jueves, noviembre 27, 2008

Mi amiga la bailarina


Antes de subirme al automóvil me detuve a mirar el desfiladero de pinos Caribe que se convierten en paralela con la parte lateral de la casa, contraste que las ciudades van perdiendo y que los edificios por su estructura, materiales y lugares donde son construidos, no tienen ninguna posibilidad de paisajear. La selva al final de la mirada permanecía silenciosa, pero de un verde brillante, rejuvenecedor debido a los fuertes aguaceros tropicales que caen como ángeles vencidos del cielo. Sólo a la noche podría reflexionar que el agua es la fuente de vida del bosque y del hombre, pero también su exceso destruye los frutos que proporciona la selva "civilizada", a los animales que nacieron hace millones de años en el trópico. Detuve mis ojos como en un caleidoscopio que había regalado alguna vez en otra ciudad, en una ardilla que trabajaba para mí como bailarina cada mañana y yo no lo logré entender este compromiso hasta cuando fue demasiado tarde.
Ese tema insoslayable de atender cosas domésticas, revisar el aceite del automóvil, sus bujías, trabajar, pagar cuentas, escribir como si se apagaran todas las estrellas de un soplo en un segundo, compromisos sociales, lecturas necesarias, y otras urgencias, a mí, me digo, que vivo al lado de un bosque, a veces estos detalles, no me permiten verlo.
Detrás del ventanal la divisé incontables mañanas asomarse como una Diva con aire de Musa, a mi pequeña bailarina, sin inmutarse, con sencillez, humildad y conocimiento de su oficio, porque su rutina no provenía de una preparación descuidada.
Oye, Bonita, sí, tú, la de la cola que comparte el viento y espacio, nos vemos mañana, después de todo el calendario no se moverá más de un centímetro como cada día, aunque el mundo truene, escupa fuego, reviente con sus vísceras de terror y estupidéz, egoísmo, miseria, ambición desmedida y el sistema disfrute de sus propias raterías que lo transforman en un transformer de múltiples rostros como máscaras de un mismo rostro. Las alcantarillas existen para evacuar aguas servidas y esconder lo que somos en la superficie.
Danzó frente a la ventana del comedor y miró por última vez, como queriéndome decir algo, porque ahora puedo tener más clara mi visión, que sus ojos reflejaban una urgencia. No nos diríamos más nada. Me despedía de esos 35 centímetros de amistad que volando llegaban al Cajón del Maipo, allá en Chilito. Y, que conste, que unos 15 centímetros pertenecen a la cola. Los expertos dicen que si se les captura jóvenes, se pueden educar y resultan ser muy cariñosas. Vaya estupidez, cuando la gracia está en la libertad, en el juego entre el aire y la tierra, la vida como en una cuerda donde la aventura es la vida misma como un oficio con sus secuencias y consecuencias. En el nunca acabar està la magia. Que primero se eduque el hombre en su propia libertad y la ajena, y que disfrute fuera de la jaula que se construye con tenacidad de araña en un telar.
Me desplacé por una ciudad en llovizna, con cielo nublado, ennuberrado, frágil, gris y lacrimeante. El día estaba cargado de su propio inestable tiempo. Al bajarme en el estacionamiento, el cielo se desplomó con una carga contenida y alcancé a llegar al lobby, como un fantasma en apuro. El día fue transformándose en el día, lo que es, sin más ni menos. un día es eso, 24 horas. Ignoro por qué se le exige más. Pero suele ocurrir con frecuencia como una deformación profesional, un deseo de irrealidad. Esa manía de querer atrapar, superar, empujar el tiempo. No le di más tiempo al día que su día. Se terminó. Eso ocurre cada día. Un poco antes, un poco después. Pero es inevitable siempre sigue un mismo curso, como si fuera un río encajonado y no tuviera a donde ir màs que fluir en una misma direcciòn.
