jueves, septiembre 24, 2009

Panamà La Vieja


El manglar trajo la luna rosada
el murmullo solemne de la vida,
aguas sin dueño, no habìa tiempo
y el pájaro no dormìa en su jaula,
cantaba, cantaba.
En el corazòn del hombre
cabía todo el paisaje
secreto de la memoria,
la noche y el dìa
no se confundìan.
No había tiempo,
espacio, espacio,
las estrellas guiaban
y las lluvias cerraban
el camino,
la selva estaba en todas partes
y Dios no se llamaba Dios.
El agua estaba màs clara que el alba,
y mañana no era distinto a hoy,
sólo alguien morìa
y el rìo crecìa,
màs frìos lo viejos huesos,
la oruga dormìa como una ninfa
arropada en el estìo
y volaba en mariposa.
No había tiempo,
espacio, espacio,
el mar no tenìa dueño,
peces, peces,
la tierra sembraba
sus propios àrboles
y los frutos caìan, caìan,
no tenìan dueño,
trànsito, trànsito,
la vieja historia de la memoria
y las especies
buscando casa nueva,
techo hùmedo o màs frìo,
un sitio para perpetuarse.
Norte y Sur,
¿de dònde viene el viento,
adonde va la cola de un cometa?
Trànsito, trànsito,
las especies inician su camino,
una página en blanco,
sobre la noche,
atraviesan su destino.
Había izquierda y derecha
sòlo para diferenciar
un brazo de otro.
La lluvia, el sol, la selva,
los grandes abismos,
las bestias cruzaban el paisaje
y el hombre las cazaba
o morìa abrazado en su intento.
Una vieja ley,
una pàgina no escrita.
No habìa tiempo,
habìa de todo,
menos tiempo,
espacio, espacio,
voz sólo voz,
un día no era igual a otro,
escrito por la mano india
y su reflejo en las aguas.
El principio nadie lo buscaba,
ni el fin de las cosas,
todo llegaba,
entraba y salìa,
el pez del rìo al mar,
el sol detràs del sol,
siempre se ponía,
alto dibujado
en la luz,
que a todos
pertenecìa.
El hombre confiaba en la tierra,
el sol y las lluvias,
en su instinto
sus olfatos,
la tierra, la tierra,
los animales,
sus manos,
el arco, la flecha y la lanza,
los rìos que cruzaba,
la piel de las bestias, su carne,
las vìsceras de las vìsceras
que otras bestias comìan,
la carroña era ùtil
y desaparecìa.
La noche, la luna y sus mareas,
le eran indispensable,
todos los ojos de la tribu,
sus piernas y brazos.
Corrìan y cazaban,
no había tiempo,
espacio, espacio,
paisaje, paisaje,
el antiguo ruido de la selva
y el mar a ambos lados
del Istmo,
el hombre dejando
correr el rìo,
la piedra inmòvil
en la montaña,
la noche
siempre la noche,
oscuro, oscuro.
Invierno y verano,
el hombre y la mujer,
dos cuerpos sobre la tierra,
dos sexos,
el panal y la miel,
sòlo dos estaciones,
una seca y otra lluviosa,
hùmedos los sentidos,
Norte y Sur,
la noche multiplicando estrellas,
peces, el mar,
el hombre multiplicándose
asimismo,
sobre los cuerpos,
bajo el sol y la lluvia,
polen de la vida,
todas las especies,
cenizas de la muerte,
trànsito, trànsito,
donde no habìa tiempo,
espacio, espacio,
islas, islas.
La muerte nace de la vida,
rama vital
de su tronco,
firme, leal a sus principios,
tiene descendientes en todas partes,
viven en cada època,
sueñan que son la raìz
de una làgrima.
Los cuerpos nacen y mueren,
se levantan,
escucha, escucha
El hombre era màs
que un individuo,
la mujer no era una individua.
El hombre y la mujer,
no conocìan el paraìso,
vivìan y morìan en èl.
Las aves eran dueñas
del espacio
y de su libertad.
Rolando Gabrielli©2009

La Revista Lobby de Panamà, con amplia circulaciòn en las universidades, sectores empresariales, turísticos, gunernamentales y profesionales, editò el poema Panamà La Vieja, en su número 29, correspondiente a los meses de septiembre y octubre del 2009.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me sorpende la cantidad de palabras que tienes en esa cabeza!!!!!!!! no cualquiera posee ese lenguaje infinito!!!