miércoles, julio 30, 2008



No todos los caminos conducen al poema, a la fama, ni a la sobrevida, o a la eternidad: el poeta también tiene su talón de Aquiles. Se vive y se muere de simple mortalidad. ¿Traían un sino trágico, algunos poetas? ¿A qué se debe este ejercicio prematuramente fatal en estos poetas? La roca es sensible al agua. La marea al mar. El pasto al sol. Y el viento a no pocas palabras. La rica historia de la poesía chilena en el siglo XX, está vinculada también a un sino trágico, debido a la muerte prematura, juvenil y dramática, en algunos casos, de poetas que quedaron en la flor del camino. El fatalismo y la desgracia de la propia mano, porque de alguna manera la "mala suerte" tomaba nota en alguna esquina o casillero de la historia. La enfermedad también truncó proyectos no sólo de vida física, sino literarios, insustituibles e inimaginables. ¿A la muerte nadie le niega su derecho de autoría? La historia poética chilena, dotada de una notable diversidad (deudora como toda la literatura latinoamericana de ingleses, franceses, españoles, griegos, italianos, alemanes, rusos etc.), se ha desplazado por la larga carretera geográfica Norte -Sur y viceversa, a sus propios ritmos, entre baches, silencios, a gran velocidad, con accidentes fatales en el camino. Poesía de grandes alamedas y ventisqueros, pequeños oasis, de piedras de ríos y montañas, de muelles y albas, de calles mudas, palabra urbana, existencial, tinta rota, visceral, verbo abandonado, volcánico, de cuarto oscuro, provinciano, retórico, y el mar que es lo que baña a Chile desértico fértil provincia en el confin donde la geografía arrastra un poco más lejos el mundo.
El poeta de lo popular, considerado pionero, fundador de la poesía moderna chilena, murió hace un siglo, antes de los 30 años, inédito, y se llamó Carlos Pezoa Véliz. Nicanor Parra, el antipoeta, lo ha considerado uno de sus antecedentes. Pezoa Véliz vivió en la precaria marginalidad de su sombra y un día fue encontrado bajo los escombros, herido de muerte, tras el devastador terremoto grado 8.6, de Valparaíso, en 1906, cuando la ciudad porteña se desplomó como un suspiro de dinosaurio furioso. El poeta ya estaba mortalmente herido de vida. No sale ileso bajo los escombros en la pensión donde vivía, aplastado por una pared, queda inválido y precariamente vivo.
Mi madre me recitaba dos poemas célebres de Pezoa Véliz, lo que me hace pensar lo popular que fue en su momento: El Pintor pereza (Este es un artista de paleta añeja/que usa una cachimba de color coñac/y habita una boharda de ventana vieja/donde un reloj viejo masculla: tic tac...)
Y el texto clásico en la memoria poética chilena: Tarde en el Hospital: Sobre el campo el agua mustia/cae fina, grácil, leve;/con el agua cae angustia:/llueve/Y pues solo en amplia pieza,/yazgo en cama,/ yazgo enfermo,/para espantar la tristeza,/duermo/. Pero el agua ha lloriqueado/junto a mí, /cansada, leve; despierto sobresaltado/: llueve/Entonces, muerto de angustia/ante el panorama inmenso,/mientras cae el agua mustia,/pienso.
La poesía ha tenido un destino casi de olvido, a pesar de la trascendencia de la palabra, de su antiguo ejercicio como lenguaje esencial y la maravilla de su avispero, aguijoneo verbal. La poesía está en todas aprtes y en ninguna, lo he repetido varias veces, pero se siente, olfatea, ve, palpa y su manera de recrear y descubrir el mundo, siempre es una novedad cuando estamos ante un verdadero poema. Toda esta desvinculación, aislamiento, marginalidad, se presenta a las puertas del autor y golpea. los gobiernos, las entidades culturales, la sociedad, los medios, los poderes arbitrarios, en uno y otro sentido, empujan al abismo a quienes ya viven en la marginalidad, amparados por el poderoso y frágil sustento de su arte. Pablo de Rokha, autor de una vasta y desigual obra, pero importante y revolucionario poeta del lenguaje, llevó todo lo lejos que pudo la realidad de su áspera vida, convulsionada existencia, dramática sobreviviencia, porque andaba apatadas por todo Chile vendiendo su obra, intercambiando libros, revendiendo cuadros, dejando el hígado en cada estación del sur de su patria. Mantuvo un pulso feroz con Neruda y menos intenso con Huidobro, y todos los poetas que no estaban con él y su poesía. Luchó como un león enjaulado y después herido por la muerte de su esposa Winnet de Rokha, y antes por la muerte prematura de su hijo, el poeta Carlos de Rokha. Más tarde se suicidaría su hijo pintor, José de Rokha. Y sólo quedaba prácticamente él y su hija Lukó, pintora también.
