La noche estaba tibia y enrumbamos hacia la antigua Zona del Canal, al Teatro Balboa, una antigua e imponente arquitectura de los años 20, aquella Belle Epoque. ¿Una noche de lujo para el jazz? ¿El jazz tiene una hora, un minuto, un segundo? ¿El jazz es ese inmenso silencio del alma? ¿Un grito que no sale, tal vez, un interminable aullido de la bestia insondable que cargamos amorosamente tierna, vacía, delirante, callada, viva? Sólo me interrogaba cuando las llantas mordían el asfalto al bordear la antigua Zona del Canal, con su noche tropical y la historia que se deprendió de esos límites con la ciudad de donde veníamos. Todo pasado vuelve de alguna manera y el presente es lo más vivo de un futuro incierto. La antigua cerca que dividía ambas ciudades ya no existe.
Pasada las 7 de la noche nos presentamos en la taquilla y dos alemanas nos recibieron amablemente. Llegamos más que a tiempo y nos fuimos a tomar un café en un establecimiento moderno del área canalera y a prepararnos para el concierto de jazz alemán contemporáneo del sorprendente y fantástico pianista Jens Thomas y su acompañante, el saxofonista Lauer. No sabíamos lo que nos esperaba, si duda. Éramos unos setenta desprendidos de las arterias de la ciudad, sin saber que nos encontraríamos allí o que seríamos parte de una noche milagrosa. El jazz no pide permiso, se instala, es, parte de si mismo y se comunica, se deja llevar, aprende de su propia improvisación, maneja nuestra única respiración posible, se ignora asimismo para rescatar los sentimientos, porque lo que aflora es la verdad íntima de sus notas inconfesables, personales, absolutamente intransferibles.
Fue la noche, después supimos, del piano mágico de Jens Thomas, un iluminado del teclado corporal, visceral, simplemente sublime. El temor de este espectador era que se volara con las teclas del Yamaha, fundiera en un sólo ritmo final y desapareciera. Pienso que un momento lo intentó, cuando se adentró al piano, para arrancarle todo, las vísceras, un infame silencio milenario que nos suspendía por instantes más largos que un tiempo por definir. El teclado se le desgranaba entre los dedos en una cascada de sonidos sin fin, que recogía con la nervadura crispada de sus dedos y escondía baja la manga. Lauer, a un par de metros, con su saxofón, no ignoraba la escena y también se internó en las concavidades del piano, en el otro extremo, y ya el jazz era el dueño absoluto de nuestros sentimientos y todas las almas fueron una esa noche en el Teatro Balboa. No crujió ninguna de las desvencijadas sillas y nadie despegó los ojos del escenario. La acústica, afortunadamente resistió los tiempos y se acopló al sonido de los instrumentos.
El jazz es agonía de la resurrección, siempre algo más allá, y se devuelve en sí mismo, introvierte el escenario que construye, desecha, rescata y sobre el que vuelve a transitar como si no lo conociera, porque se detiene para recrearlo. El jazz es palabra musical, se reescribe asi mismo, pero carece de libreto. No hay tiempo en la eternidad del jazz, solo silencio. Jaz, jas, jass, jasz o jascz, jazz... Palabras mágicas, en su ritmo secreto, lenguaje inconfundible. Música sin límites. Se instaló el silencio, habló el jazz. Panameños, alemanes, colombianos, chilenos, negros y blancos, gente Caribe, el idioma del jazz está en el corazón y la piel es su conductor. Noche espectacular en el espectáculo mudo del jazz. Música de ídolos caídos afortunadamente, grito que primero es silencio, porque vuelve a ser silencio, su único e irrepetible lenguaje.
