2010 toca fondo como los 33 mineros de Atacama, a casi 700 metros bajo tierra. Solo escribo esta nota desde el Sótano, donde las palabras se hicieron poema este año de fin de década. Cae el telón en el calendario cotidiano, amarillo de la historia y lo que sucedió ya pasó, sus huellas y marcas, permanecen y se inaugura este segundo decenio del siglo XXI. ¿Alguien enderezará el camino que nos queda por recorrer este 2011? Mi mano gitana escribe ayer, hoy y mañana. Suerte con el 2011, porque el 2010 se inauguró en sus primeros 45 días con los terremotos devastadores de Haití y Chile, país que sufrió además un tsunami (maremoto) y un fenómeno telúrico de intensidad 8.8, que movió el eje de la tierra. Nada puede ser igual en Haití ni en Chile, después de estas experiencias extremas de la naturaleza y tampoco para el hombre en la tierra que se siente impotente. ¿El mundo se acaba en 45 días? ¿ El mundo se puede acabar en un instante? ¿La Tierra se estrellará como un choque de trenes con los siete mil millones de personas en sus vagones? Haití ha quedado herido de muerte y de cólera se sigue muriendo el país, extinguiendo la isla moribunda y olvidada como la muerte que le visita y revista en todas las dimensiones.
En el Sótano, las sombras ocupan su lugar con la discreción de un día que llegó a término y sobre la superficie, a unos metros, no sabemos que ocurre, donde los vehículos muerden el asfalto en la silenciosa madrugada. Basta una escalera para ascender y mirar, contemplar las estrellas o las nubes que se desplazan cargadas de agua. Cuando los 33 mineros chilenos se hundieron en la profundidad de la tierra y solo sintieron y vieron polvo a su alrededor, estaban a casi 700 metros de la superficie, literalmente sepultados. Se encontraban en el ombligo de la tierra y formaban parte de sus entrañas. En la lejana superficie, se buscaban soluciones, alternativas para encontrarlos. Pasaron 17 días para hacer un primer contacto y 70 para rescatar al último minero con vida. Solidaridad, tecnología y sobre todo el coraje de los mineros, puso a sonreír al mundo, a que todos ganáramos confianza en el ser humano. El hombre rescató un pedazo de sí mismo. Se reconoció en sus hermanos. Algo raro y conmovedor para muchos, ocurrió este año bajo el desierto de Chile
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