Pablo de Rokha, autor de 38 libros de poesía, fue un poeta desmesurado, lleno de imágenes grandielocuentes, con poemas formidables y perdurables, como La epopeya de las bebidas y comidas, Canto del macho anciano y una serie de poemas de sus libros, que tienen como explicación un Yo gigantesco y su visión dialéctica de la historia y del mundo. A De Rokha hay que biografiarlo histórica y personalmente, indagarlo en el pulso social que le tocó vivir, sus circunstancias y contexto, para entender sus descomunales combates con la realidad.
Genio y figura: Yo soy como el fracaso total del mundo, ¡oh, Pueblos!El canto frente a frente al mismo Satanás,dialoga con la ciencia tremenda de los muertos, y mi dolor chorrea de sangre la ciudad.Aún mis días son restos de enormes muebles viejos,anoche «Dios» llevaba entre mundos que van así, mi niña, solos, y tú dices: «te quiero»cuando hablas con «tu» Pablo, sin oírle jamás. El hombre y la mujer tienen olor a tumba, El cuerpo se me cae sobre la tierra bruta Lo mismo que el ataúd rojo del infeliz. Enemigo total, aúllo por los barrios,un espanto más bárbaro, más bárbaro, más bárbaro que el hipo de cien perros botados a morir. Balada:
"Yo canto, canto sin querer, necesariamente, irremediablemente, fatalmente, al azar de los sucesos, como quien come, bebe o anda y porque sí; moriría si NO cantase, moriría si NO cantase" O así escribe y se pronuncia: Atardeciendo me arrodillé junto a una inmensa y gris piedra humilde, democrática, trágica, y su oratoria, su elocuencia inmóvil habló conmigo en aquel sordo lenguaje cosmopolita e ingenuo del ritmo universal; hoy, tendido a la sombra de los lagos he sentido el llanto de los muertos flotando en las corolas; oigo crecer las plantas y morir, los viajeros planetas degollados igual que animales, el sol se pone al fondo de mis años lúgubres, amarillos, amarillos, amarillos, las espigas van naciéndome, a media noche los eternos ríos lloran a la orilla de mi tristeza y a mis dolores maximalistas se les caen las hojas"
Pablo de Rokha, el macho anciano, recibiría tarde el Premio Nacional de Literatura en 1965 y tres años después, el 10 de septiembre de 1968, se suicidaría de un balazo en la boca, como su hijo Pablo, dos meses antes. Recuerdo que fui a la Universidad de Chile, donde velaban su cadáver, por solidaridad con el día de mañana, desde luego con la poesía de De Rokha y su vida de piedra. Esa noche vi a Antonio Skármeta y el cuerpo silente de uno de los poetas vaticinadores del Chile que se fue barranco abajo. La calle ya no estaba para una poesía heroica.
Los poetas y la República son una misma cosa, en uno y otro sentido, van y vienen con la historia y la poesía puede ser un accidente en manos de la autoridad para el propio autor. Yo diría descarrilarse en la larga vía férrea de Chile, la que alguna vez tuvo y yo compartí en cada andén de mi país, el que dejé más helado, petrificado, congelado, que nunca. El poeta puede ausentarse en el yo inextinguible, presentarse públicamente, pero siempre debe Ser. (Veo pasar la otra cara de la poesía, bajo mis pies, los tanques patrullar la noche/la madrugada de Chile y nosotros en un balcón que divide la ciudad de Norte a Sur, en el centro de nuestro propio epitafio. Aplastan por placer todo intento de rebelión. El mejor poema de la dictadura, es quebrar hasta la última hormiga)...Y si Fellini pasara con una carroza tirada por caballos blancos , repartiendo helados de invierno, con sus amigos muertos que se levantan a tomar una cerveza y a dialogar con los vivos muertos de espanto.
