domingo, febrero 03, 2008

Los días pedagógicos de Cecilia Vicuña





Los recuerdos viajan con uno en el tiempo. Es cuando sabemos que la memoria existe. Selectiva, olvidadiza, memoriosa, pero ahí está. Guardiana del pasado. Así se presenta el archivo en medio de los Carnavales, del verano panameño con esa brisa que marca la estación seca de cielos azules y noches estrelladas. Fue en 1968, creo que conocí a Cecilia Vicuña, poeta y perfomance chilena, que desaparecería años más tarde con destino a Nueva York. Después se me dibujó de manera más clara cuando ingresaba con su abrigo de piel descalza al Pedagógico de la Universidad de Chile. Bajaba de su automóvil y foltaba en los prados de nuestra Universidad. Era joven como todos nosotros. Pero ella daba un paso más adelante en la perfomance diaria de la vida. (Nosotros leíamos a Rilke, Trakl) La Cecilia existía de todas maneras a su manera. No cruzábamos palabra alguna. Asistíamos a un Taller de Poesía de la Vicerrectoría de la Universidad Católica de Chile, que dirigía Enrique Lihn. Allí asistían Waldo Rojas, Federico Schopf, Raúl Zurita, entre otros, y de vez en cuando, lo visitaban algunos poetas y escritores destacados, como Ernesto Cardenal y Luis Oyarzún.
Eran los martes, creo, que cruzábamos ritualmente, o un jueves, (memoria, memoria) el frontis de la Casa Central de la Universidad Católica en la Avenida Bernardo O`higgins y la escalera de crujientes peldaños. Mi timidez era absoluta y mi silencio, sepulcral. Cecilia Vicuña tenía de compañero en ese entonces al poeta Claudio Bertoni. Yo vagaba con mis amigos poetas por las calles de Santiago en ese entoces, tardes de Bar, la Universidad, la vida como se presentara. A un joven siempre se le presenta el tiempo en algún lugar y en alguna hora del día de alguna manera.
Los jóvenes poetas leían y discutía de su poesía y del oficio de la poesía bajo la batuta de Enrique Lihn y otros iluminadores de turno. Recuerdo que asistía un cura, pero por más que la memoria repasa el tiempo no aparece su nombre. En Santiago no sucedía nada fuera de lo común en esos días, al menos visible. Las estaciones cambiaban con toda normalidad. Más me asombra escribir estos recuerdos en tiempos de Carnaval en un país tropical donde verdaderamente reina por estos días el Rey Momo. Los que han estado en un Carnaval, saben cuan sagradas son estas fiestas.
Yo leí un día poemas del libro De Estos y otros sueños, jamás editado (suena menos patético que inédito), y que obtuvo el primer premio en la Universidad de Chile. Cecilia Vicuña dijo que era una poesía asexuada, ni más ni menos. Ella en ese entonces hablaba de huecos, orificios y con ese lenguaje aparentemente penetrante en cosas profundas.
Enrique Lihn hizo una defensa cerrada de mi poesía. Destacó que no existía el yo, el poeta hablaba en tercera persona. Pienso que era algo contrastante con la fobia de algunos por el Yo nerudiano, un super yo. El cura alabó un poema, que no era asexuado. Cáscara se llama el texto: El estar aquí comiéndonos una naranja/que tú pelas gustosa/como el mono masturba su plátano/nos da derecho a un epitafio. Por mi parte, te digo, si antes algo resuelvo/dejaré una naranja a medio pelar/con algo de su cáscara. Todo lo demás fue silencio para mi memoria. Iba y benía, entraba y salía por el Pedagógico, camino hacia Los Cisnes, un café, una cerveza, y después estornudando con los plátanos orientales que cubría la avenida. El tiempo parecía detenido. La vida universitaria en el centro de todas las cosas. Hasta que un día Nicanor Parra, si, el antipoeta me pidió un favor. Parra daba clases en el Pedagógico, en física y trabajaba intensamente sus Artefactos, una variante explosiva de su antipoesía. -Quiero que me presentes a Cecilia Vicuña, me dijo con aire misterioso y pícaro, esencialmente parriano. Y así fue, sin ningún compromiso. A la semana me encontré a Nicanor, cosa nada difícil, más bien lo abordé en una de sus idas y venidas. Estaba curioso sobre los resultados. - La subí a mi wolfwagen y en un cerrar y abrir de ojo, mientras hacia un cambio en el pequeño escarabajo le tomé la rodilla, ya los 20 metros decidió bajarse. En De estos y otros sueños, yo escribía por esos días...
Del cuarto...Sigilosos, los que estuvimos/aparentemente enamorados/entramos al cuarto a tropezones./Soledad, no enciendas la luz/no es hora de conocernos.

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