Todos tenemos una imagen de sí mismos. Una idea donde van los ojos, la naríz y la boca. Nos vemos una, dos o tres veces al día al espejo y el tiempo nos cobra esa rutina con el transcurso de los años. Narciso, en el extremo de la imagen personal de su autoreferencia, pagó con su vida la vanidad de mirar su reflejo enamorado en un estanque donde terminó lanzándose. Hay otras versiones sobre la muerte de este efebo griego, porque la mitología es un libro abierto para las leyendas.
La inosencia se ve y dibuja con el encanto de la sencillez, sin otra o ninguna aspiración que divertirse ante la hoja en blanco o recrearse como si la mano condujera el trazo por sí misma. Como dos soles secretos entre pestañas de persianas, el dibujo caracteriza y rescata, lo que la autora ve de ella misma. El rostro es el espejo de sí mismo en la memoria.
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