaba JLB al dormir y que opinaba de autores, libros, y de todo cuanto le llamara la atención. Así como cocinaba la palabra.
El volumen borgeano es un verdadero mamotreto, que podría usarse como una Biblia sobre JLB y su paso por este mundo. Contiene el placer, dolor, gusto, olores, la pasión, todo dentro de los propios autores-actores, que convivieron como hermanos por cuatro décadas de sus vidas.
Borges decía y apuntaba: 'Si el amor no sirve para la felicidad, nunca debe ser fuente de desdicha' Su madre, que vivió con él hasta su inmortal muerte, (pasó de los 90 años), sostenía que quien lo amara debería ser una persona muy abnegada, que lo vistiera, lavara, porque no saben cuan ciego es.
Anécdotas, literatura, alusiones de Bioy a Kodama, como una mujer extraña, muchas cosas para conocer a dos personajes de la literatura argentina. Todo sin pelos en la lengua. Borges dobló su propia esquina en silencio muchas veces. Hizo y rehizo sus pasos literarios. Se transformó en mito viviente de las calles de Buenos Aires. y las cruzó sin tiempo. Cuando partió a Asunción para cumplir el rito del matrimonio con María Kodama, sabía que estaba al filo de morir, pero también tenía la certeza, que no dejaría de ser Borges para nosotros, aunque siempre lo disimuló, legaba la responsabilidad de su vida, en el Otro Borges, el que lo suplantaba frente a la página en blanco. Se fue temiendo los espejos, como si los recibiera en estocadas fatales en las noches, y al cruzar el umbral de su última morada en Suiza, un espejo le aguardaba a la entrada. Él hizo que no lo vio, por respeto a la ceguera de algunos espejos, en persistir frente a nuestra imagen. La muerte era lo único visible en esos días. Dice Bioy, en sus diario borgiano, que hablaron por última vez por teléfono, y Borges lloró. Se despedía sin duda del reino de la vida y de la palabra.
Rolando Gabrielli©2007
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