En el espeso jardín de la muerte, crece también la poesía...son lirios recién cortados, rosas aún frescas...Roma no se hizo en un día, repite el capitán General sobre el desierto de Chile. Los bomberos deben estar en un estado de ardiente gloria y cuando la patria está en llamas, ellos acuden a su llama(do)
Alfonso Alcalde, dejó una vasta, rica, personal, extraordinaria y singular obra poética, un verdadero Panorama ante nosotros. La opaca, ciega vitrina de Chile, lo ignoró, aún lo olvida para que no crea que que se trataba de un simulacro o un truco de vieja retórica. El mensaje es saber, aún después de muerto, que estamos ante una tradición, donde el olvido tiene nietos, tataranietos y mucho futuro aún en su más clásica dinastía del ninguneo. Alcalde, periodista, escritor y poeta, fue hombre errante- viajó por América, Europa. Medio Oriente- y de muchos oficios, se quedó con la vida atravesada en un hilo. En 1947 se instaló formalmente en la poesía con su primer libro: el poemario Balada para una ciudad muerta. El senador Neruda fue su padrino, pero Alcalde después consideró que era un libro inmaduro y quemó casi toda la edición. Mi vida ha sido un largo Folletín, definió en una oportunidad su propia existencia. Es autor de una treintena de libros de poesía y prosa, textos testimoniales sobre Marilyn Monroe, Violeta Parra y Salvador Allende. Habría que detenerse en la sombra de la vida y de la muerte, de este viajero que quemaba espejos, daba vuelta la espalda y partía de uno y otro lugar. Se casó unas seis veces y otras tantas sin papel. Vino a hacer, hizo y en su Salmo de la porfía, precisa hasta donde puede ir su palabra: Con mi cabeza/como antorcha/y cavando mi propia tumba/seguiré escribiendo.
Y sus datos personales, algunos, con los cuales hay que establecer una relación dentro de su poesía y obra, como el trapecista con el aire, observando de reojo la red:
"Trabajé vendiendo urnas, contrabandeando caballos desde Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) a través del Matto Grosso, cuidando animales en un circo de fieras (cebras, elefantes, leones, osos) y ayudante de la Mujer de Goma y del Tragafuegos y Payasos, personajes que aparecen y desparecen en varios de los textos con el obsesivo tema del circo. Fui guionista de cine, radio, teatro y televisión. También traté de ganarme la vida en un bar pendenciero, nochero de un hotel de pasajeros urgentes y en las entrañas de las minas de estaño de Potosí trabajé como ayudante de carpintero en los socavones. Fui también pescador y vagabundo libre y total en los trenes que siempre partían al norte por el continente americano. Conozco mi país de la cabeza a los pies (dirigí la colección "Nosotros los Chilenos" de Quimantú) y su pueblo compartiendo vidas, dolores, trabajos, masacres, alegrías y resucitamientos".
Una vida entera dedicada al oficio de la vida y de la poesía, a bucear en la realidad, y así vinieron los libros tropezándose en sus páginas con la rara geografía de Chile, el cuerpo quijote de la patria, el amor, lo popular, itinerario de una indagación del yo, la realidad real, con sus muebles, fachadas, memoria y un contingente nada despreciable de fracasos.
