Neruda y Yevtuschenko
Rolando Gabrielli©2017
Ha muerto un poeta
històrico del siglo XX, un juglar de las masas, gigante histriónico,
incansable trotamundo, actor, un disidente comprometido con su patria,
crítico de los sistemas, devorador de vodka y champagne, viejo
bardo siberiano, cosmopolita, universal: amante y gozador de la vida: Evgueni
Yevtuschenko.
Fue un
sobreviviente de sí mismo, viajero de todos los viajes y encuentros
posibles, desconocía las fronteras, decía que no le bastaba con escribir
poesía, sino defenderla y finalmente murió hace unas horas en Estados Unidos,
donde compartía la vida con su cuarta mujer y viajes a su patria, Rusia.
Fue un poeta soviético, un símbolo incómodo a veces, crítico, oficialista
otras, poeta siempre de la contradicción.
De él supimos en
Chile por sus vistas, recitales en la Universidad de Chile, encuentros
con Pablo Neruda, su desbordante vida y esa manera suya de enfrentar el
dìa con champagne o vodka, y la pasión poética corporal, verbal, agitada
por sus manos y extraordinaria vitalidad. Pensaba que el poeta debía estar en
todas partes, y él era una especie de cronista del planeta, donde
fuera, dialogaba con su gran público, poesía de y para la
época, hombre de acontecimientos, un poeta de los grandes escenarios.
Yevtuchenko es
un loco/es un clown, asì le llama Neruda en su Elegía y esos mismos
calificativos los utiliza en el poema para Picasso/clown del cosmos y
Colòn/aquel payaso triste. Solo al poeta no quieren dejarlo/quieren
robarle su pirueta/quieren quitarle su salto mortal, concluye Neruda,
quien fue su anfitrión cuando venìa a Chile y tuvo la oportunidad
de conocer en su esencia a este personaje que trascendía la
realidad chilena por su manera de ser y presentar la poesía en un país
donde la gente susurra.
Siempre acompañó
su poesía con el cuerpo, su voz, la actuación, su presencia indiscutida,
física, la vitalidad y elocuencia que dejaba fluir como un rìo
interminable de un verbo imparable, en diálogo constante de actor con su
pueblo, público, gente, la verdadera materia prima de su poesía.
Lo imaginé como
una bisagra entre Euroasia y occidente, iba y venìa, visitaba
gobernantes, poetas amigos, discutìa, recitaba, agonizaba con la
Unión Soviètica, pero como una telaraña de palabras se
extendían por los continentes con la tradicional elocuencia de su voz
y se hacìa escuchar más allà de todas las fronteras físicas e
idiomáticas. En medio de la Guerra fría, de la postunión soviética, del mundo
unipolar, Yevtuchenko asumió su destino poético, complejo, contradictorio, en
un contexto de un libreto marcado por la historia de dos siglos, que marcaron
indiscutiblemente su poesía.
Un arlequín
que se asomaba con su manera de ver y enfrentar el mundo desde su
propia humanidad y cosmovisión. Sin la historia, los escenarios, el calor de
los estadios, la gente, los amigos, los hechos, la confrontación Este/Oeste, la
tradición rusa, este poeta/juglar, no hubiese existido. Acompañaba su
poesía con su presencia en el lugar, absorbía y reproducía la realidad
ante sus ojos, las vivencias, los momentos, una esponja histórica
dialogante.Condenó
la intervención del ejército soviético en Praga, apoyó a Heberto Padilla en Cuba- siendo amigo de Fidel Castro y del Che- y se vinculó desde me finales de los sesenta a América latina, después de una histórica visita a México en el emblemático 68, donde dio un recital ante 20 mil personas. Eran otros tiempos, la poesía estaba en la calle además de los salones.
Hace algunas
décadas asistí a uno de sus recitales en la Universidad de Panamá, una noche
cálida, en plena efervescencia de las negociaciones del Tratado del Canal, que
culminó con su firma en 1977.
En su biografía figura como ciudadano honorario de
Wisconsin, la tundra norteamericana y no olvidemos que él nació en Siberia,
pero no hay un dato de su visita a Panamá, corazón del trópico de las Américas.
Pero ahì estuvo el arlequín siberiano, y recuerdo que le extendí una de mis
libretas, que pueden estar en alguno de mis archivos con su firma. Recuerdo un
elegante libreta negra con mapas y espléndidas páginas. Una
sonrisa y la firma estampada en medio del anonimato mutuo, de la aglomeración humana,
y una atmósfera poética a la que acostumbraba el soviético ruso, que moriría
hace un par de días en Oklahoma, Estados Unidos, donde vivía desde el día en
que desapareció la Unión Soviética.
Traducido a màs de
70 lenguas, autor de decenas de poemarios, algunos cortometrajes, novelas,
ensayos, sinfonía, participó como protagonista de la historia del
siglo XX en la Uniòn Soviética, Rusia y occidente. Viajero incansable,
inagotable, cruzó los continentes con la musicalidad de su idioma,
compartió con el mundo su vasta geografía espiritual.
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