domingo, febrero 14, 2010






El Carnaval, universo de la carne y el deseo, està en pleno movimiento, serpentea como una anaconda subterrànea por el Istmo y la ciudad cosmopolita se ha vaceado hacia su interior, como si un gran pez desobara sus huevos en el mar. Es la fecha sagrada del pueblo, donde abandona todo, su cuerpo y alma, empeña lo que tiene de valor en su casa, vende su sangre, deja hasta dienets de oro y todas suerte de artefactos electrònicos a cambio de unos dòlares para gozar el carnaval y olvidarse de sì mismo. Son cuatro dìas intensos largamente esperados y donde tambièn se mueve la economìa porque todo se vende, alquila y proliferan las ventas de comida y servicios ambulantes a lo largo de la geografìa. El carnaval es colorido, vida, mùsica, una entrega fìsica sin lìmites, cuando el verano tropical se enciende de punta a punta soleado, caliente, vital. El mar que envuelve el delgado istmo, brilla y refleja que todo esta vivo alrededor, mientras el carnaval pràcticamente no descansa, ni duerme y si lo hace es con un ojo abierto para continuar su inetrminable danza en sus noches màs frenèticas donde las orquestas tocan para olvidar y gozar.
El carnaval es vida y muerte, no sòlo porque finalmente culmina con el llamado mièrcoles de ceniza, sino por quienes quedan en la carretera o en algùn enfrentamiento o asalto callejero. Para ellos, serà el ùltimo carnaval.

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