Leo hoy 23 de septiembre, en primera plana los dos diarios derechistas (no hay otros en el país de la democracia protegida) El Mercurio, diario de los ricos, y La Tercera, de los rotos, y ninguno registra que un día como este en 1973, murió o asesinaron a Pablo Neruda, el mayor icono de la cultura chilena.
Pareciera un obituario más perdido en la memoria de los medios de comunicación chilenos en estos 40 años de desaparecidos desde el golpe militar, en momentos en que el pueblo, el mundo de la cultura nacional e internacional, espera conocer los resultados toxicológicos si el autor de Residencia en la tierra y 20 Poemas de amor y una canción desesperada, fue asesinado o no.
No adelantemos hipótesis, ya existen abundantes pruebas conjeturales, como la pérdida del expediente médico del paciente Pablo Neruda en la Clínica Santa María, lugar donde se atendía y se sabe mataron al ex presidente demócrata cristiano, Eduardo Frei.
Hay pistas, nombres, sospechas, una investigación en curso, y el mundo entero espera que se resuelva el caso y se conozca la verdad en qué circunstancias murió el Premio Nobel de Chile.
Chile, afortunadamente, no ha perdido la memoria en tiempos de feroz alzheimer institucional y de esa vieja y acomodaticia política del borrón y cuenta nueva.
El mal trato que le dio el gobierno militar a partir del golpe de estado, cuando allanó su casa de Isla Negra buscando armas, saqueó e inundó su residencia La Chascona en Santiago de Chile, y comenzó a asesinar a los militantes de su partido político, son una señal para pensar que Neruda era un trofeo codiciado por sus enemigos. En el viaje de traslado de su casa de Isla Negra a Santiago, los días del golpe, enfermo, fue apremiado y humillado en la carretera por soldados de Chile.
El secuestro de su casa de Isla Negra por los militares, le impidió el día de su muerte, a su mujer Matilde Urrutia enterrarlo donde él había decidido, así que sus restos, que aún no se saben si son de él, fueron a parar a una tumba de una familia amiga y cuando llegó la democracia vigilada por los civiles autorizados a vigilarla, volvió con Matilde a Isla Negra.
Su chofer y asistente, Manuel Araya desde un inicio aseguró que Neruda fue asesinado. Él le acompañaba en la clínica Santa María, la más reputada de ese entonces de Santiago, y conoció todos los pormenores de los movimientos alrededor del vate. Luego de atar cabos, presentó una querella sobre lo que él cree fue un asesinato. Sus opiniones las avalan el embajador de ese entonces de México en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá, quien visitaba a Neruda para concederle asilo en el país azteca como huésped ilustre y el diplomático sueco, Ulf Hjertonsson. Corbalá lo vio un día antes de su repentina muerte y dijo en unas declaraciones que el poeta pesaba unos 100 kilogramos, lo que descarta la posibilidad de una anemia y hecha por tierra la certificación de su muerte por la clínica Santa María: caquexia (desnutrición extrema).
Durante dos décadas nadie escuchó en Chile a Manuel Araya, cuyo hermano fue desaparecido y el mismo fue baleado al salir de esa clínica y estar vivo aún Neruda. Después fue trasladado al Estadio Nacional donde fue torturado. En ese lapso en que Neruda quedó solo en la clínica porque su esposa estaba en Isla negra buscando algunas pertenecías, a Neruda le inyectaron una sustancia aún desconocida en el estómago, que pareciera ser el origen de su muerte, porque a las pocas horas falleció. La clínica Santa María no sólo ha extraviado el expediente clínico de Neruda, sino sus vagos aportes son contradictorios e incompletos, de acuerdo con las investigaciones.
El caso Neruda es materia de laboratorio en este minuto, pero está lleno de pistas sospechosas, un supuesto Dr. Price desconocido y asociado a un agente de la DINA, el previo asesinato de Víctor Jara, otro icono de la cultura chilena en el poder en ese entonces, y el asesinato del poeta y secretario de Neruda, Homero Arce. Todo un entorno de amigos y copartidarios devastados en septiembre y más adelante. No pocas casualidades, para un tema que se viene planteando a nivel internacional y que por ello su invisibilidad no es posible.
Qué difícil resulta sepultar la voz de un poeta del tamaño de Neruda.
Chile, afortunadamente, no ha perdido la memoria en tiempos de feroz alzheimer institucional y de esa vieja y acomodaticia política del borrón y cuenta nueva.
El mal trato que le dio el gobierno militar a partir del golpe de estado, cuando allanó su casa de Isla Negra buscando armas, saqueó e inundó su residencia La Chascona en Santiago de Chile, y comenzó a asesinar a los militantes de su partido político, son una señal para pensar que Neruda era un trofeo codiciado por sus enemigos. En el viaje de traslado de su casa de Isla Negra a Santiago, los días del golpe, enfermo, fue apremiado y humillado en la carretera por soldados de Chile.
El secuestro de su casa de Isla Negra por los militares, le impidió el día de su muerte, a su mujer Matilde Urrutia enterrarlo donde él había decidido, así que sus restos, que aún no se saben si son de él, fueron a parar a una tumba de una familia amiga y cuando llegó la democracia vigilada por los civiles autorizados a vigilarla, volvió con Matilde a Isla Negra.
Su chofer y asistente, Manuel Araya desde un inicio aseguró que Neruda fue asesinado. Él le acompañaba en la clínica Santa María, la más reputada de ese entonces de Santiago, y conoció todos los pormenores de los movimientos alrededor del vate. Luego de atar cabos, presentó una querella sobre lo que él cree fue un asesinato. Sus opiniones las avalan el embajador de ese entonces de México en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá, quien visitaba a Neruda para concederle asilo en el país azteca como huésped ilustre y el diplomático sueco, Ulf Hjertonsson. Corbalá lo vio un día antes de su repentina muerte y dijo en unas declaraciones que el poeta pesaba unos 100 kilogramos, lo que descarta la posibilidad de una anemia y hecha por tierra la certificación de su muerte por la clínica Santa María: caquexia (desnutrición extrema).
Durante dos décadas nadie escuchó en Chile a Manuel Araya, cuyo hermano fue desaparecido y el mismo fue baleado al salir de esa clínica y estar vivo aún Neruda. Después fue trasladado al Estadio Nacional donde fue torturado. En ese lapso en que Neruda quedó solo en la clínica porque su esposa estaba en Isla negra buscando algunas pertenecías, a Neruda le inyectaron una sustancia aún desconocida en el estómago, que pareciera ser el origen de su muerte, porque a las pocas horas falleció. La clínica Santa María no sólo ha extraviado el expediente clínico de Neruda, sino sus vagos aportes son contradictorios e incompletos, de acuerdo con las investigaciones.
El caso Neruda es materia de laboratorio en este minuto, pero está lleno de pistas sospechosas, un supuesto Dr. Price desconocido y asociado a un agente de la DINA, el previo asesinato de Víctor Jara, otro icono de la cultura chilena en el poder en ese entonces, y el asesinato del poeta y secretario de Neruda, Homero Arce. Todo un entorno de amigos y copartidarios devastados en septiembre y más adelante. No pocas casualidades, para un tema que se viene planteando a nivel internacional y que por ello su invisibilidad no es posible.
Qué difícil resulta sepultar la voz de un poeta del tamaño de Neruda.
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