El verano de 1971 compré la modesta edición de Editorial Universitaria del libro de Alfonso Alcalde: Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte, editado en 1963. Son 31 poemas que ahondan en la vida y la muerte, el dolor y el amor, pero sobre todo, son poemas que no tuvieron suerte. Seis años después de su edición, el crítico con mayor currículum visible en ese entonces, el cura Ignacio Valente, califica el poemario -libro: "es uno de los poemas más notables que se hayan escrito en Chile en los últimos años". He cargado todos estos años este libro, como un rosario abandonado a su suerte, al capricho de sus lecturas, he enviado algunos de sus poemas por correo electrónico a una Musa indivisible de esta atmósfera única, de quebradizos soles, en sus páginas se suda, goza, lucha, pierde, gana, apuesta quizás desde el balcón de los ausentes y del pasillo débil, trunco, apropiado de la soledad. Todos, sin embargo, reciben al final de cada poema la bendición, perdón, la protección del amor o son son redimidos. El poeta ahonda su solefdad en cada línea. El libro abre así. AQUELLOS/que en los cuartos/circulares se encerraron/y gimieron hasta/silenciar sus ruidos/y luego partieron/y nunca más/volvieron a verse EL AMOR LOS REDIMA
Chile no abanica a sus poetas, ni escritores, artistas, y en especial a los poetas que son estrellas solitarias incandescentes sin bandera. Alfonso Alcalde, después de patear su propia sombra, regresó a Tomé, su último refugio, un puerto a menos de 600 kilómetros de Santiago, enmarcado por cerros. Una bella ciudad de la costa sureña. Había escrito casi todo, reescrito, su mochila de viajero insome ya era historia, ahora, detenido en un cuarto miserable, olvidado hasta por la pobreza, desolado de sol y soledad, esperaba detrás de una puerta. En un poema vaticinó: Moriré en El Sur:
Háblame de tus venas/ y la espuma amarillenta de las lágrimas./ Háblame del torrente salobre que los dioses desdeñan./ Escucha la marcha de la muerte/ en un silencio hermoso/ como la delirante soledad de una tormenta./ Háblame de la estrella rota en la lluvia/ y del espejo erguido en el murmullo/de un cuerpo sin melodía. /Escucha el eco prodigando labios/ y el silbo del ramaje triste/ en la lejana eternidad./ Háblame de las rosas viejas /y del mármol esculpido en fatiga de ángeles,/ perdidos en la forma./ Después.../Escucha la humedad de unos siglos arrodillados /repitiendo mi muerte, allá en el Sur.
Hombre de vaticinios, ¿un espejo trizado le soñaba el futuro y él lo escribía?:
EL AHORCADO "Hoy un hombre se subió a un árbol/ y el árbol bajó por el hombre./El ascendió por los frutos,/las hojas bajaron por sus ojos./El hombre levantó las ramas./La sombra quedó colgando/ en un atado de pájaros esperando/ más cargamento,/ otras identificaciones, nuevos espejos,/más coloquio./ No ese significativo/ trepar y meterse en la corteza/ y luego seguir esperando el otoño/ con la lengua afuera.
Estaba acorralado, alquilaba unos metros cuadrados en una miserable pensión, la vida se le arrodillaba, salía por las fosas nasales, se le viajaba del cuerpo por unas costillas destartaladas como un micro Matadero Palma. Un día escribió su Autoretrato No 1:
Hoy no estoy/escapé de la hora mundial/y no tengo piel/ me desalojé /y soy lo que voy nombran/ doy voy en lo que va volando /y creo en lo que sigo mintiendo.
Alfonso Alcalde ya está en el Sur. Probablemente se desconocía asimismo. Después del exilio, no sería el mismo. El país entero colgaba de un gancho del carnicero.
"Aquí estoy de vuelta en Tomé tratando de buscar un poco de paz y trabajo. Aquí desde mi regreso he andado de casa en casa y en el hospital cada dos o tres días. Por fin encontré un cuartucho con espacio para una cama y una cajonera para dejar los pañuelos y calcetines. El resto de la ropa cuelga de las paredes en un clavo. Almuerzo un plato cada día en la peña de Darwin y en la noche una taza de té con un pan(...) "Estoy en un callejón sin salida ¿qué hago?"
Venía de vuelta, destartalado, sin piso ni techo, como saliendo del incendio de su casa de manos de un general, en 1973, cuando se inicia la dictadura. El militar, propietario de la casa, quemó toda la obra de 20 años de Alcalde delante de los vecinos. Se ahorcó a los 71 años, detrás de la puerta de su cuarto, un 5 de mayo de 1992.
Alberto Rojas Jiménez y Romeo Murga, amigos de bohemia de Pablo Neruda, murieron en la flor de su juventud. Murga, de tuberculósis, antes de cumplir 21 años: Mi madre está diciendo/ que me muero de fiebre./ No es verdad. /Voy viajando por ciudades remotas. /Quizás dentro de poco mi espíritu se quiebre/ por este mar/ donde llevo mis alas rotas.
Rojas Jiménez, es uno de los mitos de la poesía chilena, su muerte trágica, prematura e inútil, desgraciada, a los 34 años, marca un fuerte sino a estos viajeros de maletas livianas, apremiados antes de tiempo por el más allá. Fue un viajero adelantado para su tiempo, viajó a París hastiado del ambiente mediocre chileno de su tiempo y desarrolló una intensa bohemia por varios países de Europa. Tuvo una gran afinidad literaria con Neruda, compañero de muchas jornadas. Si¡u poema Carta -Océano, es considerado un clásico:
Hombre del mundo, ancló en mis ojos la tristeza, tarde de las tardes, en la tarde de América.