Llegada la hora, cumplida la jornada, me disparé y a rodar de vuelta por la misma ruta. Las luces amarillas sobre la avenida, el asfalto doblado por el tiempo inclemente, los recuerdos del día, el mismo ruido del motor y las marcas japonesas que se han apoderado del mercado del automóvil. El paisaje nocturno se revela a su manera en la profundidad silente de la noche. Pero es el mismo dia en su ocaso. Hago memoria frente al paisaje de la mañana, el de un principio y la oscuridad sólo me permite avanzar con mi memoria. Entro a la casa en la semipenumbra, bajo el rastro de una jornada ya concluida. Dejo mi mochila, libros, papeles sobre el sofá y avanzo a la cocina por un jugo. Enciendo la luz y veo a mi amiga, la hermosa Alicia, la bailarina inerte al medio de las baldosas de la cocina. Su mirada gris, su cola detenida en el tiempo, su barriga hinchada y ni una sola gota de sangre por ningún lado. ¿El crimen perfecto? Todo el silencio de las galaxias màs apartadas como un agujero negro solitario, abandonado en si mismo, entrò por la ventana de la noche tibia, ya ciega y ese àspero paisaje de soledades e infortunios, que cualquiera puede cargar en una ciudad hostil, se avalanzò como una lenta ola que en dìas pasados miraba desde la terraza en una playa. El mar me llegò con su marea profunda del horizonte a rescatarme de ese instante no buscado.
La noche era lo ùnico que me quedaba màs a mano. Repasè la mañana y retrotraje la alegrìa y la danza, esas ganas de vivir sobre la dimensiòn del tiempo que le tocò vivir. Mi pequeña Alicia no estaba en una perfomance nocturna, en esa mìmica de la màscara. Yacìa, yacía. La noche ciertamente es la oscuridad pero tambièn trae luz y recordè que tenìa una pala nueva, impecable, con el precio aùn en la cubierta de metal. Me inclinè con algo de solemnidad, como si estuviera en un teatro en Moscù, donde se presentaba el viejo Bolshoi, la levantè como si fuera a desprenderse mi espìritu de Nureyev y ascendiera por el escenario frente a un pùblico profesional, atento, respetuoso, devoto, entregado a este acto final tan real como la muerte. Que lo inmaterial prevaleciera, la danza, el arte, la vida, la musicalidad silenciosa de su cuerpo. Que la noche se estrellara con su propio dolor y los aplausos del viejo Bolshoi se congelaran en la memoria de cada uno de los espectadores. Moscù puede contemplarse asìmismo en su nieve, en las cùpulas de sus iglesias, en el Kremlin, esa babel de lo gòtico, arabesco, italiano, griego, chino, ciudadela amurallada que sòlo se atreviò a abandonar Pedro El Grande, no por un acto de humildad, sino para vivir en la ciudad que se habìa construido para si mismo: San Petesburgo.
Yo esperaba arrinconado por la oscuridad y el contraluz de una luna famèlica, que la Sylphide volviera con las fuerzas de la naturaleza y del aire. No tenìa otro pensamiento ni voluntad en mis manos. Sólo depende de nosotros que el arte resucite y remonte màs allà de las montañas y estrellas. Que la palabra sea la voz callada en el desierto.
Cada ser humano podrìa escribir una pàgina diaria de sus tristezas, ansiedades, malestares, odiosidades, fobias, aprehensiones, soledad, conviciones, amores y hacer colapsar las bibliotecas y archivos pùblicos y a Google, si se lo propusieran. Documentar actos de una y otra naturaleza, como un mar froidiano de egos y super egos enrarecidos por el smog, vomitados sobre las consolas de los videos.
