Cien años, es parte de su juventud. Ahora se le recuerda, despuès de tanto olvido. En el Sur aùn tenemos memoria y la trasladamos de paìs en paìs, donde estemos, y al menos llegamos a su centenario. Su pequeño paìs le dedica un año, como si fuera Faulkner o Joyce, y para nosotros usted es uno de los grandes novelistas del habla castellana y tengo la impresiòn que siempre lo ocultò. Fue genial esperar la vida y la muerte juntas, durante sus ùltimos cinco años, sentado en una cama escribiendo, con la espalda a una ventana, para que el mundo mirara su propia decadencia. ¿Su ùltima jugada para reconocer la inutilidad de la esperanza? Sus dòsis excèpticas, son proverbiales, como su visiòn crìtica, cuestionamiento de lo real, què es la literatura, la fragmentaciòn invisible de su palabra.
La importancia es una manera de estar de moda, pero usted nunca le dio importancia. Nunca lo estuvo. Ordenò su maleta y palabras de otra manera. Su mirada en sus ùltimos dìas como un monje budista de civil, descreido, al menos, eso me reflejan las fotos de esta gran morsa de la literatura universal, que recreaba sus ojos hinchados con la visiòn de sus personajes. La moneda que lanzaba al aire Juan Carlos Onetti, montevideano, posiblemente carecìa de rostro y tenìa una màscara cambiante. Literatura en la literatura, la vida desplomada en un haz de luz oscura en un cuarto sin testigos màs que dos. La literatura era su amante, la deseaba y empujaba arriba de la pàgina y comenzaba a amarla con el frenesì que todo deseo real impulsa a hacerlo.
Sus libros debieran leerse en silencio. Onetti, exiliado en España, se entregò a la apremiante fuerza de su presente, que transformò en destino y nunca rindiò pleitesìa al èxito y a la banalidad de la vanidad.
Onetti y Garcìa Màrquez estàn emparentados con William Faulkner en la creaciòn, como bien anota Àngel Rama, de sus pueblos literarios, Santa Marìa, en el caso del uruguayo y Macondo, en el del colombiano. Ambos lo admiran y reconocen la influencia del norteamericano que inventò el imaginario de Yoknapatawpha. La literatura se abraza a la distancia, tiene mas caminos que se bifurcan, que esos reales de un gran sendero.
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