Soledad de la infancia ardida al fondo amarillo de los pueblos. En aquel tiempo morían mis parientes. Eran negras las persianas que atraían el día y opaca la voz de mi madre recordando las cosas.
Yo era el poeta vestido de niño,en el año triste en que los niños rompen las flores. Ningún hombre me dijo nunca que debía cantar. Corría la luna por detrás de las nubes. El sol quemaba los frutos y el lomo de los cerros. Mis manos buscaban luciérnagas en la sombría humedad del invierno.
La muerte de Rojas Jiménez, es una de las más absurdas de la literatura chilena y universal, absolutamente imperdonable, sin justificación, miserable. Un mesonero de cantina ante el no pago de una cuenta, le exigió en una de esas amanecidas que le dejara en prenda el abrigo. Era una noche de invierno, en medio de un temporal, Rojas Jiménez sufrió de una pulmonía, que terminó por ocasionarle la muerte. Neruda lo inmortalizó con un poema célebre. Poema residenciario, eterno, desde ese fría noche Rojas Jiménez viene volando por la poesía chilena.
ALBERTO ROJAS GIMÉNEZ VIENE VOLANDO
Entre plumas que asustan, entre noches, /entre magnolias, entre telegramas,/ entre el viento del Sur y el Oeste marino,/ vienes volando./ Bajo las tumbas, bajo las cenizas,/bajo los caracoles congelados,/bajo las últimas aguas terrestres, / vienes volando./ Más abajo, entre niñas sumergidas,/ y plantas ciegas, y pescados rotos,/ más abajo, entre nubes otra vez, /vienes volando. /Más allá de la sangre y de los huesos,/ más allá del pan, más allá del vino,/más allá del fuego, / vienes volando./ Más allá del vinagre y de la muerte, /entre putrefacciones y violetas,/ con tu celeste voz y tus zapatos húmedos, /vienes volando. /Sobre diputaciones y farmacias,/y ruedas, y abogados, y navíos,/ y dientes rojos recién arrancados,/vienes volando./Sobre ciudades de tejado hundido/en que grandes mujeres se destrenzan/ con anchas manos y peines perdidos, /vienes volando./ Junto a bodegas donde el vino crece/ con tibias manos turbias, en silencio, /con lentas manos de madera roja, / vienes volando./ Entre aviadores desaparecidos,/ al lado de canales y de sombras,/ al lado de azucenas enterradas,/ vienes volando./Entre botellas de color amargo,/ entre anillos de anís y desventura,/ levantando las manos y llorando, /vienes volando./Sobre dentistas y congregaciones,/ sobre cines, y túneles y orejas,/ con traje nuevo y ojos extinguidos,/ vienes volando./Sobre tu cementerio sin paredes/ donde los marineros se extravían, /mientras la lluvia de tu muerte cae, /vienes volando./Mientras la lluvia de tus dedos cae,/mientras la lluvia de tus huesos cae,/ mientras tu médula y tu risa caen,/ vienes volando/. Sobre las piedras en que te derrites,/ corriendo, invierno abajo,/ tiempo abajo, mientras tu corazón desciende en gotas, /vienes volando/.No estás allí, rodeado de cemento,/ y negros corazones de notarios,/y enfurecidos huesos de jinetes:/ vienes volando./Oh amapola marina, oh deudo mío, /oh guitarrero vestido de abejas,/no es verdad tanta sombra en tus cabellos:/ vienes volando./No es verdad tanta sombra persiguiéndote,/ no es verdad tantas golondrinas muertas, /tanta región oscura con lamentos:/vienes volando./ El viento negro de Valparaíso abre sus alas de carbón y espuma/ para barrer el cielo donde pasas:/vienes volando./ Hay vapores, y un frío de mar muerto, y silbatos, y mesas, y un olor de mañana lloviendo y peces sucios: vienes volando. Hay ron, tú y yo, y mi alma donde lloro, /y nadie, y nada, sino una escalera/ de peldaños quebrados, y un paraguas: /vienes volando./ Allí está el mar./ Bajo de noche y te oigo venir volando/ bajo el mar sin nadie,/ bajo el mar que me habita, oscurecido:/ vienes volando./Oigo tus alas y tu lento vuelo,/ y el agua de los muertos me golpea como palomas ciegas y mojadas:/ vienes volando./ Vienes volando, solo solitario,/solo entre muertos, para siempre solo,/ vienes volando sin sombra y sin nombre,/ sin azúcar, sin boca, sin rosales,/ vienes volando.