Salì de la cocina con Mi amiga la bailarina y ya estaba todo decidido. La dejè livianamente sobre la yerba por donde viviò la vida que le tocò vivir y volvì por la pala. Alguien debìa estrenar esa herramienta casi tan antigua como la muerte. Todos tenemos algo de sepultureros, pensè,y de cadàveres, por supuesto, aunque las cenizas ganan su espacio. Dura la tierra, piedra, pedregosa, el metal empujaba contra lo que resistìa y mi indignaciòn, iba de frente. El rìo llevaba agua y la noche una oscuridad plateada, lunar de cara conocida. ¿Es màs dura la tierra que se conoce o desconoce? El metal intentaba hacerse paso. Y pensaba, ni una gota de sangre. ¿Còmo, una muerte tan limpia? La tierra se abriò por fin, pròxima a los pinos, pero la noche no entiende de epitafios, recoge todo como las manecillas del tiempo en un andèn sin hora. ¿Ni una gota de sangre se lleva la tierra? ¿La vida sòlo abona la muerte? ¿La muerte recibe a la vida? ¿Se baja o sube hacia algùn lugar? Un ascensor es un invento reciente en la historia del hombre y del universo ni hablar. No llegan muy lejos, suben hasta un mismo lugar y bajan hacia otro idèntico. Suelen trabarse y no tienen ningùn otro acierto que subir y bajar. La sombra de la última palada desciende con la incredulidad de mis pensamientos y dudas. ¿Quièn fue? ¿En que momento? La vi revolotear alegre frente a la casita de los pàjaros sobre la ventana. Y como si me dibujara un adiòs en su sonrisa de roedora, nos despedimos con un tàcito hasta luego. Siempre hay que emparejar la tierra por donde uno siembra la amistad, el amor, la nueva vida. Muchos años antes, ese era un terminal de escombros, desechos de casas, restos de techos nuevos, lo que queda de las construcciones recièn terminadas, esas sobras de todo. Con las manos fuimos ordenando, limpiando el sitio y cavamos huecos, duros hoyos para plantar pinos recièn nacidos. Todo parecìa nuevo, un comienzo. El tiempo impone sus lecturas, las recrea, hace memoria.
Ni las nubes rondaban por la noche. Sòlo la memoria. Sòlo la memoria.
Descansè la incredulidad del dìa sobre el mango nuevo de la pala. Dejè los ùltimos segundos que se acomodaran. Que un día borrara a otro día, cuando sentì el aliento sobre mis piernas de White, la perra, huzmear la tierra recièn ordenada. No me habìa dado cuenta de su presencia absolutamente discreta, respetuosa.
Fue cuando comencé a pensar, a sospechar que había ocurrido en verdad cuando dejè la casa sola de soledad infinita.
Detràs del dìa, el dìa. Nos despedimos seguramente, White y yo de Mi amiga la bailarina, a nuestra manera, claro està, pero existìa un tàcito respetuoso silencio. Entramos a la casa, pero yo ya iba con alguna idea en mi cabeza. ¿Respiraba un aire de culpabilidad a mi alrededor? Es difìcil indagar en la mente de una persona, de un animal y màs de una perra extranjera. Ya a solas intentè reconstruir la escena del crimen. Me pesaba la prueba mayor, ni una gota de sangre. Algunos utensilios de la cocina en el piso. Y ahí despuès de todo estaba Mi amiga la bailarina, inerte como si un ùltimo esfuerzo por vivir la hubiese llevado a la muerte. ¿Por què tenìa la panza inflada y los ojos no encontraban salida hacia ningùn paisaje aparente? La noche se cargaba de dudas, interrogantes, de maniobras y situaciones propias del olvido, donde las respuestas son simples marionetas del azar.
El desorden de la cocina era mìnimo. En verdad todo estaba en su lugar, aunque no se notara. Buscaba la prueba, algún indicio, porque ya sabìa quien era la autora del ardicidio. Había nacido en un barco, el Captain Vincent Gann, un atunero lleno de filipinos, mexicanos, un chileno, portugueses. Allà en el Pacífico Sur, en Cook Island, la Polinesia. White tiene un cruce con un pastor alemàn y un callejero de Samoa. Y en verdad vino a vivir en la tierra por primera vez en Panamà. A Panamà llegò Paul Gauguin y se fue a la Polinesia, un viaje a la inversa y con objetivos distintos.
Nos quedamos solos esa noche observándonos, sin tiempo. ¿Para què estàn los amigos? ¿Què psiquiatra no ha hecho esta observaciòn? Estaba el cuerpo del delito enterrado y la autora a mi lado. Aquì no tenemos 911, debe haber algùn nùmero, los detesto, para preguntar, informar, intercambiar puntos de vista. Preferì la noche y el bis a bis. Habìa que dejar pasar las horas y con la luz del día quizàs todo se aclararìa. Eso ocurre, al menos, con la noche anterior.Escuchè que alguien me decìa, podìa ser la misma White:-serenidad querido Watson, todo tiene soluciòn, menos la muerte. Pero de eso hablamos, pensè una respuesta ràpida. Quizàs estaba sintiendo el complejo de detective de Robereto Bolaño. No sè. Pero las pistas estaban ahì a mi lado. En mis narices. Recuerdo que de los cientos de casos en Santa Teresa de 2666, se resolvìa uno de vez en cuando y ahora algunas cabezas andan sin cuerpo por algunas ciudades.
