Mafalda ya está sentada en la banca de su plaza, en San Telmo, Buenos Aires, y se inaugura su estatua iconográfica al lado de su creador: Quino, su padre, que a pesar que la descontinuó no la abandona en los grandes momentos. Personaje de los sesenta, cuando el mundo era y parecía otro mundo, Mafalda no se conformaba conque casi todo anduviera "patas para arriba", preguntaba, ponía el dedo en la ya, concluía por omisión, pero nunca era indiferente a lo que le rodeaba.
Dècadas después, el mundo se ha sumido en un mar de indiferencia, la palabra solidaridad forma parte de la prehistoria del vocabulario de la humanidad y un mundo egoista se erige detrás de los muros de los nuevos caballeros feudales del Medioevo del siglo XXI. Mafalda sabe a que me refiero, de qué hablo y hacia donde gira el planeta azul. Seguramente a ella le gustaría seguir viviendo de la mano y pensamiento de Quino, y no ser una escultura para la eternidad, pero sabe que hizo lo posible por advertirnos y compartir con nosotros un mundo mejor.
Transformarse en estatua infunde un profundo respeto. Esa es una ventaja. Otra ganancia es que quien pase por allí y no conozca el personaje, preguntará, indagará sobre él. Las estatuas nos hablan de otra manera, y la primera pregunta-respuesta que uno se hace es: por algo está ahí.
Una de las cosas que yo haría es poner en la misma plaza, un Buzón para dejarle acrtas a Mafalda. Con esa correspondencia se podría escribir nuevas historias. Es como tomar el pulso a dos tiempos distintos.
Quino nos ha estado diciendo con Mafalda que existen muchos problemas, pero que el hombre debe humanizarse más, aspirar a ser mejor, más solidario y participar a favor de una sociedad más justa, honesta, equilibrada, socialmente ética. Es un mensaje universal, esa es la gracia de Mafalda, que trasciende fronteras, idiomas.
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