sábado, febrero 17, 2007

Verano Dorado, la casa del poeta







Febrero puede ser la casa del poeta, el sol dorado del verano, una ventana, una luz que ni la noche tal vez ciega. El estío es la memoria presente, dibujada en el cielo azul, la tibia hora de la mañana que un atardecer tampoco ignora. Ayer fue otro tiempo, no lo desestimo, quizás mi desierto, una playa de una isla inventada por tu silencio. El tiempo se embasa en la memoria. Nadie quisiera ser más que el vicio de sus propios actos. El espejo que no renuncia a su reflejo le da un manotazo al tiempo o el tiempo sabe que la verdad desampara al vidrio, y le devuelve la virtud de un tiempo cumplido. ¿El brillo es siempre opaco o se refleja detrás de la memoria?
La mañana de este verano se me deshace en una taza de café, en el fondo miro un rostro de humo, se me escapan los decimales del mediodía, qué cuenta digo, inventario que el paladar no ignora y refieren los sentidos otro cuarto, señales, un mudo escenario, esos segundos que dan vuelta alrededor de un anillo que se reinstala en el vacío. El verano se hace cargo de sus propias sensaciones, no ignora que las rótulas volverán a hermanarse, bajo un mismo sol, en las blancas sábanas del amanecer. No es pasado lo que ya no tenemos, todo es como un cambio de horario, pasan los trenes y las estaciones quedan sin inmutarse, se baja alguien, más allá sube otro, el riel es el camino.
El verano se refleja en mi mano, el tiempo tibio, del tiempo frío, fluye un tiempo ocioso, el hueco del aire, el imperceptible peso del colibrí en la magia de su sueño suspendido. El tiempo no acepta consejo, colisiona al destino. Avanza con su escopeta de perdigones, una mancha de sangre en el aire y cae sin alas el vuelo del pájaro. Debajo del tiempo, sobre el tiempo, más tiempo, como si las nubes se sobrevolaran así mismas en un avión si paradero, pero estacionado en ninguna parte, sino, se alimentaran de su volatilidad, ese servicio intangible que le proporcionan al paisaje y el agua que dejan caer sobre la tierra, estas eternas lloronas.
La ciudad corre en un taxi y sigue siendo ella misma, asfixiada, amontonada en un sitio eriazo, desplegada en el ojo que multiplica sus calles, la ventana que comparte la discreta cortina. Que el telón corra en contravía de la imagen el silencio que toda pantalla blanca se esmera en repetir. Alguien viene con una bandeja de hielo, la risa se refleja en sus ojos blancos.
Reciclo con tu olvido el pasado, todo cabe en un cuarto, menos el olvido. El sol es una primicia en Finlandia, tal vez sea mi mejor regalo para tu próximo invierno. La persiana no esconde el reflejo, sino la luz que tú adivinas y te llega. El misterio no está en el sol, ni en la persiana que descorro, sino en las manos que unen un destino. Rolando Gabrielli©2007

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