Rechacè toda influencia, cualquier pista, me abandonè a cualquier pensamiento que pudiera acomodar alguna situaciòn o respuesta. No le di màs cuerda al reloj de la duda. Bajè el telòn del dìa. White no se separaba. ¿Què estarìa pensando? No seguì en este inexplicable pòker. La baraja para un nuevo amanecer, me dije, y le di carta blanca a la noche. Las baldosas no mienten, me vieron caminar hacia el cuarto con toda loche a mi espalda. El rìo ya era mi memoria. El dìa. Todo convertido en sensaciòn de fuga. Mi amiga la bailarina, descansaba de su peor dìa. No siempre es el ùltimo. Eran mis ùltimas disgreciones antes de llegar a la almohada. Ya amanecerà.
La mañana entrò tibia, grisàcea, de invierno tropical, apabullada por el mal tiempo del norte. La noche y el dìa no requieren presentaciòn, estàn. Volvì a la cocina para cerciorarme con mayor claridad en cuanto a luz natural. La memoria repasa sus fijaciones, sobre todo cuando estàn frescas. Yo me despedì esa mañana y coló entrò a la cocina. ¿Dejè la puerta abierta? Las cinco puertas de la casa, incluida una gran verja, quedna cerradas con doble llave. Los animales del tròpico tienen sus estrategias, conocen los lugares donde viven y sobreviven en una ciudad poco piadosa, en tiempos dirìamos, en una època depredadora. La naturaleza, el ejercicio de la vida en condiciones difíciles, va preparando el ingenio, las habilidades para las nuevas situaciones. El hombre busca otros planetas tal vez porque no està preparado para vivir en un lugar natural, donde la belleza es armonìa y debe respetarse. Los sabios elefantes tienen su propio cementerio,y jamàs se les ocurrirìa que construyan ataùdes para enterrarlos. Nos quedarìamos sin bosques, sin vida. ¿Què harìamos con las jirafas? ¿Las incinerarìamos? Los dinosaurios tuvieron la suerte de desaparecer, quizàs, en un cataclismo. Son tan diversas las versiones de su extinciòn, como las pelìculas. No se me ocurrìa nada. Un jugo. Un tè. Un sandwuich de palta. Y en punto muerto. El cieloraso se hacía màs alto que los pensamientos. ¿El blanco agranda la memoria? Salì a ver por el costado lateral de la casa. Me fijè en un comedero, una casita de pàjaros que cuelga sobre una de las tantas ventanas. En las mañanas se detienen cinco o seis. Es un buen comienzo para el dìa.
De pronto vi un hueco en la malla de la ventana de la cocina. Las ventanas del tròpico usan mallas para evitar protegerse de los mosquitos y refrescar al mismo tiempo. Me puse en el lugar de Mi amiga la bailarina. ¿Por què quiso entrar? ¿Pudo haberlo hecho hace mucho tiempo? A la orilla del parque, mudos unos cocos secos de palmas que dan un jugo refrescante y proporcionan un alimento llamado coco, algo me estaban diciendo. Al aproximarme a la malla rota, huzmiè por la ventana, con los ojos y el olfato sobre todo. Me llegò un fuerte olor a bananas. Irresistible para una ardilla hambrienta. Un bosque despojado de frutos por estas lluvias intensas. Nunca me percatè. ¿Pensè en los pàjaros porque vienen del cielo? Era tan simple todo, el cuadro, la escena se explicaba asimisma, su barriga llena de bananos. No habìa una gota de sangre. Quizàs muriò de la impresiòn. Son muy sensibles sus corazones, se me ocurre. White debiò perseguirla hasta el agotamiento total, terminal. Tenìa sus ojos cerrados. Pero me dejò un mensaje. El bosque es vida. Cuìdenlo. Todos estamos en trànsito, pero vienen otros. Tu amiga, la bailarina...
Rolando Gabrielli©2008

1 comentario:

Anónimo dijo...

divino este relato!!!! mi amiga la bailarina...marcela