martes, septiembre 16, 2008

David Foster Wallace, La broma infinita (Final)

CUATRO
¿De qué se saturò David Foster Wallace? Cuentan sus allegados que a partir del siglo XXI ya no era el mismo. No he dejado de pensar sobre las últimas horas de DFW, porque nunca sabremos si fue una decisión de último minuto o ya la había tomado. Su padre dijo: no aguantó más. Probó con todo tipo de medicamentos. Estaba, digo, dentro del corazón, del alma, en el fondo de la caja toráxica, donde sólo llegan las tripas personales. Ahí nadie entra, sólo el que sabe hasta cuando da su hígado y pueden respirar sus pulmones.El mismo sábado me enteré de su deceso. Fue en horas de la noche. Aún no se ha dicho con certeza de qué y cómo murió.
Escribió, según las reseñas, de la novela Infinite Jest, de la intoxicación banal, deprimente y comercial de Estados Unidos. Lo que entiendo es que le tomaba el pulso, revisaba los puntos cardinales, el millaje, cambio de aceite, la respiración, su drogadicción en todos los sentidos y direcciones a la sociedad norteamericana. Todo seriamente, humor, sarcasmo, morosidad, velocidad, cambio de paso y de lenguajes, movimientos bien calculados o simplemente a caballo desbocado de las situaciones y lenguajes que iba creando para cada situación como si se apegara a su cuerpo la realidad y la ficción reclamara su espacio dentro del cuerpo principal. Sé que debo leerlo, es un compromiso. Me lo dije muchas veces en el estacionamiento ante el asfalto como testigo. y lo haré con lo que encuentre en español (castellano). Estoy dispuesto, si no encuentro aquí esos libros o adonde los encargarè, a canjear la novela 2666 de Roberto Bolaño por La broma infinita. Es un buen deal, no, David y sé que estarías de acuerdo, porque es tu par o algo así en castellano. Perdona el tuteo, pero me hubiese gustado conocerte y compartir contigo el otro lado de las cosas, la verdad simplemente, esa atmósfera que la toxina no deja respirar muchas veces o el humo de la chimenea reciclando la historia.
También se muere de mala historia, de ambiente contaminado por lo banal, falso, y de la mentira se puede sobrevivir un tiempo, quizás, hasta que ese letal arsenal toca la punta de tu hígado con su arpón infestado de estièrcol y entra con todo su valor agregado nacional. En principio puede ser un cosquilleo, un elemental sentimiento de desasosiengo, esa intranquilidad que empuja a buscar una salida que se va mordiendo la propia cola. El malestar va avanzando hasta anidarse en el lugar más poderoso, el motor del cuerpo y de todo lo que le acompañe, desde los gestos hasta los sentimientos más íntimos: el cerebro. Cuando se concentra ahí toda la cloaca que respiramos, La asfixia va ganando terreno, minando el cuerpo real, que termina abandonándose, cayendo una y otra vez, con esa sensación de un largo vacío que no terminará de tocar fondo. Hay que estar en el cuerpo, para comprender ese estado. Después se entra como a un pequeño túnel portatil que te persigue a donde vayas. Difícil sobrevivir a la caricatura, porque la tragedia global, suele transformarse en personal. Con su basura de vendedores de productos nuevos, suelen contaminarlo todo. Deja de comprar y verás lo que te ocurre. Un ejército de sombras y risas medievales entran por la ventana de tu casa y la marcan con una X. Leo en una de mis pesquizas, que a Wallace le producía horror y preocupaba: “la anomia y el solipsismo y una forma peculiarmente americana de soledad: la perspectiva de morirse sin haber querido nunca a nadie más que a uno mismo" El ombliguismo personal, íntimo, esa mirada hacia si misma de la sociedad, pareciera querer decirnos, cómo si la rótula dañada no nos dejara avanzar después de un ataque con morteros o él paso de un ventarrón de mariposas que nos deja sin aire. Wallace venía hablando de la tristeza que sentía en el estómago desde hace unos años.
Wallace decidió finalmente tomar el último vagón dormido en la noche de California.
Epílogo
Me aprestaba a subir y a dejar el estacimiento, más bien el largo e infinito asfalto cubierto de noche, cuando veo cruzar hacia mì una joven de pantalones cortos y una suave blusa de aire y transparencias. Venía de un automóvil estacionado al medio del asfalto, como si la nada la empujara haciadonde estaba. A penas se fue acercando, vi que traía dudas, el aire de las preocupaciones, pero no dejaba de sonreir, arte primario de la comunicación. Al fondo se divisaba otra mujer en bermudas y un niño que revoloteaba en las proximidades del automóvil. Sólo esperé que llegara.
- Buenas noches, tengo el carro dañado
El vehículo estaba en el centro del mar de asfalto, y si no se movía a esas horas, era porque algo le sucedía. la mujer sonreìa, com osi todo se fuera a solucionar.
-Vamos a ver, dije
Y nos encaminamos hacia la máquina, que descansaba plácidamente. Un Toyota Corolla, sedán, pero con motor electrónico, como los de ahora.
_No arranca, ni se inmuta, no da señales de vida
-Bueno, puede ser la batería y por ahí nos vamos. jumper, y el motor quieto, como un àngel. No da señales el motor. La máquina está absorta en si misma, no aletea. La atmósfera tibia, descomplicada, es lo más proximo a la realidad. los gestos son los de siempre, interrogante, llamadas de celulares, exclamaciones y la luna sigue aclarándose.
Mientras conecto las dos máquinas, pienso en Wallace, su soledad final, sue riesgo de vida, lo que escribió, dijo, reflexionó, aportó, descubrió y aún no he leìdo. Notamos una interferencia de la alarma, suele suceder. Y seguimos intentándolo. Wallace, qué fue lo que pasó? ¿La vida giró en redondo, bocabajo? Quién arma este rompecabezas sin cabeza, pareciera hablarnos la soga del silencio. un pequeño gesto en medio de la noche y siento que el espejo nos mira, busca un reflejo ante la opacidad, él, que pareciera contener todos los rostros. (El hombre de la moto, vestido ridículamente, con esos sombreros de parques de entretenciones, pasa como una tromba entre uno y otro extremo de la realidad. Patrulla, eso se dirá asimismo) Wallace está aquí esta noche, me gustaría gritar. pero es tan fácil que a uno que le digan loco, y no es lo más importante, sino que no entenderían ni una sola palabra. El mar encontraría las palabras en alguna playa. Es apenas una gran verdad, a sí muere todo, como de rodillas sobre el asfalto. Se detiene uno de esos cuatro por cuatro que parece un búfalo en la noche y pregunta su chofer si necesitamos algo. El Toyota Corolla estaba dando extrañas señales de vida, un carraspeo muy alentador de parte del enfermo. -Gracias, parece que va a arrancar. Fueron palabras mágicas y tal vez un poco de intimidación de ese animal que bufaba sobre el asfalto y arrancó como un estruendo con sus cuatro patas enllantadas por la pradera de asfalto. Mientras se perdía en el pequeño horizonte, el vehículo insomne, salía del sopor y se incorporaba como todo un campeón a seguir en la ruta, sabía que le esperaba la velocidad por el corredor Sur. Nos despedimos y yo ya estaba lejos hace mucho rato.
Rolando Gabrielli©2008

1 comentario:

matlop dijo...

saludos dieciocheros!!

mat