Cuando llegamos en medio de la opacidad de las luces y un leve murmullo de gente reunida, el Yamaha negro estaba dormido con su mirada de elefante, quieto paquidermo sobre el escenario y la selva a unas pocas cuadras haciendo su trabajo. La ciudad marcaba su febril paso a los automóviles en todas las direcciones posibles, como si un loco soñara que dirigía el tránsito con todos los semáforos intermitentes a la hora pico. Se vaciaba un poco la ciudad hacia las afueras, los otros dormitorios de los capitalinos comenzaban a recibir un tráfico de hormigas. El jazz permite todos los olvidos, su paisaje verbal es estar allí en el sitio con la ausencia debida de otro lugar. Es mixtura de lo que fue, nunca ha sido, es y será, lo que viene, el libreto que tiene nada y todo escrito. Thomas y Lauer convertidos en los propios instrumentos del jazz, incorporados al piano y al saxofón, no había más espacio, un sólo cuerpo instrumental, las manos, las piernas, la boca, todo el cuerpo para el jazz. Música del espíritu corporal. Música del cuerpo espiritual. Espíritu del jazz, in-Definición del jazz, universo del jazz, África jazz, negritud del jazz, jazz blanco, mezclado, siempre jazz raíz de un nuevo jazz, revolución del jazz. Están los ángeles en el Teatro Balboa, con sus mágicas alas, voces, sonidos, y cargan esta pequeña nueva historia, atmósfera del jazz, también reímos, somos el otro escenario, el feed back, un intrumento, dos, una orquesta de 50 integrantes, el jazz somos todos nosotros ahora atravesados por la música, el jazz, jazz, jazz.
Así se retiro Jens Thomas, con su cuerpo al ritmo del jazz, de espalda ale scenario, como en una revista final. Pero tuvo que volver con Lauer, en un últi
mo fraseo con su público completamente entregado, y ya el final podía ser entonces la despedida, como debe ser. El jazz habló por todos nosotros...
A la salida, cerveza alemana, y conversamos con los músicos, fotos, y esa posibilidad extraordinaria de los escenarios con poco público que permiten el contacto con los protagonistas. Nos dieron sus direcciones, Y contaron una anécdota, que una docena de CD que traían se perdieron en el aeropuerto del DF. Así ocurre. Estábamos todos felices de estar ahí. La noche seguía estando tibia. Es el arte del trópico. Cruzamos la calle y subimos al automóvil, imantados por el jazz, nos adentramos nuevamente a la ciudad, la selva de asfalto, sí, créanmelo. Noche inolvidable.
Estas son algunas de sus piezas para que las conozcan nuestros lectores...
Pure Joy, Yellow circle, Rain, No matter what they say, Farewell, Keep your love, Elements, Gold lake, Getting Higher, Eatasy in blue y Every breth you lake
Pure Joy, Yellow circle, Rain, No matter what they say, Farewell, Keep your love, Elements, Gold lake, Getting Higher, Eatasy in blue y Every breth you lake
Rolando Gabrielli©2007
1 comentario:
Buenos días (Al menos aquí, en España), Rolando.
Como miembro del movimiento Poetas del Mundo, recibo periódicamente el boletin de noticias. He leído su artículo sobre la poesía chilena en la diáspora.
Leo todo lo que cae en mis ojos de Chile, hasta las lágrimas, que también caen de mis ojos. No soy chileno de nacimiento, pero tengo antepasados que nacieron allí.
Si tiene curiosidad, en mi blog VIENTOS DE MATRIA, hago un recorrido por mis sentimientos chilenos.
Pero no es ese el motivo de mi comentario, es otro.
Evidentemente, es imposible nombrar en un artículo a tantos poetas como piedras hay en Chile (comparto el adagio) pero creo que Omar Lara, poeta nacido en Nueva Imperial, Co-fundador de la revista TRILCE, editor y librero actualmente en Cocepción, exiliado años en Bucarest (Rumanía) y Madrid, premio de poesía CASA DE AMERICA 2007 en España con un jurado de excepción (Caballero Bonald, Juan Gelman....) merecería ser nombrado.
En fin, solamente era eso y muchas más cosas, yo también soy hijo de Pablo.
Un abrazo.
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