La naturaleza es sorprendente. Su caja de Pandora pareciera infinita. Una tarde de trabajo en el Sòtano del Estudio del Arquitecto Mallol, cuando nadie esperaba sorpresas, ya al anochecer, hora del crepùsculo tropical en pleno verano, cae la noche y llueve, con la misma casualidad de cualquier instante del dìa y del tiempo no esperado. El tròpico es una oraciòn personal, ìntima, una religiòn no escrita, que se siente en la hùmeda atmòsfera y en los zaguanes de la noche. El tròpico se carga en la piel y en todos sus sentidos. El cielo tambièn se retrata ante el transeùnte y el pintor, o quien quiera observarlo de manera casual, inadvertida, pero con la atenciòn de un niño. Todo espacio tiene su lugar y los horarios marcan pautas definidas para las personas y la rutina en la ciudad. Nadie escapa a ese cotidiano quehacer, un orden no escrito, aunque siempre habrà espacio para el asombro, lo intempestivo, ese azar que marca lo que no manejamos, sino màs bien nos guìa hacia un punto desconocido. La noche caìa pero no era noche ni se iba. Una gran làmpara de luz iluminaba el cielo y la ciudad en su totalidad cristalizaba en el naranja. Conjunciòn del sol, la lluvia y el crepùsculo? ¿La noche estaba para sorpresas? El cambio climàtico nos envìa señales?
Estas rotaciones parecieran un juego de fantasìa. Aparecen y desaparecen, solo dejan instantes nuevos, caprichosos, guiños, momentos que retienen nuestra atenciòn y asombro. Los dias son cotidianos, feroces, cargados de nada, vacìos, estandarizados, banales y asì como miles de personas cruzaban la ciudad manejando sus vehìculos con apuro, estresados, ignorando que color tomaba el cielo sobre el techo de sus carros, otros pulsàbamos este rara sensaciò'-n de no estar en el mismo lugar.
1 comentario:
Buen relato y buenas fotos.
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