La muerte en cuclillas pareciera avanzar más lenta, pero igualmente llega y el suicida sólo logra una mayor independencia de lo inevitable. ¿Le arranca un pelo al destino? El suicida le resta tiempo personal al tiempo. Es como un automóvil que dobla su última mala curva. Escriben su último poema, cierran la puerta y tragan todas las palabras.
Rodrigo Lira fue más lejos con la muerte personal: se cercenó las venas el día de su cumpleaños 32, un 26 de diciembre de 1981, en una tina de baño. Se suicidó de la misma manera que lo hizo el gran poeta lírico ruso, Serguei Esenin, quien escribió con sangre su último poema. Santificado en vida y muerte por Enrique Lihn, Bolaño lo calificó de uno de los grandes poetas del siglo XX.
Este es Lira, entremos en materia, no hay tiempo, se nos puede volver a morir.
ARS POETIQUE
para la galería imaginaria
Que el verso sea como una ganzúa
Para entrar a robar de noche
Al diccionario a la luz
De una linterna............... sorda como
Tapia..........
Muro de los Lamentos
Lamidos........ Paredes de Oído!........
cae un Rocket ... pasa un Mirage........
los ventanales quedaron temblando
Estamos en el siglo de las neuras y las siglas.................................................
y las siglas
son los nervios, son los nervios
El vigor verdadero reside en el bolsillo
..................................es la chequera
El músculo se vende con paquetes por Correos
la ambición............
no descansa la poesía.................................
está c...........................................ol........................................... g.......................................... an............................................ do
en la dirección de Bibliotecas Archivos y Museos de Artículos de lujo,
de primera necesidad,.............................
oh, poetas!
No cantéis a las rosas, oh, dejadlas madurar y hacedlas
mermelada de mosqueta en el poema
Del notable y enigmático bailarín, poeta surrealista, Omar Cáceres, un mito de páginas azules en la poética chilena, entre los casi inclasificables, ha crecido en igual proporción, su poesía como el desconocimiento, las causas de su prematura muerte. La historia y la vida tienen su minuto díscolo, atravesado, incontestable. Omar Cáceres fue uno de los delfines de Vicente Huidobro, pero iluminado en su propia puesta de sol.

Anclas Opuestas
Ahora que el camino ha muerto,
y que nuestro automóvil reflejo lame su fantasma,
con su lengua atónita,
arrancando bruscamente la venda de sueño
de las súbitas, esdrújulas moradas,
hollando el helado camino de las ánimas,
enderezando el tiempo y las colinas, igualándolo todo,
con su paso acostado;
como si girásemos vertiginosamente en la espiral de nosotros mismos,
cada uno de nosotros se siente solo, estrechamente solo,
Oh, amigos infinitos.(
100, 200, 300,
miles de kilómetros, tal vez).
El motor se aísla.
La vida pasa.
La eternidad se agacha, se prepara,
recoge el abanico que del nuevo aire le regala nuestra
marcha;
en tanto que enterrando su osamenta de kilómetros y kilómetros,
los cilindros de nuestro auto depáranse a la zona de nuestros propios muertos;
he ahí a los antiguos héroes dirigiéndonos sus sonrisas de altivos y próximos
espejos;
mas, junto a ellos, también resiéntense,
los rostros de nuestros amigos,
los de nuestros enemigos,
y los de todos los hombres desaparecidos;
nuestro automóvil les limpia el olvido con el roce delirante de sus hálitos.
Como esas manos de mármol que se saludan a la entrada de las tumbas,
nuestro automóvil seráfico ratifica el gran pacto,
que a ambos lados de la ruta, conjuradas,
atestiguan las súbitas, esdrújulas viviendas golpeándose entre sí…
Ahora que el camino ha muerto,
y que nuestro automóvil reflejo lame su fantasma,
con su lengua atónita,
como si girásemos vertiginosamente en la espiral de nosotros mismos,
cada uno de nosotros se siente solo,
indescriptiblemente solo,¡oh amigos infinitos!