“La libertad es un derecho inalienable, salvo cuando uno se enamora”. Vagabundas.
Vender poesía en una Feria del Libro, de por si es un acto de valentía que colinda con lo insensato, y anadiría, de una precariedad conmovedora. Caminaba hace poco más de 48 horas, un segundo en el tiempo, por los pabellones de una Feria del Libro X, en un lugar a, b ó c, distraído, sin destino, objetivo alguno. Algunas caras conocidas deambulaban a lo lejos como parte del escenario. Libros a mi izquierda, derecha, frente, a mi espalda, pequeñas montañas de papel y color. Gente rondando los estantes, vendedores expectantes, luces y sombras de un escenario que se repite en un mismo escenario. Mis pasos continuan transportando mi cuerpo que se desplaza y alguien lo detiene súbitamente. Me vino a la memoria el pajarito de los cu cú. El zumbido de su música lacónica y monorítmica que entró a mis oídos. Venga, le voy a leer un poema, yo lo escribí, es largo y me fueron llevando a un afiche pegado en una pared. Alli estaba el poema impreso, indemne, frente a la autora y su público en solitario, cautivo, conminado por la voz de una poeta que daba la impresión de no aceptar un no o una disculpa blanca, inocente, casi personal.
Vender poesía en una Feria del Libro, de por si es un acto de valentía que colinda con lo insensato, y anadiría, de una precariedad conmovedora. Caminaba hace poco más de 48 horas, un segundo en el tiempo, por los pabellones de una Feria del Libro X, en un lugar a, b ó c, distraído, sin destino, objetivo alguno. Algunas caras conocidas deambulaban a lo lejos como parte del escenario. Libros a mi izquierda, derecha, frente, a mi espalda, pequeñas montañas de papel y color. Gente rondando los estantes, vendedores expectantes, luces y sombras de un escenario que se repite en un mismo escenario. Mis pasos continuan transportando mi cuerpo que se desplaza y alguien lo detiene súbitamente. Me vino a la memoria el pajarito de los cu cú. El zumbido de su música lacónica y monorítmica que entró a mis oídos. Venga, le voy a leer un poema, yo lo escribí, es largo y me fueron llevando a un afiche pegado en una pared. Alli estaba el poema impreso, indemne, frente a la autora y su público en solitario, cautivo, conminado por la voz de una poeta que daba la impresión de no aceptar un no o una disculpa blanca, inocente, casi personal.
De inmediato comenzó la lectura sin respirar, verso a verso, con algunas explicaciones. Detenido sin rumbo conocido, perplejo, los versos caìan en cascada. Es extenso, pero no voy a leerlo todo. La poeta hablaba de América, se interrogaba, y no había nada nuevo bajo el sol de sus palabras, hasta que pregunté: ha leído Canto General. No. Seguía recitando. Pienso que todo está escrito, le dije, para sacarla de su monólogo. Y los clásicos, pregunté. La lectura se intensificaba en un mismo tropiezo verbal, palabras juntas, una historia repetida, ya conocida, escrita con el pobre idioma que no reconoce la poesía. Hay que leer, insisto. Buscar nuevas formas y contenido. Pound, sabia que decia que...Y viene un nuevo poema tomado de su primer libro, que refuta cualquier critica, responde sobretodo cuestionamiento posible y respalda a la autora de los versos la duda más atendible. Esa soy yo, me dice firmemente. Soy romántica. Escribo lo que pienso. Digo lo que digo y afirmo lo mismo. La poeta estaba poseída en su verbo obcecado. El segundo poema le reafirmaba el por que de su poesía, su manera de sentir, decir, la impronta de su palabra. La Feria estaba en sus estertores finales. La palabra jadeaba por muda frente a algùn lector solitario que no estaba allí.
Me desvanecí frente a los ojos de la poeta para no aumentar la soledad de su palabra. Mi memoria repasaba los libros comprados: Entre paréntesis de Roberto Bolaño, Blanco nocturno de Ricardo Piglia, Primer amor, últimos ritos de Ian McEwan, y unos relatos de Raymond Carver, que me tenían intrigado y no sè si son los corregidos por un editor: ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Son caros los libros de Anagrama, supongo que lo saben, por lo que regalan un libro por cada compra. Escoja cualquiera que tenga el cuadradito verde en la portada. Dejé que escogiera un lector argentino, a quien le sugerì que comprara unos relatos de Bolaño. Y yo separè solo tres: Otra noche de mierda en esta puta ciudad, de Nick Flynn, tìtulo que me pareciò admirablemente sugerente. Deseo de ser Punk, Belén Gopegui y Para no sufrir màs. El Buda en el mundo, Pankaj Mishra.
Me fui caminando con mi bolsa de palabras ajenas. Creo que salvé esa noche.
Me desvanecí frente a los ojos de la poeta para no aumentar la soledad de su palabra. Mi memoria repasaba los libros comprados: Entre paréntesis de Roberto Bolaño, Blanco nocturno de Ricardo Piglia, Primer amor, últimos ritos de Ian McEwan, y unos relatos de Raymond Carver, que me tenían intrigado y no sè si son los corregidos por un editor: ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Son caros los libros de Anagrama, supongo que lo saben, por lo que regalan un libro por cada compra. Escoja cualquiera que tenga el cuadradito verde en la portada. Dejé que escogiera un lector argentino, a quien le sugerì que comprara unos relatos de Bolaño. Y yo separè solo tres: Otra noche de mierda en esta puta ciudad, de Nick Flynn, tìtulo que me pareciò admirablemente sugerente. Deseo de ser Punk, Belén Gopegui y Para no sufrir màs. El Buda en el mundo, Pankaj Mishra.
Me fui caminando con mi bolsa de palabras ajenas. Creo que salvé esa noche.
1 comentario:
jajajaja tambièn sucede esto de atragantarse con las palabras como este personaje que contàs en la feria, a puro monòlogo.
Podrìa titularse: Con quièn hablo cuando hablo?
Buda decìa que hablar verborràgicamente es perder energìa vital, que hay que hablar solo lo necesario para no debilitarse. La escritura es otra cosa, es un hablar que transforma.
Publicar un comentario